Desde hace tres décadas, las evidencias sobre los efectos deletéreos de la contaminación del aire se acumulan sin cesar. Se estima que hay 70.000 papers científicos que los revelan. Solo en las últimas semanas se publicaron trabajos que sugieren la asociación entre exposición a largo plazo a material particulado y mortalidad por cáncer de ovario (https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0048969723023690), entre contaminación del aire y mayor declinación cognitiva en enfermedad de Alzheimer (https://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1002/acn3.5177) y de aumento de la mortalidad tras años de estar expuestos a la contaminación por el tránsito vehicular (https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0160412023001897?via%3Dihub).
Una revisión de estudios realizados en Roma, Barcelona, Dinamarca y Japón, realizada por el Instituto Norteamericano de Efectos en la Salud, llegó a la misma conclusión en relación con el cáncer de pulmón y los nuevos casos de asma en chicos y adultos (https://www.healtheffects.org/publication/systematic-review-and-meta-analysis-selected-health-effects-long-term-exposure-traffic).
Por su parte, un informe del Imperial College London también analiza el efecto de la contaminación del aire en la salud y concluye que los niveles actuales en esa ciudad afectarán a todos, incluso a los que viven en suburbios menos contaminados; y en especial, a los que tengan vulnerabilidades preexistentes (https://www.london.gov.uk/sites/default/files/2023-04/Imperial%20College%20London%20Projects%20-%20impacts%20of%20air%20pollution%20across%20the%20life%20course%20%E2%80%93%20evidence%20highlight%20note.pdf).
“La contaminación del aire mata –subraya en una comunicación desde Ginebra la médica María Neira, directora del Departamento de Salud Pública y Ambiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde hace casi dos décadas–. Nuestras estimaciones muestran que causa siete millones de muertes prematuras por año”.
Neira, nacida en Asturias, España, empezó su carrera como endocrinóloga en hospitales de alta complejidad de París, pero después se fue a trabajar con Médicos sin Fronteras. Estuvo en campos de refugiados de Ruanda, Honduras y Zaire. “Ahí entendí que ser médica y curar enfermedades estaba muy bien, pero que había que ir a las causas. Entre los refugiados tenía muchos pacientes con un asma terrible o con enfermedades respiratorias –cuenta–. Pero cuando luego vi cómo cocinaban y la poca ventilación que tenían en la casa, entendí que hay que ocuparse del origen de los problemas. Si hay aire y agua limpias, y si hay comida, nuestra salud está ya en una proporción altísima a salvo. Y con la OMS lo mismo: con los determinantes ambientales de la salud creo que es donde nos la jugamos en gran escala. Cada vez parecen tener más peso y más importancia en la salud de los individuos. Podemos desarrollar métodos terapéuticos muy sofisticados. Lo estamos haciendo y tenemos que hacerlo. Como médica, creo en el papel de los hospitales y de los fármacos, pero también que tenemos que dedicar muchos más recursos a la prevención primaria, a evitar las causas de esas enfermedades. Y claramente la contaminación del aire, el cambio climático, las sustancias químicas, la falta de agua potable, de saneamiento, el tabaquismo o los problemas de nutrición son ahora mismo nuestro gran desafío en salud pública global”.
–¿Por qué no figura un problema de semejantes proporciones en las agendas de los sistemas científicos y sanitarios?
–Nuestro departamento de salud, cambio climático y ambiente produjo muchas publicaciones, mucha evidencia científica. Hemos trabajado desesperadamente con este tema, pero como tú muy bien dices, todavía no llega al nivel de atención política que se requiere. La OMS ha hecho una estimación de esas enfermedades crónicas que afectan todos los órganos del cuerpo, y el impacto económico que esto tiene en la sociedad y que no se ha considerado. Pero aparte de eso, hemos revisado los estándares de calidad del aire (The Global Air Quality Guidelines, https://apps.who.int/iris/bitstream/handle/10665/345334/9789240034433-eng.pdf?sequence=1&isAllowed=y), que presentamos en octubre del año pasado. Son importantísimos y es en función de esos estándares que el mundo juzga si estamos en presencia de contaminación del aire o no. A partir de ahí se ve que el 99% de la población mundial respira aire que no cumple con esa normativa.
