En el Siglo XIX, los mineros europeos e ingleses bajaban a las galerías de carbón con un canario enjaulado. Muy sensibles a la presencia de gases nocivos en el aire, estos pajaritos eran la forma que habían encontrado de detectar precozmente la presencia de emanaciones peligrosas. Cuando había gases tóxicos, los pajaritos morían en minutos.
Cien años más tarde y al aire libre, las ardillas grises de Londres tal vez sean como el “canario en la mina” que da la voz de alerta: un estudio realizado en esa ciudad mostró que las que viven cerca del centro sufren daño pulmonar más grave que las que residen en barrios con parques y espacios verdes. La investigación se publicó hace unos días en la revista Environmental Pollution y se suma a un sinnúmero de trabajos que alertan sobre el daño silencioso a que puede estar sometiéndonos la contaminación del aire, un aspecto del ambiente del que no se habla, pero que está suscitando un interés creciente.
“En los últimos años, hubo fuertes caídas en las poblaciones de especies que anteriormente se habían adaptado bastante bien a la vida de la ciudad –dijo a The Guardian la investigadora Patricia Brekke de la Sociedad Zoológica de Londres–. Mariposas, abejas, gorriones, estorninos y erizos, todos sufrieron pérdidas masivas”.
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De por sí, esto ya sería suficientemente preocupante, pero lo es aún más si se tiene en cuenta que los humanos no estamos exentos de los daños silenciosos que nos inflige la contaminación del aire. Se la vincula con agravamiento de trastornos respiratorios, problemas cardiovasculares, menores niveles de desarrollo cognitivo en chicos, deprivación del sueño y hasta las enfermedades neurodegenerativas serían más frecuentes entre personas que viven en los centros urbanos. Hace pocos días se publicó en Nature un trabajo (doi: https://doi.org/10.1038/d41586-023-00989-z) en el que se postula un mecanismo por el cual la contaminación del aire puede causar cáncer de pulmón gatillando la inflamación en lugar de promoviendo alteraciones en el ADN.
Se estima que la contaminación del aire causa millones de muertes en todo el mundo cada año. Pero es difícil investigar cómo lo hace, en parte porque sus efectos son menos pronunciados que los de los carcinógenos mejor estudiados, como el humo del tabaco o la luz ultravioleta, dice Nature.
En una comunicación via email, la física australiana Lidia Morawska, directora del Laboratorio Internacional para la Calidad del Aire y la Salud, profesora de la Universidad Tecnológica de Queensland y directora del Centro de Ciencia y Manejo de la Calidad del Aire en Australia y China, considerada una de las mayores expertas del mundo en el tema, afirma que anualmente siete millones de muertes se deben a los efectos combinados de la contaminación del aire externo e interno. En 2019, el 99% de la población mundial vivía en lugares donde la contaminación está por encima de las guías recomendadas por la OMS.
“Los efectos de los contaminantes del aire en la salud incluyen alergias y otros efectos en el sistema inmune, cáncer y efectos en la reproducción, problemas respiratorios, irritación de la piel y membranas de los ojos, nariz y garganta, y trastornos cardiovasculares. Básicamente, todos nuestros órganos están afectados de una forma u otra por la contaminación del aire, como lo demuestran numerosos estudios realizados alrededor del mundo. Esta evidencia fue utilizada por la OMS en su nueva edición de las recomendaciones emitidas en 2021 para disminuir casi todos los contaminantes más prevalentes”, explica Morawska.
La primera muerte que se pudo atribuir fehacientemente a la contaminación del aire fue la de Ella Adoo Kissi Debrah, una niña de nueve años que vivía a 25 metros de una carretera londinense con mucho tráfico, y que falleció en 2013 tras tres años de sufrir convulsiones y 27 visitas al hospital por problemas respiratorios. El juez de instrucción reunió datos sobre los niveles de contaminantes cerca del domicilio y comprobó que superaban los límites establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS) durante los tres años anteriores a su muerte.
"Este veredicto es para ella y para otros niños que podrían sufrir como ella ataques severos de asma. Creo que su legado podría traer una nueva Ley de Aire Limpio y no estoy hablando solo del gobierno británico, sino de los de todo el mundo, para que se tomen este asunto en serio", declaró Rosamund Addo-Kissi-Debrah, su madre. Y Stephen Holgate, experto en contaminación ambiental del British Medical Research Council que investigó el caso, manifestó que es necesario “poder informar sobre contaminación del aire del mismo modo en que se lo hace sobre diabetes, tabaquismo u obesidad”.
