Vacuna, Clarín y Sarlogate: cinismo, no sólo hipocresía

14 de marzo, 2021 | 00.05

“Si todo te da igual, estás haciendo mal las cosas”. “Locura, es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. “Si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo”. Estas esclarecidas reflexiones de Albert Einstein cobran especial valor en la actualidad, merecen tenerlas en cuenta para valorar acciones y conductas a la hora de depositar nuestra confianza en quienes incidirán inexorablemente en nuestro futuro.   

Algunas precisiones indispensables  

Una primera y necesaria aclaración. El “cinismo” al que aquí se hará referencia nada tiene que ver con la escuela o doctrina filosófica de la Antigua Grecia, fundada en el siglo IV a.C. por Antístenes –discípulo de Sócrates- que rechazaba la fama, el poder o la riqueza. En la convicción de que esos valores, impuestos por las convenciones, no constituían el camino virtuoso y, en consecuencia, profesaban el desprecio por todas las normas y convenciones sociales.

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Como se verá, nada de ello es aplicable a la concepción actual –y que hace ya mucho tiempo- se asigna a las conductas calificadas de ese modo y, mucho menos, se adaptaría a los afanes y motivaciones que ostentan quienes se comportan cínicamente en nuestros días.

En tren de precisiones no es ocioso detenerse en las diferencias que ofrecen palabras como cinismo e hipocresía que el lenguaje coloquial suele utilizar indistintamente aunque, en rigor de verdad, no significan lo mismo pero sí participan de un fino entramado en la caracterización de actitudes personales igualmente disvaliosas.

En la búsqueda de definiciones que permitan apreciar esas diferencias debemos reconocer una primera condición de la que ambas participan, que es la falsedad que subyace en uno y otro caso.

La conciencia de lo falso que se encubre, la ocultación de la mentira propia y el fingir sentimientos, ideas o cualidades que en modo alguno se ostentan, se identifica con la hipocresía.

El mentir sin pudor alguno, la defensa de actitudes claramente reprochables, sostener descaradamente lo que se sabe falso o la reivindicación desvergonzada de actos deshonrosos, son manifestaciones del cinismo.

La línea divisoria es por demás delgada y hasta puede resultar imperceptible para juzgar o catalogar acciones concretas, la comunidad que poseen en algún sentido o sus indiscutidos puntos de contacto -como antes se señalara- suman confusión y ello, si se quiere, forma parte de su propia esencia.

Quizás sea la ética desde donde pueda advertirse con mayor nitidez esa diferencia porque, siendo objeto de igual reprobación, el cinismo potencia a su máxima expresión la hipocresía, hace impúdica gala de la mentira como modo de proceder e importa una desfachatada burla de la buena fe y del valor de la palabra.

Asombro, no. ¿Perplejidad?

Nuestra capacidad de asombro podría plantearse sin límites, en tanto nuevos hechos siempre pueden acontecer en un sentido superador de otros que parecían colmar toda expectativa de que ello ocurriese.

Sin embargo, a esta altura difícil sería sostener que ciertos episodios asombran, a la luz de los antecedentes acumulados y de los personajes involucrados.

La pandemia y el modo de hacerle frente, ha sido objeto de reiteradas campañas opositoras cargadas de hipócritas consignas y de cínicas críticas. A despecho de lo que viene sucediendo en todo el Mundo en orden a las medidas que los Gobiernos adoptan y las consecuencias que resultan de no imponer aislamientos/distanciamientos sociales rigurosos o de transigir con excesivos relajamientos y reaperturas inapropiadas de las actividades.

Otro tanto se verificó, con respecto a las vacunas que se proponían para alcanzar un nivel razonable de inmunización de la población. Que primero apuntaron a su ineficacia o nocividad contrariando todo fundamento científico, dando luego paso a reproches por su distribución en el país o a la vacunación de quienes -como fue el caso de Alberto Fernández o Axel Kicillof- se vacunaron para desmentir las imputaciones que se les hacían de que, justamente, no querían asumir los –inexistentes- peligros que se le atribuían a la Sputnik V.

La lentitud, ausencia de un Programa de vacunación por parte del Ministerio de Salud local y posterior tercerización en favor de las empresas de medicina prepaga que se registró en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, vino antecedido de acusaciones al Gobierno nacional de la inequidad en el reparto en perjuicio de ese distrito.

Esto último era una absoluta falsedad que lo demuestra, por ejemplo, que la Provincia de Buenos Aires con una población de 17,5 millones recibió 1.301.305 dosis de vacunas (es decir, 7.418 dosis por cada 100.000 habitantes), mientras que la CABA con una población de algo menos de 3,1 millones recibió 325.827 dosis (o sea 10.593,8 dosis por cada 100.000 habitantes).

