BASE MARAMBIO, Antártida Argentina.– Solo la pericia de dos experimentados comandantes antárticos, como Sebastián Coria y Fabián Brunetta, podía aterrizar ese gigante rústico que es el Hércules C130 sobre la pista congelada de la Base Marambio, el principal puente de ingreso de la Argentina al continente blanco. Al abrirse como una enorme boca la compuerta trasera, se advierte muy cerca una niebla que lo rodea todo. O, más exactamente, un “océano de nubes” del que emerge esta meseta ubicada a doscientos metros por encima del nivel del mar, con sus construcciones rojas y el piso cubierto por el manto blanco que dejó una reciente nevada.
La sensación térmica ronda los 11 grados bajo cero (el termómetro marca -7°C), pero la inusual comitiva compuesta por tres ministros (Daniel Filmus, de Ciencia, Tecnología e Innovación, Jorge Taiana, de Defensa, y Carla Vizzotti, de Salud) y altos representantes de casi 20 organismos que vertebran la ciencia local recibe al bajar la calidez característica de esa cofradía que comparte cada año los rigores del clima, y tareas de mantenimiento e investigación en “el fin del mundo”.
Por primera vez, en lo que fue una decisión orientada a hacer más fluido el trabajo conjunto de todas las áreas de la ciencia local, pero que además tuvo un alto contenido simbólico, se hizo en la Antártida una reunión del Consejo Interinstitucional de Ciencia y Tecnología (Cicyt), que se da cita todos los primeros jueves del mes en distintas jurisdicciones del país.
“Este encuentro surgió a partir de la decisión de recuperar la perspectiva del Cicyt –explicó Filmus–. Suele creerse que en la Argentina hacen ciencia y tecnología solo los organismos que dependen del ministerio, pero estos son apenas una fracción del complejo de organizaciones científico-tecnológicas del país. Una buena parte de ese entramado está por fuera del ministerio. Las instituciones que están hoy acá pertenecen a siete ministerios distintos. Apenas asumimos, dijimos que teníamos dos objetivos principales: recuperar la idea de un sistema científico tecnológico que trabaja mancomunadamente y federalizarlo. Esto cumple con ambos. Tal como dice nuestra consigna, ‘ciencia es soberanía’”.
Ciencia local en el país de los hielos
El sector más austral del país es una prioridad para la política científica argentina. En el último ejercicio, el ministerio del área destinó alrededor de 1000 millones de pesos a ampliar la infraestructura y capacidades de las instalaciones del Instituto Antártico Argentino, y a aumentar la cantidad y calidad de las actividades científicas.
Doscientos treinta millones serán destinados a la creación de tres nuevos laboratorios de 120 m² cada uno en las Bases Orcadas, Esperanza y San Martín. El diseño será nacional y la construcción estará a cargo de las Fuerzas Armadas.
También financiará la creación del observatorio oceanográfico en el rompehielos Almirante Irízar, para lo que destinará 100 millones de pesos a equipar ocho laboratorios para investigaciones multidisciplinarias destinadas a evaluar el estado de conservación de los ecosistemas marinos antárticos, su biodiversidad y la distribución de los organismos en función de procesos como el cambio climático, y de actividades humanas: la pesca, el turismo y la contaminación.
Como parte del programa “Construir Ciencia”, invertirá setecientos cincuenta millones en la creación de un centro interinstitucional en temas estratégicos antárticos y subantárticos en Ushuaia (Citeas). “El nuevo nodo tendrá la participación de la regional local de la UTN y de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego; además, estamos impulsando expediciones para defender las especies marinas de la zona”, detalló Filmus.
“Eso permitirá imprimirle un importantísimo impulso a la presencia científica argentina en la Antártida”, destacó Taiana. El titular de la cartera de Defensa explicó que las Fuerzas Armadas cumplen un rol esencial. “Por un lado se encargan de toda la logística de la presencia argentina: comunicaciones, construcción, transporte y mantenimiento de las bases –puntualizó–. Pero además realizan investigaciones propias; por eso también formamos parte del Cicyt. De la veintena de organismos que lo componen, cuatro están en nuestra órbita: el Servicio de Hidrografía Naval, el Instituto Geográfico Nacional, el Servicio Meteorológico Nacional y el Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas para la Defensa (Citedef), que es el órgano científico de las Fuerzas Armadas”.
