El consultorio donde los animales ayudan a sanar

En Pilar, un equipo multidisciplinario incorporó caballos, perros, llamas, gallinas, patos, una burra y una cerda especialmente entrenados en terapias para graves dolencias infantiles

12 de julio, 2024 | 21.13

Cuenta Daniela Balduzzi (57) que su niñez transcurrió en La Horqueta, al norte de la Provincia de Buenos Aires, rodeada de animales. “Las vacas entraban a mi casa. Cuando llovía y no podía ir al colegio, mi mascota era un corderito que le habían regalado a mi papá para Navidad. Mis hermanos me llevaban ocho y diez años, así que encontré en los animales a seres que estaban ahí para acompañarme y me di cuenta de que son capaces de transformarnos el mundo. Por lo menos, lo hicieron conmigo”.

Seguramente allí se inició el imprevisible viaje que la llevaría a la equitación y luego, tras un diagnóstico médico que le prohibió seguir practicándola, al counseling (acompañamiento para promover el bienestar) y la idea de incorporar animales especialmente entrenados como colaboradores en tratamientos psicológicos, kinesiológicos, neurocognitivos que hace tres años fructificó en un remanso de naturaleza llamado “Tierra de Encuentro”, en Pilar. 

Este proyecto lo hacemos colectivamente. Sostené a El Destape con un click acá. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

Balduzzi, que codirige el centro con Florencia Torres y a la que el equipo de “bichos paramédicos” le responde con devoción, encuentra colaboradores invalorables en estos singulares ayudantes. “Mis abuelos hacían ladrillos y tenían caballos –recuerda–. Yo no sabía hablar y ya los dibujaba. A los seis años me regalaron el primero. Llegué a montar 12 por día, les enseñaba a saltar. Hasta que a los 40, los médicos me dijeron que no podía seguir. Pensé que se me terminaba el mundo, pero amaba a los animales y ya empezaban a utilizarse perros para ayudar a las personas. Yo quería estar con animales y ayudar a las personas. Eso fue hace 17 años. Entonces me compré un perro, un pastor blanco suizo, me formé en counseling e hice un posgrado en adicciones. Seguí con todos los cursos imaginables, tanto en el país como en el exterior, para poder comprender a todas las especies. Entendí que cada vez que intervengo, tengo que hacerlo con el profesional que está en el tema. Trabajé nueve años con adolescentes en el Hospital Alvear de Emergencias Psiquiátricas y pude comprobar que los animales ofrecen un espacio emocionalmente seguro”.

Hoy en “Tierra de Encuentro” confluyen psicólogos, fonoaudiólogos, psicoterapeutas, terapeutas ocupacionales, kinesiólogos y psicopedagogos, un equipo de 40 especialistas que trabajan con chicos derivados por un médico que es el que indica el tratamiento.

Basta con franquear la puerta para que uno de estos sorprendentes personajes venga a nuestro encuentro. Es la perrita Petit, que nos acompañará durante toda la recorrida sin despegarse de su dueña. Enseguida advertimos a Froggy la rana, y a Paz, la paloma, que acompaña a Balduzzi desde hace 14 años. “Estamos convencidos de que si modificamos el ambiente, transformamos la experiencia. Cuando un chico no quiere entrar, yo le digo ‘vení que Paz te va a dar la bienvenida’ y empiezo a disipar sus temores”, explica Torres.

Los distintos animales de variadas especies cumplen el rol de mediadores del acto terapéutico. “Por ejemplo, para acariciar a Paz, tenemos que realizar movimientos lentos o saber esperar, algo que para muchos chicos es un desafío –agrega–. Lo hacen por Paz, porque tienen que cuidar el bienestar de esa paloma, y así trabajamos en pos de un objetivo a través de un animal”. 

Balduzzi pudo comprar el espacio que hoy ocupan gracias a una donación familiar. Se llamaba “El Sembrado” y, por una curiosa coincidencia, pertenecía a un jockey. Hoy alberga los consultorios, un edificio administrativo y una colorida “sala de integración sensorial” que, de acuerdo con las necesidades, también se utiliza como gimnasio, sala de reuniones o de conferencias. 