Si algo faltaba, el operativo montado para vacunar a los mayores de 80 años fue desastroso, como lo mostraban las imágenes en el Luna Park donde se amontonaban en largas filas a pleno rayo del sol personas que, tanto por su edad como por evidenciar distintos problemas de salud, era inconcebible que se los hubiera sometido a tamaño destrato y sin brindarles la más elemental infraestructura durante la extensa espera que se les impuso.

El silencio y pasividad del Jefe de Gobierno ante esa oprobiosa situación no contrastó con la vergonzosa actitud asumida por su Ministro de Salud (Fernán Quirós) que, con argumentos inadmisibles que delataban su hipocresía, trató de explicar lo inexplicable y se limitó a un pedido de disculpas. De renuncias ofrecidas o requeridas, nada.

La provincia de Corrientes, territorio “radical”, no se quedó atrás. A raíz de un accidente sufrido por su Ministro de Salud, se descubrió que transportaba en su vehículo 900 dosis de vacunas sin cumplir con protocolo alguno y con destino como destinatarios ignotos. El Gobernador, Gustavo Valdés, superando la hipocresía con un cinismo demoledor, afirmó: “No se va a echar a un Ministro porque tuvo un infarto”.

La respuesta que diera al requerimiento de legisladores de otras fuerzas políticas ofende la inteligencia, porque estaba claro que el reproche no apuntaba a la cardiopatía que provocó el accidente, sino a la grave irregularidad que develó ese acontecimiento y de la que nadie en el gobierno se hizo cargo.

Ahora bien: ¿Es razonable pensar que provocan perplejidad? ¿Qué desconciertan, que confunden, que generan dudas sobre qué partido tomar o cómo interpretarlos? Realmente no, salvo que se incurra en una absoluta ingenuidad o en un desinterés extremo por todo análisis.

Sopa de Letras

La escritora Beatriz Sarlo es a la presuntuosa intelectualidad reaccionaria, lo que Elisa Carrió es a la política seudorepublicana golpista y antidemocrática. Cara y contracara de una moneda absolutamente depreciada, que ha perdido todo valor de cambio aunque la sostiene el Mercado al que le sigue reportando utilidades.

Ambas son cultoras del show mediático, que inteligentemente aprovechan para fomentar su divismo con una pátina de “eticidad” que le reditúa un periodismo siempre dispuesto a brindarles espacios para sus campañas hedonistas.

A comienzo de febrero de este año, en una entrevista en TN (del Grupo CLARIN), Sarlo afirmó: “Me ofrecieron la vacuna por debajo de la mesa y dije: ¡Jamás! Prefiero morirme ahogada en covid”.

Ese ofrecimiento lo señaló como originado en la esposa (Soledad Quereilhac) del Gobernador bonaerense y obviamente implicándolo en una acción que, conforme fuera relatada, suponía un manejo discrecional e irregular de un servicio público esencial en esta época. Así fue como lo presentaron y titularon los portales de los medios de comunicación hegemónicos, señalando que Soledad le había ofrecido inmunizarse a Sarlo cuando, según la beatificada escritora, no le correspondía.

Con posterioridad se supo, y Sarlo no tuvo otra alternativa que reconocerlo este 10 de marzo al declarar bajo juramento como testigo en una causa ante la Justicia Federal, que en realidad la propuesta le había llegado a través de su editor –por correo electrónico- y para formar parte de una campaña oficial del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, en la que participarían personalidades de distintos ámbitos (deportistas, artistas, escritores, académicos), con el propósito de promover la vacunación entre aquellos que dudaban o desconfiaban de su eficacia.

A pesar de que la misma denunciante se había desdicho, al día siguiente (11/3/2021) CLARIN en tapa titulaba con letras de molde “SARLO DIJO QUE LA ESPOSA DE KICCILOF LE OFRECIO UNA VACUNACION VIP”, en la bajada y con letras pequeñas, en cambio, hacía mención a la declaración judicial de la escritora que en nada se condecía con lo titulado.

Al día siguiente de que Sarlo se desmintió a sí misma, Clarín insistió con la operación.

¿Hipocresía? ¿Cinismo? Si, y mucho más, fraude a la opinión pública y violación del derecho a la información que es condición inexcusable de la libertad de prensa.

Por su lado, en una carta abierta Soledad Quereilhac decía en cuanto al mentado asunto y la mentada escritora: “…Se pensaba en la función social que ese acto individual podía cumplir para el conjunto de la sociedad (…) cuesta creer que quien fuera Profesora Titular de Literatura argentina del siglo XX durante más de dos décadas (…) tenga problemas de lectura frente a un simple correo electrónico (…) a la luz de la autopercepción como una persona que ‘tiene ética’, sólo cabe esperar que se rectifique”.