En el contexto de este impulso renovado a la investigación antártica, una de las tareas sobresalientes es la reparación y reactivación de la base Petrel, incendiada hace casi medio siglo, en 1977. “Ya este año funcionó como base permanente de invierno. Será un asentamiento grande, porque está en un lugar muy favorable y al nivel del mar (a diferencia de Marambio, que se encuentra al borde de un acantilado, y por eso su reabastecimiento y evacuación debe hacerse mediante helicópteros), admite pista de aterrizaje y muelle. Será un puente ideal con el continente. Y en [la base] Belgrano II, una de las estaciones científicas más australes del mundo [a 1300 km del Polo Sur], estamos instalando radares para captar las señales de los satélites argentinos Saocom, de la Conae, que tienen órbita polar y cuyas imágenes es más fácil ‘bajar’ desde esta geografía. El problema es que la ventana en la que se puede trabajar es breve y solo se llega en helicóptero desde el rompehielos Irízar, que puede acercarse a unos 20 km”.
Científicos emocionados
Entre ellos, el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE/Conicet) y la Universidad Nacional de Hurligham están montando el “observatorio robótico argentino” en Belgrano II; el INTA desarrolló un módulo de producción hidropónica (Maphi) que les permite a los residentes de Marambio contar con lechuga y rúcula frescas todo el año (la Argentina es uno de los cinco países que producen vegetales en la Antártida); el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) usa biomodelos porcinos para evaluar la aplicación de nuevas herramientas de identificación taxonómica de muestras óseas; el Servicio Meteorológico Nacional realiza mediciones sistemáticas de ozono, presión, viento, radiación ultravioleta, gases de efecto invernadero, campos geomagnético, auroras, radiación cósmica y aerosoles atmosféricos.
Además, científicos del Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (Inidep) monitorean la presencia de microplásticos en la columna de agua de la Caleta Potter, sobre cuya costa se encuentra la Base Carlini; el Instituto Nacional del Agua le sigue las huellas al derretimiento del permafrost por el cambio climático, considerado uno de los diez problemas que más están impactando en el ambiente; el INTI aporta sus conocimientos para el emplazamiento y mantenimiento de las pistas de aterrizaje.
El Instituto de Prevención Sísmica está preparando la instalación de tres sismógrafos que transmitirán datos en tiempo real hasta su sede, en San Juan. “Queremos desarrollar una red de monitoreo que pueda generar alertas tempranas de un potencial tsunami y contar con información para trazar un mapa de riesgo sísmico del que carecemos en la Antártida –explica su director, Rodolfo García–. En esta primera etapa, los estaríamos instalando en Carlini, Esperanza y Orcadas”.
El Servicio Geológico Minero Argentino (Segemar), responsable de la cartografía geológica de todo el territorio nacional, iniciará la del norte de la Península Antártica. Dentro de su tarea de control de los volcanes activos, uno de los cuales se encuentra en la Isla Decepción, que tiene muchas visitas turísticas. “Instalaremos una red de seguimiento para evaluar la actividad de la cámara magmática y determinar si este volcán puede reactivarse –destaca Eduardo Zapettini, su presidente–. También haremos un estudio en Orcadas, una zona sísmica donde hay actividad por tectónica de placas que puede generar tsunamis. Ya hubo casos; necesitamos estudiar el área para definir vías de escape para la población y zonas potenciales para construir refugios”.
A estos se sumará el sismógrafo que llevó el rector de la Universidad Nacional del Sur, Daniel Vega, diseñado y fabricado por estudiantes de física de esa casa de estudios. “A partir del análisis de los datos, los chicos podrán aprender, pero además, generar un vínculo con Antártida –dice Vega–. Queremos ayudar a poner en valor la geofísica y la oceanografía, dos disciplinas en las que nuestro país tiene una enorme falencia en la formación de recursos humanos”.