“El 25% de la morbimortalidad anual podría evitarse si tratáramos los factores de riesgo ambiental –dijo el año pasado María Neira, directora de Salud Pública y Determinantes Ambientales y Sociales de la Salud de la OMS en una reunión del Sistema Nacional de Salud español–. Estamos hablando de acceso al agua potable, de sustancias químicas que no necesitamos, y de la calidad del aire. Hay siete millones de muertes prematuras cada año por la exposición a un aire tóxico”.
Neira consideró la calidad del aire como una de las apuestas fundamentales de la OMS para mejorar los niveles de la salud pública en escala global, tal como después de la Segunda Guerra Mundial se impuso la necesidad de garantizar el alcantarillado y el acceso al agua potable.
En la Argentina, es un tema en el que falta mucha investigación. Hay normas sobre contaminación del aire, aunque no en todas las provincias. “Las reglamentaciones se van actualizando a medida que hay nuevas recomendaciones de la OMS –explica Andrea Pineda, investigadora del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA) y del Conicet–. El punto es que una vez que está reglamentado, eso se tiene que cumplir y luego hay que diseñar planes de mitigación, que en general son locales e implican evitar la circulación de autos, porque con frecuencia los lugares donde hay ‘excedencias’ son los sitios con mucho tráfico, que hacen un aporte importante a la concentración. Como son medidas que afectan a toda la sociedad, ésta tiene que estar dispuesta a hacer cambios”.
El asunto no es sencillo, dado que hay que analizar contaminante por contaminante, y las recomendaciones son diferentes para efectos agudos y crónicos. Para los primeros, se consideran períodos cortos, como las concentraciones horarias o los promedios de ocho horas. Y para los segundos, se controla la media anual, explica la investigadora. “Por eso, en muchas ciudades las agencias elaboran índices que agrupan conjuntos de contaminantes y asignan colores de acuerdo con los niveles de cada uno que permiten orientar a grupos vulnerables o a toda la población”, detalla.
Y si eso ya es difícil en lo que respecta al aire exterior, aun más lo es para el ambiente interior (hogares, lugares de trabajo, vehículos de transporte, escuelas, oficinas y supermercados), donde la mayoría de las personas pasa entre el 80 y el 90% de su tiempo.
Hay grupos que están estudiando cuánto influyen las distintas tecnologías de cocción. Contra lo que pueda pensarse, “Cocinar con cocina a gas emite óxidos de nitrógeno y partículas, que son dos de los contaminantes de mayor preocupación en el mundo –destaca Pineda–. Las más grandes quedan retenidas en los pelitos de la nariz, pero cuanto más chiquito es el diámetro de las últimas, más perjudiciales son, porque ingresan al sistema sanguíneo y afectan distintos órganos. Como prevención, se puede tener un sensor de partículas, abrir la ventana y tratar de que no haya niños en la cocina, porque son un grupo vulnerable. Se están desarrollando guías para que las personas tengan cuidados cuando están cerca de fuentes de emisión en ambientes cerrados. El problema es que si uno tiene todo cerrado, la concentración es alta”.
La calidad de aire interior está menos estudiada que la del exterior, para la que se cuenta con estaciones de monitoreo que ofrecen información en tiempo real. “La dificultad es que no basta con hacer una investigación en un lugar y generalizar las conclusiones, porque si uno cambia la cantidad de ventanas, o el tamaño del lugar, cambia todo”, subraya Pineda.
Así, cuando se contempla la contaminación interior, primero hay que entender el entorno, para saber, por ejemplo, si al abrir las ventanas para reducir la contaminación interna ingresará aire limpio o no. Ahora también se está empezando a estudiar el efecto de inciensos, aerosoles y otros productos aromáticos de uso común.
Otro gran problema es la enorme variabilidad espacial y temporal de las concentraciones y los aportes relativos de distintas fuentes. “Es imprescindible conocerlos para saber qué medidas implantar –dice Pineda–. Si uno sabe qué produce la concentración, elimina esa fuente y se acabó. Pero de nada sirve prohibir la circulación de autos, por ejemplo, si las partículas provienen de una chimenea que está a dos cuadras. Incluso es difícil reglamentar los niveles tóxicos de partículas ultrafinas (PM2.5, menos de 2,5 micrones de diámetro) porque resultan muy difíciles de medir y hasta se carece de sensores aptos aplicables a la verificación vehicular”.
