Registros de todo el mundo revelan que desde hace más de 18 meses los hombres llevan las de perder en materia de mortalidad por COVID. Según estudios internacionales, en algunas franjas de edad ellos registran el doble o más de muertes por la enfermedad. En la Argentina, los números difundidos hasta hoy indicaban alrededor de 63.000 fallecimientos en varones y 46.000 en mujeres.
Pero si se contemplan otras facetas, el peso de la tragedia sanitaria se inclina decididamente hacia la población femenina. Es lo que indica un trabajo en progreso de la socióloga cordobesa Sol Minoldo con su colega Ana Garriga: no solo sufrieron mayor pérdida de ingresos y de puestos de trabajo, sino que también los recuperaron menos que los hombres y debieron soportar una enorme sobrecarga por tareas de cuidado que en su gran mayoría recaen bajo su responsabilidad.
Las mujeres sufrieron mayor pérdida de ingresos, puestos de trabajo y recuperaron menos que los hombres
Las científicas aplicaron la perspectiva de género para analizar el impacto de la pandemia sobre el trabajo. Primero, en la Provincia de Buenos Aires, donde Minoldo, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad, de la Universidad Nacional de Córdoba y el Conicet, es asesora técnica en la Unidad de Género y Economía del Ministerio de Hacienda y Finanzas Públicas. Después, utilizaron la misma metodología para analizar el problema en el ámbito nacional con cifras de la Encuesta Permanente de Hogares que realiza el Indec. Los resultados de este estudio fueron presentados en el seminario de los jueves organizado por el Instituto de Cálculo y el Instituto de Ciencias de la Computación de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
“Cuando el año pasado llegó la pandemia, ya estábamos a las puertas de una crisis económica mundial –explica Minoldo–. La cuarentena fue la medida más fuerte desde lo sanitario y la que más consecuencias tuvo en los indicadores sociolaborales. Y tuvo un sello de género muy particular por el impacto del cierre de las escuelas, pero también por la interrupción de servicios de cuidado a domicilio y fuera del mismo (como los jardines maternales), y de las actividades recreativas para niños. Medidas que desde la salud pública implicaban algo bueno, impactaron en las cargas de trabajo; en especial, en las no remuneradas”.
De acuerdo con las especialistas, la pandemia “refamiliarizó” cuidados: la familia pasó de tener un rol marginal o subsidiario a ocupar un papel prioritario en la continuidad pedagógica de los chicos y jóvenes en edad escolar. Y esa distribución de tareas no se produjo en un contexto neutral, sino en el marco de relaciones de género que ya existían antes.
“Las relaciones de género se caracterizan por estar estructuradas sobre una división sexual del trabajo: el productivo y el reproductivo –destaca Minoldo–. Es la forma en que pensamos los deberes sociales, cómo se construye la femineidad y la masculinidad… El reproductivo (cuidado de las personas, tareas domésticas) se considera de incumbencia femenina. En cambio el productivo es un ámbito de incumbencia y responsabilidad masculina. El trabajo reproductivo se produce en su mayor parte en el mundo privado; es decir, al margen del mercado. Esto implica que no es remunerado. En cambio, el productivo lo hace en el ámbito de lo público y es pago. El reproductivo se entiende más como un gesto de amor y no como un trabajo, se realiza en el marco de arreglos familiares. El productivo da acceso a un ingreso. Estas distinciones generan desigualdades en cuanto a la autonomía de las personas: las condicionan, porque afectan su disponibilidad de tiempo, y también el tipo de funciones al que pueden aspirar. Para las mujeres, la doble jornada (pública y privada) puede implicar obstáculos e interrupción en sus carreras”.
Según datos de la única encuesta nacional de uso del tiempo realizada en el país en 2013, en la Argentina las mujeres se hacen cargo del 76% de las horas dedicadas al trabajo no remunerado. Nueve de cada 10 de ellas realizan esta tarea; entre los varones, seis de cada 10. Pero además de la brecha de participación, que alcanza el 31%, también hay diferencias en la dedicación horaria: mientras las mujeres les dedican en promedio seis horas y media, los varones les dedican tres y media. En este caso, la brecha horaria es del 51%.
“En 2020, Unicef hizo tres mediciones –cuenta Minoldo–. Si bien no podemos saber en qué porcentaje se aumentó esa carga, sabemos que donde más creció fue en los hogares vulnerables. Además, se produjo una reestructuración de horas de cuidado que estaban ‘externalizadas’. Por eso, también se dio en hogares de mayor nivel educativo y económico. Donde se pudo seguir con el teletrabajo, las mujeres tuvieron incremento de las tareas domésticas y mencionaron sentirse sobrecargadas con las tareas del hogar”.
