Aquel día, los paleontólogos Sebastián Apesteguía, Juan Canale, Pablo Gallina y Alejandro Haluza, buenos amigos desde la época en que eran estudiantes en la Universidad Nacional de La Plata, estaban iniciando una nueva campaña de exploración con un grupo de colegas argentinos y norteamericanos. Cuando llegaron al paisaje árido y rojizo de la Barda Atravesada de Las Campanas, a 20 km de Villa El Chocón, en Neuquén, se sentaron alrededor de una mesa, abrieron sus mapas, consultaron imágenes aéreas y satelitales, y se preguntaron: ¿por dónde empezamos?
“Había una zona central, que se veía ‘bonita’ en afloramientos en la vista satelital –cuenta Apesteguía–. Me acuerdo que señalé ‘ahí' y dijimos ‘bueno, empecemos por acá que parece prometedor’. Fuimos con las camionetas, bajamos, nos dispersamos como hacemos siempre, cada uno enfilando para su lado, a ver qué encuentra, porque la primera parte de nuestro trabajo de prospección es eso, caminar y caminar. Y enseguida, a los 50 o 100 metros, vimos restos”.
“Fue algo increíble –coincide Canale–. Ya conocíamos Las Campanas. Durante la primera campaña que hicimos, en 2006/2007, encontramos un dinosaurio herbívoro, lo sacamos, lo estudiamos y lo publicamos. No era una especie nueva, pero tenía mucha información anatómica y fue interesante. Después organizamos la de 2012 con los colegas de Azara y del Museo Field de Chicago, y la primera mañana de exploración, la primera mañana, caminando con Pablo [Gallina] encontramos este ejemplar. Él encontró un hueso de un herbívoro y, a los pocos metros, yo encontré una vértebra muy grande, de unos 30 cm de diámetro que reconocí como perteneciente a un terópodo. La pista de que podía pertenecer a un carnívoro es que internamente esos huesos están llenos de huecos, como un panal, porque tenían un ‘sistema neumático’ de prolongaciones del sistema respiratorio que los invadía y dejó marcas. Entonces, empezamos a buscar ahí cerca, encontramos el nivel de roca de donde provenían esos pedazos de hueso, nos pusimos a excavar y enseguida empezaron a aparecer cosas. Ya en los primeros días nos dimos cuenta de que era algo importante”.
Lo que divisaron Apesteguía y Canale, y luego el resto del grupo, era un fósil notablemente completo que agrega una pieza hasta ahora desconocida al intrincado rompecabezas evolutivo de los reptiles gigantes de la Patagonia. Nombrado Meraxes gigas (como uno de los tres dragones de la saga de George Martin, Canción de Hielo y Fuego), se trata de una nueva especie de dinosaurio carnívoro de 11 metros de largo (aproximadamente el tamaño de un Tyrannosaurus rex), brazos pequeños, gran cráneo y un peso estimado de alrededor de 4.200 kg, que vivió hace unos 93 millones de años, en la misma época del Argentinosaurus, el herbívoro más grande del mundo.
Era 2012 y Juan Canale, primer autor del trabajo que hoy se publica en la revista Current Biology (DOI:https://doi.org/10.1016/j.cub.2022.05.057), ya tenía apalabrado al dueño del campo, situado a poca distancia de la costa norte del embalse Ezequiel Ramos Mexía. La Municipalidad de Villa El Chocón se había hecho cargo de parte de los víveres que necesitarían los científicos, como de costumbre. Pero extraer los restos exigió cuatro campañas anuales de entre dos y cuatro semanas cada una, en las que participaron los autores del trabajo, técnicos y estudiantes. A pocos metros del Meraxes, encontraron además los esqueletos de dos dinosaurios herbívoros del grupo de los rebaquisáuridos y un titanosaurio, todos de la misma época.
“El esqueleto está muy completo, ¡una locura! –se entusiasma Apesteguía–. Y, además, lo que nos llama mucho la atención es la preservación. La superficie del hueso es tan lisa que prácticamente refleja. Eso es lo que más nos gusta, porque permite hacer numerosos estudios. Pudimos ver hasta las células óseas”.
“Hicimos pequeñas secciones, verlas al microscopio y en algunos casos se pueden ver líneas de crecimiento detenido –cuenta Canale–. Son momentos en los que el dinosaurio dejó de crecer, seguramente en épocas de escasez, que se corresponden con el invierno e indican qué cantidad de años tenía al tiempo de morir: unos 45 años”. El ejemplar más “viejo” que se conocía hasta ahora era un Tyrannosaurus Rex, de 33, de modo que Meraxes es uno de los individuos más añosos de que se tenga registro.