–Si prácticamente toda la población mundial respira aire que tiene niveles de contaminación por encima de las normas de la OMS, quiere decir que el problema excede a las ciudades y también se registra en áreas menos pobladas...
–Sí, también ocurre en muchas otras zonas. [Por un lado] depende de la densidad de población; pero también se debe a, por ejemplo, la incineración de basura. En África y en otros lugares, la basura simplemente se incinera. Además, hay contaminación industrial, todavía no se han retirado las industrias de los núcleos periurbanos. Luego, en muchas partes todavía se cocina en el interior de la casa con leña o carbón vegetal. Y eso es muy contaminante, va directamente a nuestros pulmones y de allí, al sistema circulatorio.
–¿Los países de América latina tienen guías de contaminación del aire actualizadas?
–Las de la OMS han provocado un poquito de controversia. El Parlamento Europeo está ahora discutiendo cómo mejorar esos niveles, acercarse un poquito más a lo que se recomienda. El Reino Unido, que ya no está en la Comisión Europea, tiene un intenso debate interno acerca de si hay que adoptarlas. Y en muchos países se están revisando, se están proponiendo unos estándares que sean un poco más ambiciosos y un poco más en línea con lo que va a proteger la salud de la gente.
–¿Qué es más dañino: el material particulado grande o el pequeño?
–Nosotros nos fijamos sobre todo en los cinco contaminantes más nocivos para la salud, el PM10 y el PM2.5 [por las siglas en inglés de particulate matter, partículas muy pequeñas suspendidas en el aire que tienen un diámetro de menos de 10 o de 2.5 milésimas de milímetro]. Pero también miramos el dióxido de sulfuro, el ozono, el carbono y el dióxido de nitrógeno. Y cada vez más vemos que no hay límites seguros. O sea: todas las partículas son nocivas; pero cuanto más pequeñas, más impacto negativo, mejor las inhalamos, más pasan a nuestro sistema respiratorio, entran en el torrente sanguíneo y de ahí pasan a cualquier órgano. Por ejemplo, cada vez tenemos más evidencia científica del impacto neurológico de la contaminación del aire. Antes, la idea era que causaba principalmente enfermedades respiratorias. Esto es cierto, claro (cáncer de pulmón, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, neumonía, asma), pero ahora sabemos que las muy pequeñitas, de 2.5 y por debajo, pasan al torrente sanguíneo, llegan al cerebro y ahí tenemos problemas comportamentales y enfermedades neurodegenerativas. También [enfermedad de] Parkinson, Alzheimer y otras que están relacionadas con esta exposición. Llegan, se depositan, generan inflamación y tienen este tipo de consecuencias. Casi todas las enfermedades que te puedas imaginar tienen una relación con la exposición a la contaminación del aire. Y hasta hemos visto que atraviesan la barrera placentaria.
–¿De qué depende principalmente el daño: de la concentración que haya o del tiempo de exposición?
–De ambos. Un factor es el nivel de contaminación, y otro es por cuánto tiempo uno está expuesto. Está claro que no es lo mismo un pico de contaminación altísimo por un día que la contaminación continuada por seis meses. Incluso, puede ser mejor un pico de contaminación 24 horas que luego baje, pero es muy dañino un nivel de contaminación continua por seis meses. O sea, hay que evaluar tanto el tiempo como los niveles de exposición. Lo que está claro es que cualquier exposición, cuanto más prolongada sea, tendrá un impacto negativo en la salud. Las consecuencias pueden ser a corto, mediano o largo plazo, porque al pasar la barrera placentaria ya afecta también el desarrollo del cerebro de ese niño que todavía no nació.
–Algo que conspira en contra de que tomemos medidas de prevención es que la contaminación del aire muchas veces es invisible y carece de consecuencias inmediatas. ¿Qué deberían hacer los gobiernos?