Esperanzas vanas, tanto interesar a Sarlo en una función social, como que la imagen que ella pretende proyectar sea producto de una sincera -y menos real- “autopercepción”. Arrinconada por los hechos contundentes, que las “letras” no alcanzan a reconducir, Beatriz Sarlo atinó a decir: “Me autocritico fuertemente, no debí decir por debajo de la mesa”, fue una “desdichada metáfora”.

La metáfora es una figura retórica que hace un uso figurado del lenguaje. Generalmente se utiliza para referirse a algo pero sin nombrarlo específicamente. Las metáforas utilizan el doble sentido y son una herramienta fundamental para la lingüística y la teoría literaria.

Entonces, es de suponer que en su condición de conocedora de la lengua y docente de literatura ninguna confusión pudo haber tenido en orden al sentido que, “por debajo de la mesa”, adquiría en el contexto en que se formulaba. Más aún, en su calidad de militante política que lo fue y lo sigue siendo, si bien encuadrada en distintas corrientes ideológicas cuyas diferencias lucen más aparentes que reales y tienen, claramente, en común un total desprecio por lo popular.

Juntos por Conversos (JxC)

La juntada es propicia para veteranos desmemoriados como para advenedizos de la política, todos encuentran un lugar o se lo hacen a empujones, en tanto adscriban férreamente a los postulados el Neoliberalismo y se sometan a los mandatos de quienes detentan el poder económico concentrado.

Mario Negri, Alfredo Cornejo, Jesús Rodríguez, Julio Cobos, Facundo Suárez Lastra, Gerardo Morales figuran, entre otros, que hace rato descarrilaron perdiendo todo anclaje con el sentir republicano, democrático y popular que alguna vez invocara un radicalismo del que no queda vestigio alguno.

Martín Lousteau, un peregrino de la política, cuya impronta es el tránsito permanente de partido en partido, recalando allí donde avizore una grieta que le permita colarse para saciar sus ambiciones personales, que constituye su único dogma.

En eso se asemeja a Elisa Carrió, con la diferencia de que ella sí construye espacios políticos que duran tanto como se le antoje y siempre sujetos a su pasión por la deconstrucción, sin que tenga reparo en volver y revolver cuantas veces crea que así saca provecho.

Miguel Pichetto y Patricia Bullrich no son los únicos, pero si los más emblemáticos de la defección al Peronismo, de cuyos principios doctrinarios hoy abjuran sin ningún pudor.

El centro de gravedad de J x C está en el PRO, un puerto al que arriban dirigentes de todo pelaje con predominio de los más pilosos, con Macri como mascarón de proa y sumo sacerdote del Dios Mercado al que ofrecen en sacrificio a la Nación, aspirando con apropiarse de alguna de las sobras que deje la depredación Neoliberal.

Como otras tantas veces, un proyecto nacional y popular encuentra una férrea oposición amalgamada en su repulsa por igual a esos dos atributos, renegando de los más elementales principios democráticos e invocando valores republicanos que su accionar desmiente y, por supuesto, contando con el respaldo foráneo por vía de la Embajada de EEUU.

¿Cuánto falta?

La hipocresía instalada como eje del discurso político opositor no sólo ya no asombra, sino que pareciera ser banalizada o pensarse, por un sector de la población, como inherente a un ámbito fundamental de la vida en comunidad.

Una naturalización semejante permite que el cinismo se constituya en una práctica constante, abonando a una apoliticidad perniciosa que no tiene otro destino que descomponer todo lazo de racionalidad en orden a los valores democráticos, sin prescindir de las heterogeneidades pero conscientes de ser parte de un conjunto –diverso, plural- que por encima de todo constituye la Patria y cuya existencia está ligada a una institucionalidad que asegure las libertades ciudadanas, tanto como  promueva la igualdad como presupuesto del goce efectivo de esas garantías por todas y todos.

¿Cuánto más hace falta que suceda para que se adviertan los peligros que entraña el no prestar debida atención a conductas tan despreciables? ¿Qué puede justificar tolerarlas, al punto de no provocar ningún reproche que se traduzca en una participación activa que impida el posicionamiento de quienes hacen de la mentira su modo de incursionar en la Política?

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Álvaro Ruiz

Abogado laboralista, profesor titular de derecho del Trabajo de Grado y Posgrado (UBA, UNLZ y UMSA). Autor de numerosos libros y publicaciones nacionales e internacionales. Columnista en medios de comunicación nacionales. Apasionado futbolero y destacado mediocampista.