La lucha de los feminismos por el Derecho al aborto en todo el mundo se remonta a lo que se conoce como la “segunda ola”, movimiento que se centró a partir de los 60’s en la politización de la vida cotidiana de las personas y el desmantelamiento de los mecanismos de control de las mujeres en el ámbito de lo privado, los vínculos afectivos o el hogar, desde una mirada social. Los relatos y las experiencias biográficas que eran consideradas personales y del orden de lo intransferible, adquirieron carácter plenamente político y colectivo. Lo que comenzó a cuestionarse fue la idea de maternidad como destino infalible de toda mujer, y la instauración del derecho a una sexualidad y una vida plena separada de la reproducción y la maternidad como obligatoria. De allí se desprende el reclamo por una maternidad plenamente deseada.
La legalización del aborto en Argentina ha formado parte de la lucha feminista y la agenda pública, en los últimos años encabezada por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. A pesar de las diferencias partidarias de los Gobiernos democráticos, y los contextos sociales, políticos, y culturales, constituye hace varias décadas una deuda histórica del Estado. Hoy el reclamo llega al Congreso luego de haber ganado las calles y el debate público. La gran diferencia con 2018 es la presentación de los proyectos de Interrupción Voluntaria del Embarazo y el “Plan de los Mil Días” por parte del Poder Ejecutivo, a cargo del Presidente Alberto Fernández, que le agrega al proceso un peso institucional y programático que previamente no tenía, y la garantía de que será tratado como un tema de Estado.
El cuerpo y la maternidad: ¿quién decide?
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Durante las últimas semanas en las comisiones conjuntas y las audiencias legislativas quienes sostienen la aprobación del proyecto desarrollaron argumentos y explicaciones que abarcan la problemática desde una mirada integral: se dieron a conocer estadísticas reales que muestran al aborto como un hecho social que sucede y que en caso de continuar como hasta ahora seguirá produciendo muertes cada año; se habla de salud pública integral de las mujeres como un estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones y enfermedades; se entiende la democracia como un proceso y no como un estado inmodificable por lo cual se parte de un piso de derechos a ampliar, y no un techo; se plantea la puesta en marcha de un nuevo paradigma de educación sexual integral; para garantizar que la decisión sea deseada se trabajó sobre un plan de atención y acompañamiento de la maternidad; y se hace hincapié en el reconocimiento de los cuerpos como un espacio primordial de lucha por los derechos humanos y nuevas conquistas sociales.
El poder de decisión de las mujeres sobre su propio cuerpo es el tema central que atraviesa todos los puntos anteriormente mencionados del proyecto de IVE, y es justamente el foco de mayor conflicto político, social y cultural con los sectores conservadores en general, y los mal denominados grupos “Pro Vida”. Por supuesto que el espacio hegemonizado por los pañuelos celestes está conformado por un amplio espectro de sujetos y visiones políticas muy diferentes. Sin embargo al repasar los argumentos desarrollados, en su mayoría ponen el acento en la maternidad como “vocación natural” de toda mujer .
Para analizarlo hay que comprender que los cuerpos son construcciones sociales. La maternidad funcionó de esta manera como una institución patriarcal que tendió a garantizar el control masculino del potencial femenino. Si bien no existe lo corporal como algo dado, históricamente se ha vinculado a la mujer con su condición “natural” o meramente biológica de gestar. El cuerpo de los varones, por el contrario, no está producido de la misma forma. La definición de las mujeres como sexualidad, reproducción y maternidad es el punto de partida de todos los procesos de inferioridad social, laboral, económica, política, y cultural. La jerarquía de género en todos los ámbitos sociales y el dominio masculino se sostienen sobre esta disposición binaria y desigual aún vigente.
Familia, moralidad y culpa
Utilizando el discurso de instituciones como la familia tradicional, el matrimonio y la Iglesia, desde los sectores anti aborto imponen una fuerte moral que se trasmite bajo la forma de culpa y nociones taxativas de cómo unx debe comportarse y actuar. El periodista de La Nación Mariano Obarrio, uno de los principales referentes celestes, llegó a organizar un grupo de WhatsApp en el que incluyó a figuras públicas y famoses como Toti Pasman, Amalia Granata o Maru Botana para darle una impronta particular y anti política a la militancia: “Buscamos generar valores como la familia, la disciplina, la autoridad dentro de la familia. Son cosas que a veces se olvidan”, dijo. Dicho discurso alude a un concepto de familia típico de principios de siglo XX, que afortunadamente se ha modificado en las últimas décadas.
El sistema social en su conjunto, tanto el imaginario simbólico como los entramados sociales, está organizado para que el modelo hegemónico pueda reproducirse. La imagen publicitaria de familia burguesa aparece como la institución primaria sacralizada para la organización de todas las relaciones en la sociedad, que instruye al cuerpo, disciplinando y controlando por medio de restricciones y prohibiciones. Lo que ocurre por fuera de ese modelo es automáticamente criminalizado y estigmatizado, como ocurrió en los 80 y 90 con el Divorcio, y en los últimos años con el Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad de género. No casualmente en 2010 se creó la Red Federal de Familia para impedir que las parejas homosexuales se casen, organización que forma parte del espectro celeste.
La práctica abortiva ilegal y clandestina produce muchas veces, además de muertes y padecimientos de salud, sentimientos de culpa y de miedo, situación que está relacionado con la penalización y la estigmatización social, y no con la práctica en sí misma que llevada adelante en buenas condiciones es un procedimiento simple y seguro. Esto se manifiesta por ejemplo en el “Salvemos las Dos Vidas” que alude a un proceso de “humanización”, por el cual un embrión en desarrollo se convierte en un ser humano. La influencia que la Iglesia ejerce y ha ejercido desde este lugar es todavía muy fuerte. Indudablemente el disciplinamiento actúa de modo diferente según las condiciones subjetivas de cada persona, pero lo que se proponen los dispositivos es influir negativamente, castigar a quien decida no continuar con su embarazo, y mitigar las posibilidades de elección y el acceso a realizar la práctica en un lugar seguro.
La oposición a la legalización del aborto es solo la punta del iceberg de un paradigma de fondo. Esto responde a discursos no solamente religiosos, sino también médicos, psicoanalíticos, estatales, culturales, económicos, etc. En efecto, los momentos históricos de mayor reacción patriarcal contra el avance de los feminismos suelen tener como correlato simbólico una reelaboración de los discursos de inferioridad y subordinación de las mujeres. En realidad la intransigencia de las creencias, tradiciones y la organización jerárquica de dominio masculino tiene un anclaje en el recelo y la resistencia a los cambios que puedan darse en la estructura patriarcal institucional, y en la esfera de la sexualidad y las libertades para las mujeres de ahora en adelante. Por eso y más que nunca el Aborto tiene que ser Ley.