Entre otros, el zoológico de los reptiles gigantes, de los que ya se conocen más de mil especies, estaba poblado en esa época y en ese territorio (que, a diferencia de lo que ocurre hoy, estaba tapizado de pinos, plantas y flores), por carcaradontosáuridos, los más grandes cazadores terrestres. “En Neuquén mismo apareció, el Mapusaurus, megarraptóridos o deinonicosaurios (que ostentaban una garra en forma de hoz de 42 centímetros de largo) y abelisáuridos (también carnívoros bípedos). “O sea, todos los grandes grupos de dinosaurios carnívoros estaban ahí –detalla Apesteguía–, y de los herbívoros los más abundantes eran unos de cuello largo, pero con una boca como si fuera un pico de pato, que vivieron hasta más o menos ese momento y poquitos años más tarde curiosamente se extinguieron”.
Al disponer de un esqueleto tan completo, los científicos pudieron advertir una curiosidad evolutiva en el grupo de los dinosaurios gigantes de brazos cortos. “Al poder medir las extremidades por primera vez, sabemos exactamente el tamaño del brazo, de las piernas y del cráneo, pudimos realizar un análisis numérico y ver qué pasó con cada uno de estos linajes –comenta Apesteguía–. Todo nos muestra que cuanto más grande era la cabeza, más chiquitos los brazos. Es como que las ampliaciones y reducciones están conectadas”.
Aunque todavía no hay una explicación certera del porqué de este fenómeno, los paleontólogos creen que podría deberse a “heterocronías”; es decir, diferencias en las tasas o velocidades de desarrollo de distintas partes del cuerpo. "Encontramos un patrón convergente en estos grupos de dinosaurios carnívoros con una tendencia de aumento del tamaño de la cabeza en las formas más evolucionadas y un achicamiento en las extremidades anteriores", agrega Canale.
“Por ejemplo –ilustra Apesteguía–, en los humanos una heterocronía clásica es el tamaño del cráneo con respecto al cuerpo. Nosotros vemos a los bebés ‘cabezones’ y después les crece más rápido el resto del cuerpo mientras el crecimiento de la cabeza se enlentece. En la adultez, tenemos un cuerpo grande y la cabeza queda pequeña en comparación. Cuando esto se fija en una nueva especie, es diferente de la que le dio origen. Los tiranosaurios más antiguos tenían brazos más largos, pero a medida que fueron surgiendo nuevos linajes, les quedaron cortitos los brazos”.
Con una cabeza enorme y brazos extrañamente cortos, del tamaño de los de una persona, se cree que la dieta de este “dragón terrible” se componía de crías de otros dinosaurios y de dinos herbívoros. “Los dientes tienen forma de cuchillo; son muy afilados, aplanados y en punta –detalla Canale–. Es muy común encontrar dientes de carnívoros alrededor de restos de dinosaurios herbívoros (los de cuello largo y cabeza chica), como el Argentinosaurus que medía 40 metros de largo y pesaba 80 toneladas. A veces encontramos signos de que carnívoros como Meraxes se estaba comiendo uno de esos. Esa relación trófica alimenticia está bastante bien confirmada”.
Y a propósito del nombre, explica: “Meraxes es uno de los tres dragones de la Casa Targaryen en las novelas de Martin. Me pareció interesante darle ese nombre porque justamente acá, en Neuquén, tenemos tres dinosaurios gigantes de la familia de los caracarodontosaurus: Giganotosaurus, que también se encontró en El Chocón, Mapusaurus, que se encontró en Plaza Huincul, y ahora, Meraxes. Son como primos”.
El estudio fue liderado por Canale y sus coautores son Sebastián Apesteguía, Pablo A. Gallina, Jonathan Mitchell, Nathan D. Smith, Thomas M. Cullen, Akiko Shinya, Alejandro Haluza, Federico A. Gianechini y Peter J. Makovicky. Andrés Moretti, Jonatan Aroca, Rogelio Zapata, Akiko Shinya, Mara Ripoll, Miguel Romero y Leandro Ripoll hicieron la preparación del esqueleto.
Aunque parece agotarse, el árbol genealógico de los dinosaurios no deja de dar frutos. “Es así –concede Apesteguía–. Estamos apenas rascando la superficie. Aunque nos gustaría, no podemos ver debajo de la roca, no tenemos forma de escanearla. Entonces, lo que aparece tiene un sesgo de uno en un millón de lo que debe haber vivido en ese tiempo”.
Y anticipa Canale: “Nos resta sacar muchas cosas del campo, y otras que están en estudio y preparación”. Habrá que seguirla de cerca, porque esta historia continuará…