Siete de los 15 perros especialmente entrenados para participar en los tratamientos

Los “asistentes terapéuticos de cuatro patas” se dejan acariciar y se acercan con toda confianza, como verdaderos miembros del staff, que lo son. Especialmente seleccionados, no tienen vedado ningún espacio. 

“La primera condición para que un animal esté con nosotros es que le guste interractuar con personas –dice Balduzzi–. En cada una de las actividades participan siempre dos especialistas: uno del área de la salud, que tiene la mirada puesta sobre el paciente, y otro formado en conducta animal, que vela por el bienestar de este último”.

En los 5000 metros cuadrados que incluyen jardines, plaza de juegos, árboles y hasta un “mariposario” que también alberga colibríes, todos celosamente cuidados, Balduzzi, Torres y equipo ponen en práctica las crecientes evidencias del efecto benéfico que ejerce sobre nosotros el contacto con la naturaleza (“biofilia”, la conexión innata que tenemos los seres humanos con las plantas y los animales). 

La idea de aprovechar las capacidades de estos últimos para el tratamiento de distintos trastornos no es nueva. De acuerdo con los registros, data de finales del siglo XVIII, cuando en un retiro dirigido por William Tuke en York, Reino Unido, se permitió a los internos deambular por los jardines poblados de mascotas para mejorar la socialización y reducir la conflictividad. 

En 1919, el ejército estadounidense promovió el uso de perros con fines terapéuticos para pacientes psiquiátricos en el Hospital St Elizabeth´s, en Washington D. C, y dicen que hasta el propio Sigmund Freud observó que sus sesiones funcionaban mejor cuando estaba su perro Jofi, especialmente si trataba a niños o adolescentes. 

Después de las guerras mundiales, la Cruz Roja organizó programas de rehabilitación de soldados y prisioneros con problemas de ansiedad, depresión y estrés postraumático, y mostró que la presencia de los perros mejoraba el ánimo de los pacientes, y el tener que hacerse responsables de ellos o de su entrenamiento les daba una motivación para mejorar.

Daniela Balduzzi, con un "asistente pony"

En las últimas décadas se multiplicaron las experiencias incorporando animales a los tratamientos y se vio que resultan de gran ayuda. Reducen los episodios de agitación o agresividad, y facilitan el enlace con el terapeuta. A esto podría sumarse que el contacto con la naturaleza se asocia con menor presión arterial, sistema inmunológico más fuerte, menor riesgo de enfermedades cardiovasculares y un mejor sueño. Un estudio reciente (https://www.nature.com/articles/s41598-019-44097-3) encontró que podría retardar el acortamiento de los telómeros que cubren los extremos de nuestros cromosomas, un signo de envejecimiento biológico porque se van reduciendo cada vez que una célula se copia. Y existe evidencia de que pasar tiempo en la naturaleza reduce los síntomas depresivos, alivia el estrés y mejora la función cognitiva. Incluso unos minutos por día ejercen una función benéfica.

El equipo de "Tierra de Encuentro" trata de sacarle el máximo partido. “Por ejemplo, si queremos trabajar sobre la coordinación motora de un chiquito o chiquita que camina con dificultad, podemos proponerle que se hamaque hasta acariciar a Pampa, una yegua, o ponerle un aro en la cabeza –explican ambas especialistas–. Otro caballito, Floki, y los perros se suben a la calesita para animar a los chicos. Pero los animales de ninguna manera son los responsables del tratamiento ni de curar a las personas. Ellos simplemente están ahí. De alguna manera, crean un espacio mágico para facilitar la tarea del profesional”. 

Paquito, una de las dos llamas que colaboran en las terapias

Del mismo modo, participan la burra, las alpacas, las gallinas y los patos. Intervienen en tratamientos para distintos cuadros, desde chicos que están dentro del espectro autista, a otros con síndrome de Down, parálisis cerebral y otras patologías.

