Ser o no ser peronista … ¿esa es la cuestión?

22 de octubre, 2024 | 10.44

El conocido dilema de Hamlet, tantas veces evocado, tantas veces repetido, se nos replantea a diario frente a diversas coyunturas y desafíos existenciales. Aquí, entonces, uno que desvela a las y los argentinos de todo pelaje político.

De mitos y realidades

De aquella conocida reflexión de Perón en una entrevista en su casa de “Puerta de Hierro”, en su exilio en España (“peronistas, peronistas somos todos”), a la contundente respuesta que Leonardo Favio pone en boca del personaje central de su icónica película “Gatica” (“yo nunca anduve en política, yo soy peronista”), se cuentan una inmensa cantidad de hechos y mitos que caracterizan a ese fenómeno político argentino que trascendió nuestras fronteras, constituyéndose en uno -sino el más- reconocido dato de identificación nacional y, a su vez, generador de mayores complejidades para su comprensión.

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Paradójicamente, quizás, ese fuerte elemento identitario con peculiar potencia omnicomprensiva, tanto sea para adhesiones o rechazos, plantea serios problemas para definir la identidad peronista, individualizar a quienes forman parte o no de ese Movimiento, abrazar a unos como compañeras y compañeros o tomar distancia de otros calificándolos de advenedizos, arribistas, infiltrados o traidores.

Un primer problema para entender al Peronismo, desde sus orígenes y hasta la actualidad, es recurrir a categorías eurocéntricas como las clásicas concepciones de “izquierdas” y “derechas”, que cuanto menos se abstraen de una indispensable consideración de los procesos políticos de los países del Tercer Mundo, sus idiosincrasias culturales, sus conformaciones populares y los requerimientos que impone la lucha -aún no terminada- por la emancipación nacional.

Desde otra perspectiva, también, importa considerar su condición movimientista que tanto supera ampliamente -en su constitución y representaciones- la noción de “Partido” como que, además, desde sus inicios se planteó superador de ese tipo de estructuras y hasta nítidamente crítico de la partidocracia de cuño liberal.

Sino para completar el intento de aprehensión de ese fenómeno, al menos para evidenciar las peculiaridades que complejizan recurrir a clásicas definiciones ideológicas, desde su aparición como movimiento político y en el curso de su consolidación como expresión popular hegemónica, ya tempranamente, en el primer gobierno de Juan D. Perón, demostró ser claramente antiimperialista confrontando en la práctica gubernamental, en lo discursivo y en lo dogmático con el Capitalismo y con el Comunismo que se asimilaban en tal categorización. Postulándose como policlasista pero con base y sustento principal en la clase trabajadora, erigiendo al “Justicialismo” como una doctrina alternativa y al Tercer Mundo como el espacio común de los países que resistían los embates coloniales o neocoloniales y al reparto mundial surgido de la Conferencia de Yalta (febrero de 1945) con sus secuelas en una extensa Guerra Fría.

Las “verdades” ayudan a encontrar respuestas

En el Peronismo han convivido desde siempre distintas expresiones o vertientes con anclajes en lo nacional y/o en lo popular, que en muchas ocasiones han protagonizado enconos y enfrentamientos de fracciones, agrupaciones o dirigencias que sin dejar de concebirse cada cual parte del Movimiento -aunque a veces desconociéndose entre sí esa identidad- llevaron a extremos virtualmente irreconciliables sus respectivos posicionamientos.

La definición personal como “peronista” y su retaceo a otros ha sido una constante, con mayor o menor virulencia en esos cruces no exentos de violencias -simbólicas o físicas- y con ciertas pretensiones absolutistas para inclusiones o exclusiones en función del manejo de una suerte de “peronómetro” que determinaría ese “ADN” ideológico y el grado de fidelidad/lealtad/compromiso/coherencia que correspondía asignar a cada cual.

Situación que se ha registrado tanto entre dirigencias, sectores, militantes y adherentes a lo largo de la vasta historia cuyo punto de partida, cuanto menos simbólico, se atribuye al 17 de octubre de 1945. Hito indiscutible de la política argentina, cuya gestación incluso sigue siendo objeto de debates no saldados que en ningún caso le resta entidad como “pueblada” sin precedentes.

Llegado a este punto del análisis y para no incurrir en el error de sólo quedarse en un anecdotario, sin restarle significancia pero atendiendo a la dinámica que es propia de ese Movimiento que supuso una actualización en su devenir respondiendo a factores multicausales, entiendo útil indagar en la dogmática que le es inherente como a toda otra doctrina política.

En ese sentido se erigen “Las 20 Verdades” que fueran presentadas por Perón al cumplirse el quinto aniversario de aquel 17 de Octubre, frente al pueblo reunido en la Plaza de Mayo para celebrarlo y ratificar su lealtad al líder ya entonces Presidente de la Nación; y que cerraba su enunciado, diciendo:

“Éstas son las veinte verdades fundamentales del Justicialismo peronista. He querido reunirlas así para que cada uno de ustedes las grabe en su mente y en su corazón; para que las propale como un mensaje de amor y de justicia por todas partes; para que honrada y lealmente las practiquen; para que viva feliz según ellas y, también, para que muera feliz en su defensa, si fuera necesario.”