Pineda destaca, sin embargo, que los efectos crónicos se producen por exposición prolongada a determinadas concentraciones de contaminantes y no es lo mismo lo que respira un trabajador que está en la calle, al lado de la línea de tráfico, que el que está en una oficina del piso 25°.
Entre las medidas de mitigación que pueden ayudar a que uno esté menos expuesto, menciona preferir la bicicleta o la caminata cuando hay que desplazarse a lugares cercanos y, si uno va con chicos, tratar de hacerlo por las calles menos transitadas.
“La mayoría de las intervenciones no son inmediatas”, subraya. Las estaciones de monitoreo (en CABA hay solo tres, a pesar de que es uno de los mayores centros urbanos de América latina) son muy costosas (alrededor de medio millón de dólares cada una) y además exigen control permanente por parte de profesionales especializados, porque requieren mucha calibración y control.
La contaminación del aire no solo se produce por el tránsito vehicular y las fábricas, sino también por los incendios. En eso trabaja Rodrigo Gibilisco, investigador asistente del Instituto de Química del Noroeste Argentino (Inquinoa, Conicet/Universidad Nacional de Tucumán).
“Nací en una provincia que es una de las de las más afectadas del país en cuanto a calidad de aire porque desde hace más de cien años se utiliza el fuego para cultivar la caña de azúcar –cuenta–. Se le sacan las hojas que rodean la caña antes de cortarla para llevarla a la fábrica y extraer el jugo. Entre mayo, y agosto o septiembre, todos los años en Tucumán se incendian cientos o miles de hectáreas. Cae sobre la ciudad una lluvia negra y una nube de humo tapa casi completamente todo. Es tremendo. Lo sé bien porque nací en Manantiales, rodeado de caña de azúcar; para mí era normal ver los campos en llamas. Me parecía normal ver las cenizas volando en el aire. De hecho, salía con mis amigos a atraparlas cuando iban cayendo. Encima, Tucumán está rodeado por un cordón de montañas y los vientos no logran dispersar la contaminación que se genera. Para nosotros era ‘normal’ ver esa cantidad de humo en el aire y que el cerro literalmente desapareciera. Durante el invierno, justo en la época en que no llueve, es imposible verlo por la contaminación que queda suspendida en el aire”.
Gibilisco hizo su licenciatura en la provincia y al comenzar su doctorado en Química de la Atmósfera en la Universidad de Córdoba tomó conciencia de lo que significaba esa quema anual. Se presentó a una beca de la Fundación Alexander von Humboldt, que promueve el intercambio internacional de científicos, y propuso estudiar cómo impacta la quema de biomasa (pastizales, desechos de cosecha) a cielo abierto en la calidad del aire, y cómo reaccionan esas moléculas y compuestos una vez que llegan a la atmósfera.
“Cuando empecé a hacer ese estudio en Alemania, caí en la cuenta de que casi todas las estaciones de monitoreo de calidad de aire del mundo están instaladas en el hemisferio Norte –comenta–. Estados Unidos, Europa y China tienen miles desde hace 40 o 50 años. Pero el hemisferio Sur, que es el que está cada vez más gravemente afectado por los focos de incendio, por el cambio climático y las sequías, carece de esas mediciones. Antes se pensaba que la contaminación la producían solo los autos, la industria, la quema de combustibles fósiles, lo cual es cierto, pero hoy una de las principales fuentes de contaminación son los incendios, que emiten al aire una inmensa cantidad de gases y partículas. Una de las principales fuentes de contaminación asociada con nuestra región es la actividad agrícola. Porque utilizamos el fuego para renovar las pasturas, en los humedales, en los pastizales secos, en los desechos de cosecha…”.
Ante la falta de datos, Gibilisco se dijo que era imperioso monitorear de manera más seria y fue uno de los cinco elegidos que recibieron la distinción “Humboldt Alumni” por sus estudios. “Me dieron ese premio para que ayude a conectar la academia con la política en la articulación de estrategias basadas en la evidencia científica, y también para llevar ese conocimiento a la sociedad a través de talleres y laboratorios sociales –cuenta–. Todo eso es lo que me trajo de regreso a Tucumán después de haber vivido casi dos años en Francia, y tres años y medio en Alemania”.