Inédita contracción laboral
Durante 2020, se perdieron puestos de trabajo de forma masiva y algunos empleos quedaron suspendidos en un “limbo”. La relación laboral desapareció, pero no se dio una situación de desempleo, porque estaba la expectativa de continuidad. Al mismo tiempo, era muy difícil buscar trabajo. En el segundo trimestre se produjo una caída muy acentuada, del 8% entre las mujeres y del 11% entre varones. A partir del tercer trimestre se observa recuperación de la actividad, pero más lenta para las mujeres. “Hacia fin de año, la actividad masculina ya estaba casi en el mismo nivel que antes de la pandemia, pero en el caso de la femenina, seguía dos puntos porcentuales por debajo”, detalla Minoldo.
En este paisaje, a juicio de las científicas el problema fundamental no fue el desempleo sino el descenso en los ingresos, y se sintió de forma muy segmentada dependiendo de que las relaciones de trabajo fueran formales o informales. Mientras desde el Estado se tomaron decisiones para proteger el empleo (no se podían realizar despidos y se mantuvieron los sueldos aunque no hubiera presencialidad, lo que entre los empleados con dependencia produjo una caída leve de unos 190.000 puestos de trabajo masculinos o el 6%), las ocupaciones informales y por cuenta propia cayeron hasta un 45% (1.400.000 puestos de trabajo).
“Hacia fin de año, faltaba recuperar un 22% de las ocupaciones femeninas, en comparación con el 11,5% de las masculinas –cuenta Minoldo–. En el trabajo por cuenta propia, vemos un derrumbe: 780.000 personas vieron interrumpidos sus ingresos cuando fue el ‘cimbronazo’ de las medidas de la emergencia sanitaria. En el caso de los varones, lo sintieron el 25% y en el caso de las mujeres, el 35%”.
Esta diferencia también se advirtió en la recuperación, que fue muy dispar entre sectores tradicionalmente masculinos y femeninos. El comercio, la industria, la construcción y otras actividades que desempeñan en su mayor parte hombres, volvieron a niveles similares a los previos a marzo de 2020.“En cambio, las actividades inmobiliarias y empresariales, la enseñanza y el servicio doméstico, un área casi ciento por ciento femenina, a fines de año todavía no se había recuperado”, observa Minoldo.
Entre todos los sectores, el servicio doméstico fue el que explicó en mayor extensión el deterioro laboral femenino. Con un 75% de informalidad, hacia diciembre del año pasado casi un 24% de estas trabajadoras no había recuperado sus ingresos.
Estos hallazgos coinciden con los recopilados en el documento “Desafíos de las políticas públicas frente a la crisis de los cuidados. El impacto de la pandemia en los hogares con niñas, niños y adolescentes a cargo de mujeres”, elaborado por la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género, encabezada por Mercedes D’Alessandro, y Unicef. “En el momento de mayor cierre de la economía argentina, la tasa de participación económica de las mujeres caía 8,2 puntos porcentuales, dejándolas en un nivel comparable al de dos décadas atrás. Más de un millón y medio de mujeres salieron de la actividad. La situación más crítica se observa en las jefas de hogar sin cónyuge y con niños, niñas y adolescentes a cargo. Para ellas, la caída en la actividad fue del 14%”.
La tasa de desocupación también fue diferenciada: pasó de 8,9% a 11,7% para la población general, y de 9,5% a 11% para las mujeres.
En otro trabajo de la misma dirección (“Los cuidados, un sector económico estratégico”) se calcula que el aporte del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado ronda el 15,9% de PBI.
“La pandemia tuvo una dimensión que no se puede cuantificar y que no está en las estadísticas económicas –explica Minoldo–. Es el impacto sobre el tiempo de trabajo no remunerado que en la familia se distribuyó de manera muy desigual y recayó en mayor medida sobre las mujeres. Esto golpea su autonomía económica y el ejercicio de sus derechos, ya que el laboral es un mercado en el que uno no puede estar entrando y saliendo a voluntad. Estas limitaciones afectan tu trayectoria, tus oportunidades, tu crecimiento profesional. Al mismo tiempo, esta situación tan inusual permitió visibilizar el valor del trabajo doméstico. No solo es importante, es esencial: no se puede dejar de hacer. Cuando hubo que suspender todo, hubo que dar permisos para el cuidado de personas mayores y para los tutores que tenían niños a cargo. Y no solo eso: las tareas de limpieza, preparación de alimentos, generalmente pasadas por alto, son la condición de posibilidad para que la sociedad funcione”.