Los habitantes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires vivimos inmersos en un paisaje sonoro totalmente contaminado por ruidos que interfieren con la calidad de vida. O, al menos, tal es la opinión de ocho de cada diez vecinos, según una encuesta de la Fundación Ciudad realizada entre marzo y abril a más de 800 personas de distintos barrios por la consultora Voices!, y cuyos resultados se presentarán en un webinario este jueves, a las 18.
Entre los ruidos que se escuchan con mayor intensidad figuran los del tránsito (mencionados por 8 de cada 10 encuestados), las sirenas (6 de cada 10), los camiones de basura (56%) y los de obras en la vía pública (56%). Se incluyen también las obras de construcción privadas (54%) y ladridos de perros (49%).
Como consecuencia del ruido, ocho de cada 10 afirmaron haber tenido que interrumpir alguna actividad diaria. En el top tres figuran dormir, descansar y estudiar o leer. El segmento etario que parece más afectado es el de 16 a 24 años.
Esto ya de por sí sería un problema, pero hay algo tal vez peor: la opinión ampliamente mayoritaria es que se trata de un problema en aumento.
Se llama contaminación acústica o sonora al exceso de sonido que altera las condiciones normales del ambiente. Aunque el ruido no se acumula, traslada o perdura en el tiempo como otras, también puede causar daño y degrada la calidad de vida.
“Desde el punto de vista de la salud mental, lo consideramos polución de la misma forma que la sobrecarga de carteles y estímulos visuales –dice Marcelo Cetkovich-Bakmas, Director del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Fundación INECO y profesor en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Favaloro, que participará este jueves 30 de junio en un webinario en el que se presentará el estudio–. Además del efecto distractor, produce un cuadro de agotamiento. Por ejemplo, los pilotos usan siempre auriculares para eliminar el ruido ambiente permanente, que es muy agotador. La moto que pasa haciendo ruido por la calle lo que está haciendo es invadir mi territorio porque está en la calle, pero también, adentro de mi casa. Por eso se considera que el ruido excesivo es una de las formas de la polución ambiental que puede alterar la salud mental en forma sutil, sumándose a todas las demás. Tiene efectos deletéreos en la conducta de las personas y se agrega al resto de las tareas que uno hace. Es como estar caminando cuesta arriba: suma cansancio”.
Un problema urbano poco estudiado
La contaminación auditiva es un fenómeno poco estudiado en la relación ciudad-ambiente; sin embargo, el transporte, la construcción, las bocinas y sirenas de ambulancias y bomberos rompen el equilibrio natural. Los perjuicios que esto causa van desde trastornos fisiológicos, como la pérdida progresiva de audición, hasta psicológicos, como cansancio, perturbación del sueño, estrés, irritabilidad, pérdida de la concentración, agresividad, dolor de cabeza, alteración de la presión arterial o el ritmo cardíaco, depresión del sistema inmunológico, vasoconstricción y estados depresivos, entre otros.
Según la Organización Mundial de la Salud, es “ruido” todo sonido que exceda los 65 decibeles. Y, contrariamente a lo que se cree, no solo yendo a un concierto de rock o poniéndose los auriculares en un volumen muy alto se puede dañar la audición; eso puede ocurrir incluso con los sonidos que ya consideramos normales. “En las ciudades hay un cóctel de ruido en el ambiente que en general se debe al tránsito automotor, trenes, sirenas... –coincide el otorrinolaringólogo Santos Tasio, docente de la Facultad de Ingeniería Acústica de la Universidad Nacional Tres de Febrero (Untref), que hace tres décadas investiga sobre la fisiopatología del oído–. La gente que vive frente al ferrocarril o en avenidas muy transitadas está sometida a ruidos por encima de 80 decibeles y ese nivel ya daña el sistema ciliado externo del oído; es decir, las células que traducen el movimiento de los líquidos que tenemos dentro del oído a energía bioeléctrica. Y cuando eso ocurre, la audición se deteriora. O sea, que ya por vivir en una ciudad muy ruidosa podemos lastimar nuestros oídos. Por supuesto que hay zonas más ruidosas que otras”.
La primera declaración internacional que contempló las consecuencias del ruido sobre la salud humana se remonta a 1972, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) decidió catalogarlo como un tipo más de contaminación. Siete años después, la Conferencia de Estocolmo clasificaba al ruido como un contaminante específico.
Un reciente informe del Programa de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente (PNUMA, Fronteras 2022: ruido, llamas y desequilibrios) considera a la contaminación acústica en las ciudades como un peligro creciente para la salud pública. Los más afectados son los jóvenes, los ancianos y las comunidades marginadas cerca de carreteras con mucho tráfico y zonas industriales y alejadas de los espacios verdes. Una de las soluciones que propone el PNUMA para combatir la contaminación acústica en las ciudades es incrementar las zonas verdes. La vegetación dispersa el ruido y amplifica los sonidos naturales, ya que atrae la vida silvestre y mejora el paisaje urbano.