–Cada ciudad tiene que hacer un monitoreo de la calidad del aire y tener indicadores. Esto ya es obligatorio por ley en casi todos los países. Pero aparte de eso, los ciudadanos tienen ahora también muchas aplicaciones individuales, donde tú puedes saber cuál es la calidad del aire de la zona donde vives, la calle donde te mueves. Incluso, Google está ya dando información y la OMS tiene un programa en el que entras y te va a decir cuál es la contaminación del aire de ese día, y si está en rojo o en verde o en intermedio [https://breathelife2030.org/city_data/buenos-aires/]. Nosotros basamos nuestros estudios en el monitoreo en tierra más un modelo matemático de cómo las partículas se van dispersando, más un geolocalizador. Trabajamos con la NASA y con la agencia espacial japonesa. En África todavía tenemos muy pocas ciudades que monitorean la calidad del aire, pero en el nivel global sabemos incluso cómo las partículas se dispersan, cómo atraviesan fronteras. También tenemos una herramienta que nos permite saber el impacto que tiene en la salud. Podemos decir para cada ciudad, si un alcalde tomara las medidas apropiadas de reducción de contaminación del aire, cuántas vidas podría salvar, cuántas enfermedades crónicas podría prevenir, cuánto costo sanitario podría evitar. Hay que promover más la conciencia ciudadana para que cada uno de nosotros sea más exigente y haya mayor demanda ciudadana para que se tomen medidas.
–En la Argentina, el monitoreo del aire es mayormente inexistente y no suele difundirse. Por ejemplo, no se menciona en los noticieros… ¿Es conveniente hacer actividad física en exteriores si hay alta contaminación?
–El riesgo/beneficio de hacer actividad física todavía se inclina hacia esta última. Ahora, si eres asmático, tienes que seleccionar muy bien los días y lugares en que puedes salir a hacer deporte al aire libre. En Ginebra, Suiza, donde somos muy privilegiados, la ciudad te informa de los niveles de calidad del aire. Te dicen: “hoy, los asmáticos, las personas con enfermedades respiratorias o con problemas cardiovasculares no deben de salir a hacer ejercicio porque hay unos niveles altos de contaminación”. Además, habría que buscar siempre zonas verdes, menos contaminadas, dentro de la ciudad. Y las personas que son vulnerables o con este tipo de patologías efectivamente no deberían hacer actividad física en lugares muy contaminados. Pero una cosa que sí tendríamos que hacer todos es no resignarnos, sino ponerles mucha presión a nuestros alcaldes, a nuestros ministros de Salud y Ambiente, para que luchen contra la contaminación del aire. Esa es la mejor manera de que podamos hacer actividad física al aire libre.
–Se discute sobre el aire exterior, pero ¿adentro de nuestras casas estamos a salvo?
–Nosotros nos centramos mucho en el aire exterior porque es el que menos depende de nuestras decisiones. Es decir, tú no puedes escoger la calidad de aire que respiras. Si vives en Buenos Aires, te tienes que adaptar a la que hay. No depende de tí toda esa contaminación producida por la industria, el tránsito vehicular... Pero también puede haber contaminación del aire interior. En muchos países se cocina con carbón. Todavía hay gente que piensa que tener una chimenea con leña es muy lindo, muy pintoresco... No, no lo es. Desgraciadamente, siempre hay una combustión incompleta que genera partículas que van a terminar en tus pulmones. O que van a salir al exterior y van a contaminar el aire externo. La contaminación interior también depende, por ejemplo, del humo del tabaco o de las sustancias químicas que usamos en el día a día, de no tener ventilación natural y cosas así. Pero en países de ingresos medios y desarrollados nos interesa sobre todo la contaminación exterior, porque es donde pasas más tiempo y los niveles son más altos.
–¿Hay un vínculo entre la contaminación del aire y el cambio climático?
–Las causas del cambio climático y de la contaminación del aire se superponen en un 75%. Tienen que ver con la quema de combustibles fósiles, que contaminan el aire y generan calentamiento global. Para nosotros, desde el punto de vista de la salud, luchar contra las causas del cambio climático, y acelerar la transición hacía energías limpias y renovables es fundamental para la salud. Queremos llevar a la mesa de discusión de la cumbre del clima los siete millones de muertes prematuras que tienen que ver con la contaminación del aire, porque eso aceleraría las decisiones para reducir las emisiones y beneficiar la salud.