Feminismos y populismos

El feminismo que articula las demandas propias con las luchas del campo popular tiene una oportunidad histórica de transitar hacia otra matriz civilizatoria con un Estado que regule la vida social en términos de cuidados. 

07 de marzo, 2022 | 22.00

El movimiento feminista decidió modificar el sentido institucionalizado por las Naciones Unidas en 1975, que consistía en “celebrar” el Día Internacional de la Mujer. Desde el año 2017, las mujeres establecieron que el 8 de marzo -el «8M»-, sería una jornada de lucha para visibilizar la violencia machista sexual, económica, política, física y verbal que sufren las mujeres. El sufragio femenino, la igualdad de género, la separación entre sexualidad y reproducción, la maternidad libre, fueron espacios negados que las mujeres debieron conquistar a través de la lucha, hasta convertirlos en derechos. Con vistas al 8M el Ministerio de Mujeres y Diversidad organizó un megaevento de cuatro días en el que hubo actividades, charlas, artistas, movimiento y debate para visibilizar las problemáticas de género.

El feminismo actualmente está en el centro de la escena política, pero cabe considerar que este nuevo sujeto no es uniforme, sino que forma parte de un campo heterogéneo con tensiones constantes.

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Diferenciaremos a grandes rasgos dos grupos. Por un lado, hay un feminismo que habla de diversidad, empoderamiento de las mujeres, derechos para la comunidad LGTBQ+, multiculturalismo, ambientalismo, etc., a la vez que pretende permanecer aislado de las demás luchas políticas. Se trata de un enfoque en el que lo igualitario se reduce a la meritocracia, que no apunta a abolir la jerarquía social, sino al empoderamiento de las mujeres, para que las talentosas lleguen a la cima y alcancen posiciones semejantes a la de los varones. Es, en definitiva, un feminismo corporativo, en el que sus beneficiadas solo pueden ser las que poseen el capital social, cultural y económico requerido. Uno de los obstáculos de esta concepción es que deja intacto el problema de la desigualdad estructural y las políticas de despojo neoliberal.  Este feminismo puede tener buenas intenciones, pero termina resultando superficial, sólo constituye una condescendencia moralizadora con aura progre.

Hay otro feminismo -al que adherimos-, que retoma el legado de Ernesto Laclau, apostando a una construcción que articula las demandas feministas con las luchas del campo popular, que está orientado por una política de distribución igualitaria, inclusiva y sensible.

Se trata de un feminismo que, partiendo de la igualdad y la libertad como premisas, se inscribe en el campo popular para profundizar la democracia. Lucha contra el racismo, la homofobia, se articula con otras demandas populares y traza una barrera antagónica contra toda forma de mal trato o despojo: explotación, opresión y violencia, propios del machismo y el neoliberalismo.

Queremos destacar la categoría “articulación” de crucial importancia en esta época, en la medida en que construye una unidad, una solidaridad, sin cancelar ni sintetizar las diferencias e intereses. Esta categoría aporta una novedad a la teoría política: permite salirse del individualismo o del goce narcisista en el que caen las concepciones que hacen valer de entrada una identidad dada, clausurada.

Dicho en otros términos, la articulación fuerza a soportar las preguntas “¿qué quiero en esta lucha?”, “¿quién soy?”. La identidad surge como una respuesta que no se posee previamente, sino que emerge en la praxis como voluntad colectiva provisoria y abierta. El surgimiento de este nuevo sujeto popular que tramita sus conflictos es un efecto contingente, temporal y frágil, producto de su heterogeneidad constitutiva que lo transforma constantemente.

Estamos asistiendo a una crisis global que se ha acelerado con la emergencia del coronavirus, y a una reconfiguración del mundo orientada por la transición multipolar. Aunque el futuro es incierto, el feminismo articulado al campo popular tiene una oportunidad histórica de transitar hacia otra matriz civilizatoria con un Estado que regule la vida social en términos de cuidados, que históricamente fue una demanda del movimiento de las mujeres.

El desafío actual es la construcción de un campo popular-feminista, que se articule a su vez a una nueva hegemonía latinoamericana, basada en la democracia, el cuidado y la igualdad radical.

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