Ahora, gracias a la donación por parte de estos países de equipamiento para construir los dos primeros laboratorios de calidad de aire de referencia federal en Tucumán (con inversiones de más de 300.000 euros cada uno), Gibilisco está montando la primera red de monitoreo en su provincia. “Además de los laboratorios, estamos instalando treinta sensores llamados ‘de bajo costo’, que probamos con la Universidad de Wuppertal, en Alemania, para poder hacer monitoreo en muchas zonas de manera rápida, y empezar a tener un visión de lo que está ocurriendo y en dónde hay que poner el foco –explica–. Los datos que reunimos los procesamos en una plataforma virtual para elaborar gráficos fáciles de entender. Es el primer estudio de este tipo en la Argentina que intenta combinar una red tan densa de sensores que provean datos en tiempo real, y la idea es que estén disponibles para su uso público en las próximas semanas”.
Los sensores miden diferentes tamaños de material particulado que flota en el aire. Con esa información, si dentro de la región en la que uno vive hay alta concentración por un incendio cercano, uno puede tomar decisiones como no salir a correr al aire libre o evitar la circulación vehicular. También permiten detectar rápidamente dónde está empezando a producirse un incendio. “Si uno sabe que la concentración de partículas está viniendo de un lugar y complementa esos datos con la meteorología, la dirección y la velocidad del viento, puede saber dónde está produciéndose el incendio. Así, se podría alertar a la estación de bomberos más cercana para que pueda sofocarlo y no tener que gastar millones de pesos en aviones hidrantes”.
Un “monitor de referencia de material particulado” cuesta alrededor de 30.000 €. Los sensores, entre 200 y 300 dólares.
“Se pueden formular leyes de mitigación y adaptación, pero antes necesitamos datos –insiste Gibilisco–. Queremos que la red de monitoreo se extienda a todas las provincias de la Argentina e incluso a otros países de la región que también pueden tener fuentes de emisión que contribuyan a la contaminación regional. Pero para eso tenemos que entenderla. El dispositivo ya está montado, pero necesitamos apoyo. Si la red crece, se podrían hacer el mismo tipo de estudio en otras regiones. Neuquén tiene problemas por las emisiones de volcanes, en el Delta del Paraná y en Rosario, por la quema de los pastizales. Tenemos focos de incendios en Córdoba… Esta tecnología, que no es muy costosa, nos puede llegar a dar muchas soluciones en lo inmediato y a largo plazo. Por eso generamos el proyecto Breathe To Change (“Respira para cambiar”, https://www.breathe2change.org/), en el que planteamos la necesidad de crear una red interinstitucional, nacional e internacional para combatir la problemática”.
El científico y su equipo también lanzaron hace un mes lo que será el primer relevamiento de enfermedades respiratorias y oculares provocadas por la contaminación del aire. “Gracias al apoyo del Ministerio de Salud de la Nación, que nos dio un pequeño aporte económico, vamos a realizar una determinación de enfermedades respiratorias y oculares en niños de entre nueve y 11 años, en 12 escuelas distribuidas en toda la provincia para poder evaluar cómo la calidad del aire, el humo y la quema de biomasa, altera y provocan enfermedades. Probablemente tengamos resultados hacia fines de año”.
Por otro lado, agrega, “La contaminación atmosférica no sólo representa una amenaza para la salud humana, sino también para el ambiente, ya que reduce el rendimiento de las cosechas y afecta los patrones de precipitación y la temperatura. Es necesario que entendamos la relación muy cercana que existe entre cambio climático y contaminación del aire. Esos mismos contaminantes que están enfermando también pueden provocar aumento de la temperatura media global. Ni la misma comunidad científica estaba vinculando ambas cosas hasta hace un año”.
Entre las medidas más importantes para prevenirla, Morawska menciona la transición a las energías limpias, mejor diseño de edificios que protejan de los contaminantes del aire exterior (incluyendo incendios) y remover los emitidos por personas que pueden llevar a la transmisión de enfermedades. La conciencia de la comunidad y la educación son dos factores fundamentales en la mitigación y la exposición a la contaminación del aire.
“Es importante que empiece a haber concientización sobre este problema porque se necesita más apoyo institucional –concluye Pineda–. Nuestra comunidad es muy chica y eso hace que investigar sea más difícil. Por ejemplo, el tema de la calidad del aire no está incluido en el Plan Argentina 2030 ni en la “Ley Yolanda” (que dispone garantizar la formación integral en ambiente, con perspectiva de desarrollo sostenible y con especial énfasis en cambio climático, para las personas que se desempeñan en la función pública). Además, muchas de las convocatorias para subsidios están pensadas para grupos grandes, cuando ésta debería ser un área prioritaria justamente por la falta de recursos humanos tanto en la academia como en la gestión”.