Empezamos con una población, pero después se abrieron más posibilidades –explica Torres–. Hoy tenemos un programa de jóvenes adultos, talleres prelaborales para chicos con discapacidad y estamos iniciando también una pasantía con el Centro de Formación Integral del Colegio Juan XXIII, hacemos un taller de juego para niños pequeñitos que funciona de lunes a viernes, otro de crianza positiva en el que acompañamos a las mamás hasta que sus bebés cumplen un año y medio”. 

Cada tratamiento es un traje a medida para el paciente. A veces, se genera a partir de la presentación espontánea de la familia, pero en todos los casos requiere la derivación de un médico que lo irá acompañando. “Necesitamos la indicación del pediatra especializado en desarrollo o del neurólogo de cabecera –destaca Torres–. Después, nosotros nos fijamos en cada situación, cada chico, cada historia y evaluamos si tenemos los recursos como para ayudarlo”. 

Ante un leve gesto, Pepa, la cerda, da vueltas a un árbol a toda velocidad: sabe que es el requisito para recibir su zanahoria. “Tenemos un paciente con parálisis cerebral y no podíamos encontrar la motivación que le permitiera avanzar –cuenta Balduzzi–. Hasta que conoció a Pepa, se convirtió en su fanático y tiene otra actitud: se para, está trabajando la lateralidad con la kinesióloga y le da de comer con el tenedor”.

Peluca, el pato, toca ciertas teclas de un pianito de plástico para recibir su recompensa. Si no lo hace o falla, habrá que esperar, una destreza que muchos de los chicos que concurren a Tierra de Encuentro tienen que aprender a dominar, que les cuesta… como a Peluca. 

Balduzzi con Pepa

La huerta es un consultorio al aire libre. Muchos chicos con desórdenes sensoriales aprenden a hundir sus manitos en la tierra para buscar el zapallo, el pepino, el tomate y la banana que harán feliz a Pepa mientras la perra Topa, provista de un par de alforjas, aguarda pacientemente a que cumplan con su tarea. “Hay algo que hace de esta propuesta algo único –se entusiasma Balduzzi–. Logramos que en cada uno de nuestros niños se ponga en marcha la motivación intrínseca, ese motorcito que nos lleva a hacer las cosas porque puedo ayudar a los animales. ‘Necesitamos’ que Magic, otra de los 15 perros que ‘trabajan’ en el centro, haga todo un circuito porque tiene que hacer ejercicio y es el chico el que de alguna manera la va a acompañar para que pueda lograr lo que el veterinario dijo que tenía que hacer. O Magic les mostrará el camino a aquellos que son más tímidos, va adelante y ellos simplemente tienen que imitarla. Así, logramos que se cumpla la meta propuesta para cada uno”.

En el jardín mágico sensorial

Según explica Balduzzi, todos los animales seleccionados deben ser de pequeño tamaño para que se sientan cómodos y de buen carácter en su trato con las personas. Cada uno tiene su veterinario, su alimentación y sus propios cuidados. Pero además, cada uno tiene habilidades distintas que se respetan en el momento de hacerlos participar. “Paquito [la alpaca, cuya lana es de una suavidad indescriptible], tiene algo natural con los más chiquititos, ¡los ama!, y se les pone de nariz”, afirma Balduzzi. Y enseguida se dirige hacia un refugio escondido bajo las amplias ramas de un árbol añoso: “Este es un jardín mágico sensorial –dice, extendiendo el brazo hacia una serie de compartimentos a ras del suelo donde los chicos encuentran distintos materiales–. No es solo lo que toco, sino también lo que veo, lo que huelo, lo que escucho cuando cierro los ojos”.

"Tierra de Encuentro" es una institución privada, pero quienes cuentan con el carnet de discapacidad (CUD) pueden recuperar un porcentaje del costo del tratamiento, una vez aprobado, a través del reintegro de las obras sociales.

“Podemos decir que no hay un lugar así, con esta metodología de trabajo, en el mundo”, afirman a dúo Torres y Balduzzi.