La llegada de Mauricio Macri a la presidencia del PRO viene a desplazar, en todos los ámbitos y niveles, la performance de Patricia Bullrich en el mismo cargo. Todas las miradas, sin embargo, estarán puestas en la relación con el gobierno de Javier Milei, no sólo por la existencia o ausencia del co-gobierno sino también por quién llevará la batuta del vínculo y las formas que, a esta altura, lo son todo.
Macri no quiere un co-gobierno con Javier Milei aunque dará libertad de acción pero a modo individual. Si alguno quiere sumarse a la gestión nacional, lo hará fruto de una negociación personal pero no a título partidario, como ya lo hicieron Bullrich y Luis Petri, lo que no significó ni el desembarco del PRO ni el de la UCR en La Libertad Avanza o en la Casa Rosada. La fusión pensada por el bullrichismo tampoco sería inmediata, más bien pensada camino a las elecciones presidenciales del 2027. El PRO necesita su tiempo.
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El nuevo presidente del PRO no quiere soltarle la mano al gobierno y concentrará sus esfuerzos en el Congreso. Para él, el partido amarillo fue elegido para actuar desde el parlamento y, hasta ahora, consiguió uniformidad en la ejecución. El macrismo acompañó la fallida ley ómnibus en Diputados, votó a favor del DNU en el Senado, no proporcionó el quórum para debatir la nueva fórmula jubilatoria y presentó un listado de proyectos de ley en línea con lo abordado por el decreto, una suerte de reaseguro ante el fracaso de la herramienta o una salida para quienes quieran acompañarla en forma temporal hasta que se sancionen normas individuales.
Con todas las diferencias internas que pueda haber dentro del PRO, integrado por al menos tres corrientes, no hubo fisuras en las actuaciones y tampoco en el partido. Ni Bullrich ni Horacio Rodríguez Larreta se fueron. La pregunta es si podían hacerlo y si les convenía hacerlo a esta altura, probablemente con pocos adeptos. Por una cuestión de necesidad y especulación, a la espera de un futuro que acomode los melones, se quedaron. Una lo hizo con intenciones de incidir en la dirección del partido. El otro permaneció para analizar con más calma el escenario. La primera puso nombres en la conducción – pocos -, el segundo se corrió de la discusión. Pero todos adentro.
Así como Macri quiere ayudar al Ejecutivo desde el Congreso y no quedar pegado con un co-gobierno, Larreta quiere alejar al PRO de Javier Milei. Para él, el partido amarillo nunca representó lo que representa el líder de La Libertad Avanza y no está de acuerdo con el rumbo. No le quiere entregar el espacio. Mauricio está convencido de que no se lo entregará.
Lo curioso es que el macrismo y el larretismo tienen coincidencias en el análisis. Los dos quieren devolverle al partido la identidad que perdió. El tema es que cada uno encuentra esa identidad en polos diferentes. Los dos analizan – uno en la PASO del año pasado y el otro ahora – que Bullrich no tiene estructura en el interior y que sólo pudo cosechar apoyos de poco peso. Eso la dejó sin chances de disputar realmente dentro del espacio.
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Patricia, a diferencia de Larreta, sí quiere disputar la visión del PRO desde adentro. Básicamente, la relación con el gobierno y qué tanto se va a meter el partido en la gestión. Uno de sus alfiles se mostró amigo de cascotearle el espacio a Macri. Los más alineados con Milei y con Bullrich miran con muy malos ojos a Mauricio, a quien consideran un extorsionador.
El desempeño de Damián Arabia en una de las vicepresidencias va a ser más que nada testimonial. El diputado es el hombre de Patricia Bullrich en la mesa de conducción, pero solo ocupa el 25% de las cuatro sillas más codiciadas, por lo tanto su voz sonará casi en soledad. Sin embargo, su trabajo puede tener un peso simbólico importante.
Las diferentes posiciones de los halcones frente a la relación con Javier Milei se harán notar con el paso del tiempo y Arabia puede utilizar una de las herramientas que explotó en el último tiempo, la presencia en los medios de comunicación, para confrontar con el presidente del PRO siempre que se corra de un apoyo ciego al gobierno.
En el bullrichismo se adoptó la postura de colaborador bajo cualquier circunstancia. Incluso con muchas ganas, en algunos casos, de migrar hacia La Libertad Avanza. Los más entregados a esta idea quieren que Milei los llame a formar parte de la gestión como una suerte de agradecimiento por la ayuda proporcionada y no por, cual publicistas, crear una necesidad para luego ofrecer la solución.
Quienes abrazan esta posición ven en Macri todo lo contrario. La rebelión patagónica, con Ignacio Torres a la cabeza, no cayó simpática en el bullrichismo. Patricia lo dejó en claro cuando tramitó un comunicado que fue tomado, en el macrismo, como signo de su debilidad federal. Este sector lee que Mauricio busca erosionar al gobierno para llegar agrandado a la Rosada. Y no gusta. En casos así, cada uno se pronunciará de forma diferente.
Estas visiones van a tener que convivir, pero Macri se encargó de llenar la conducción partidaria de nombres propios para encontrar la menor resistencia posible. El problema es que una gran porción de los dirigentes que acompañan a Patricia también lo hacen con Mauricio. Saben que va a ser complicado, para todos los que ayudaron a construir este desenlace partidario, cohabitar y persistir “de alguna manera”.
Hay una especie de disputa, entre los dos sectores halcones, sobre la conducción de la relación. Cómo se lleva y quién o quiénes la llevan. Si va a ser muy cercana, menos cercana, con más o menos ayuda, si va a ser uno o van a ser varios los interlocutores. No se trata sólo de las sillas. En el bullrichismo entienden que el poder ya no va a pasar por el partido y que si a Milei le va bien, el PRO puede desaparecer dado que ya le sacó la representación en la elección del año pasado. Se define el futuro.