Con sus imágenes satelitales, la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae) genera cartas de hielo, monitoreo de témpanos y de reducción de glaciares.
“El Citedef está trabajando en un generador eólico de eje vertical que queremos coordinar con otro proyecto, que es la producción de hidrógeno para acumulación de energía –menciona Pablo Bolcatto, su director–. En pandemia, diseñamos un respirador propio de uso compasivo apto para ser utilizado en ambientes inhóspitos y que está pendiente de la aprobación de la Anmat para ser distribuido en las bases”.
Y el Ministerio de Salud de la Nación participa a través del Anlis-Malbrán, que tuvo una papel sustancial durante la campaña antártica, especialmente durante el primer año de la pandemia –dijo Vizzotti–. Queremos que la sinergia entre Ciencia, Tecnología, Salud y Defensa se profundice y se potencie para avanzar en nuevos proyectos. El Comando Antártico y el Hospital Garrahan trabajan en conjunto para asistir con telemedicina a las bases que tienen niños y niñas, y nos gustaría ampliarlo al Hospital Bonaparte para brindar apoyo virtual en salud mental y generar evidencia del posible impacto de largas temporadas de aislamiento”.
Un laboratorio natural
“Aún con las dificultades de los últimos cinco años, publicamos seis trabajos en Nature, lo que de alguna manera es un reflejo de la calidad de ciencia que podemos hacer –desliza Walter Mac Cormack, director del Instituto Antártico Argentino, que coordina la investigación local en el continente helado–. A grandes rasgos, se podría decir que Marambio es el gran centro de la actividad geológica y Carlini, el de la biología, pero no sería justo resaltar un área en particular. Se realizan todo tipo de investigaciones y hasta hay sociólogos abocados a conservar el acervo histórico”.
Y más adelante agrega: “Si se concretan, las inversiones anunciadas van a significar un cambio muy notorio. Por ejemplo, los laboratorios del Irízar les darán a los científicos la posibilidad de trabajar en esa plataforma que hace un recorrido impresionante año a año, pero que hasta ahora no había tenido equipamiento en condiciones de hacer trabajos de avanzada”.
La Antártida es también uno de los lugares del mundo donde más se siente el cambio climático. “Desde su creación, en 1904, el promedio de temperatura en la Base Orcadas, donde no se producen gases de efecto invernadero, ascendió 2°”, subrayó Celeste Saulo, directora del Servicio Meteorológico Nacional.
“La Argentina tiene más presencia en la Antártida que trabajo científico –concluyó Filmus–. Tenemos que abrir más oportunidades para hacer investigación. El futuro de la humanidad depende en buena medida de sus reservas”.
Y sumó Taiana: “Hoy, muchos están mirando al Sur. Nosotros también lo hacemos por propia decisión, pero no es algo aislado o extravagante. Es obvio que el Atlántico Sur es uno de los últimos reservorios pesqueros gigantescos y que el cuidado de nuestras 200 millas es cada vez más relevante. Por eso, la decisión de tener una presencia lo más importante posible en la Antártida es estratégico. Implica tiempo, inversión y experiencia. Hay que formar gente, modernizar instalaciones, pero buena parte del resto de los países que desarrollan una actividad antártica lo están haciendo: están intensificando su actividad, ampliando más presencia, mandando más barcos... No hay duda de que estamos en una década en la que la actividad antártica va a crecer y a tomar más valor”.
Con una dotación de 75 personas, que incluye efectivos de las tres fuerzas armadas, e investigadores del Instituto Antártico Argentino y del Servicio Meteorológico Nacional, la Base Marambio es una de las siete que actualmente están activas en continuado a lo largo de todo el año. La Argentina es el país del mundo que desde hace más tiempo está presente en esos parajes inhóspitos desde que hace 118 años estableció la Base Orcadas. Posee además otras seis que se habilitan durante ciertas temporadas, especialmente en verano.