"El ruido de un subterráneo también daña –dice Tasio–. Por supuesto que si a eso le agregamos recitales donde tenemos 120 decibeles al lado del parlante, es una verdadera locura. Vamos a terminar con una sociedad con déficit auditivo. Por otra parte, al escuchar música por auriculares, no hace falta que el sonido sea tan alto para provocar daño, porque se recibe de forma mucho más intensa que desde una fuente lejana. Esto es algo que estuvimos estudiando mucho en la Untref. Tengo trabajos donde muestro que el ruido de unos 60 decibeles, recibido dentro del conducto auditivo externo, puede llegar a dañar. El ruido no sólo deteriora el umbral (uno escucha menos los sonidos débiles), sino que altera el techo auditivo (se escuchan muy fuertes los sonidos de mayor nivel de decibeles)”.
Envejecimiento auditivo
Diversos estudios realizados en población urbana muestran que las personas sometidas a ruido fuerte y constante tienen el oído "envejecido".
"En una ciudad ruidosa, el oído envejece más rápido –confirma Tasio–, ya que, como cualquier órgano, se degrada de acuerdo con cómo lo cuidamos. En la facultad estamos trabajando en paisajes acústicos, que del mismo modo que los visuales, pueden contribuir a la calidad de vida. Por ejemplo, el ruido que genera una fuente con aguas danzantes es tranquilizador. Sonidos de cascada o cantos de aves, parecería que pueden influir en el nivel de estrés de las personas”.
Y agrega Cetkovich-Bakmas: “Normalizamos muchas cosas que están invadiendo permanentemente nuestra privacidad y todo lo que agrega estimulación sensorial, desde el punto de vista cognitivo produce una distracción ‘subliminal’. Si estoy trabajando en mi computadora y pasa una moto que me distrae, tengo que sustraerme a la atracción de ese sonido y volver a concentrarme en lo que estaba haciendo, y eso es agotador. Es lo que los neuropsicólogos llaman ‘residuo cognitivo’, algo así como ‘basura cognitiva’. Es lo mismo que hacen las redes sociales. La contaminación sonora aumenta el residuo cognitivo, que es información que no sirve, merma la capacidad cognitiva global y aumenta la fatiga. Insisto: es como ir caminando cuesta arriba, desgasta”.
Es lo que indica el estudio de la Fundación Ciudad: una gran mayoría considera que la contaminación auditiva impacta en su calidad de vida (84%), en su humor y su estado de ánimo (87%), además de en la salud física (73%).
Entre los trastornos mencionados como efectos adversos del ruido incluyen nerviosismo, irritabilidad, dolor de cabeza, falta de concentración. Los más afectados serían las mujeres y los jóvenes.
Ocho de cada 10 declaran haber interrumpido una actividad por el ruido ambiente; entre ellas, dormir (53%), descansar (42%), estudiar o leer (38%). Del total, dos de cada diez encuestados manifestaron que la contaminación sonora es tan relevante para su bienestar como las congestiones de tránsito. Y que es un problema que no está en la agenda pública. El 60% estimó que en los últimos 10 años el ruido aumentó en su zona de residencia.
Aunque se percibe como menos preocupante que la inseguridad, las personas en situación de calle y el mantenimiento de calles y veredas, es una preocupación que ocupa un lugar preponderante, tanto como la congestión vehicular. Prevalece por sobre la falta de iluminación y de limpieza en las calles, y la contaminación del aire/polución.
Según el informe de la Fundación Ciudad, “Pese al consenso que existe en torno de la idea de que el ruido impacta en la calidad de vida de las personas, no se lo ve como un problema público o común y el 83% sostiene que la contaminación sonora no está presente en la agenda política y que es un problema minimizado”.
“Deseamos instalar el tema en la agenda pública por las múltiples quejas recibidas, que aumentaron especialmente luego de la ‘tregua’ de la pandemia –afirma Mora Arauz, Coordinadora de Programas de la Fundación Ciudad en un comunicado–. Estos resultados confirman nuestra presunción inicial y la necesidad de abordar desde el Estado un tema que afecta la salud y la calidad de vida”.
Y concluye Tasio: “El oído es uno de los órganos más bellos que uno tiene para disfrutar la palabra del otro, la música, incluso para comunicarnos con nosotros mismos, ya que nos permitió adquirir el lenguaje. Hay que aprender a cuidarlo, porque por ahora no tiene reemplazo.