De entre ellas, tomo las siguientes que en la coyuntura actual considero especialmente relevantes:

2º) El peronismo es esencialmente popular. Todo circulo político es antipopular y, por lo tanto, no peronista.

3º) El peronista trabaja para el MOVIMIENTO. El que en su nombre sirve a un círculo, o a un caudillo; lo es sólo de nombre.

4º) No existe para el peronismo más que una sola clase de hombres: los que trabajan.

6º) Para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista.

7º) Ningún peronista debe sentirse más de lo que es ni menos de lo que debe ser. Cuando un peronista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca.

8º) En la acción política la escala de valores de todo peronista es la siguiente: Primero la Patria, después el Movimiento y luego los hombres.

9º) La política no es para nosotros un fin, sino solo el medio para el bien de la Patria, que es la felicidad de sus hijos y la grandeza nacional.

En ese discurso del 17 de octubre de 1951, Perón hizo algunas consideraciones que completaban el cuerpo y espíritu doctrinario de aquellas máximas que definían al Justicialismo, que vale la pena rememorar:

“Una vez más puedo hablarles con mi verdad y con mi corazón. Con mi verdad, porque no mentí la primera vez, y con mi corazón, porque no olvidé jamás lo que debo yo y debe la Nación a los descamisados de la Patria. (…) A cinco años de aquella fecha gloriosa para todos nosotros, podemos decir, con legítimo orgullo, que trabajando juntos hemos construido sobre la vieja Argentina, injusta, vendida y traicionada, esta nueva Argentina, justa, libre y soberana. (…) Éramos un país sin rumbo, sin espíritu y sin pueblo. El rumbo nos lo marcaban los de afuera; ahora el rumbo de la Patria es nuestro rumbo; vamos donde queremos ir. Y todavía nos permitimos ofrecer a la humanidad el rumbo nuevo de nuestro Justicialismo. (…) Los imperialismos combaten a Perón porque temen al Justicialismo. Pero esta vez se equivocan. El Justicialismo no es un hombre, es una doctrina. Yo he de partir algún día, pero he de dejarles mi recuerdo. Por eso, nuestro Justicialismo debe mantenerse puro y fuerte como era puro y fuerte el primer 17 de Octubre. (…) Cada peronista tiene que ser siempre, como en el primer 17 de Octubre, un fanático del ideal. El Justicialismo necesita apóstoles y para ser apóstol hay que estar dispuesto a ser héroe, y solamente los fanáticos de amor por una causa son capaces de morir por un ideal. (…)”

Entonces, la pluralidad que representa esa fuerza política que no desaparece por el verticalismo que también forma parte de su impronta, exige una adecuada armonización para enriquecerla dentro de su misma dinámica, así como para fortalecerla en el debate al interior de las distintas instancias orgánicas -que no se circunscriben al aparato partidario-, entre los referentes y la militancia.

El ser peronista en la autopercepción o en la confrontación con otras manifestaciones que reivindican esa misma pertenencia, tiene un primer e ineludible referenciamiento en los principios dogmáticos que surgen de las bases doctrinarias del Peronismo, sin que la afiliación partidaria posea connotación alguna determinante de esa identificación ideológica.

Con lo cual, si admitimos esa delimitación inicial que marque una frontera entre el adentro y el afuera del Peronismo, habrá que hacer otras focalizaciones que respeten las disidencias en un espacio tan amplio, sin que la pluralidad o diversidad sectaricen disfuncionalmente la unidad de propósitos y acción imprescindibles, acordes con la máxima: Primero la Patria, después el Movimiento y luego los hombres (y mujeres -a tono con el cambio de época-)

Mejor que decir

Así como sucede con otras ideologías, a pesar de negarse a veces por una excesiva intelectualización, las emociones forman parte central de las inclinaciones políticas, lo que en el Peronismo es ostensible no sólo en palabras de su máximo líder sino en el sentimiento que insufla a quienes se identifican con esa fuerza y de lo que dan sobradas pruebas las experiencias aquilatadas en casi ocho décadas.

Sin embargo, lo emocional no es sólo lo que nutre al Peronismo, pues también su historia se inscribe en un prolífico desarrollo del pensamiento nacional y registra figuras destacadas que han abonado ese acervo en los más diversos campos del conocimiento y de la praxis social, cultural y comunitaria. Un pensamiento que no ha sido lineal ni exento de profundos debates, sin desbordar por ello los márgenes doctrinarios, pero generando tensiones, que en ocasiones han puesto en riesgo de fractura y fragmentaciones como, incluso, ha llevado a divisiones que no siempre fueron posibles restañar.

El ordenamiento interno como la unidad en la acción política contó en vida de Perón con su insustituible figura, en orden a amalgamar voluntades y, a falta de consensos, adoptar las medidas que fueran menester.

Perón hubo uno sólo, sin que ningún otro liderazgo dentro del Movimiento por más consistente que haya resultado se le equiparara, ni lograra ocupar ese sitio determinante para zanjar las pujas y diferencias propias de la política en general como de las que se verifican al interior de una misma fuerza. Aún así, tampoco ejerció un liderazgo indiscutido, por el contrario, se le plantearon confrontaciones a mediados de los años 50’ en sus primeros gobiernos, en los años 60’ durante el exilio con propuestas de un “neoperonismo” (un Peronismo sin Perón) y en los años 70’ con especial virulencia en su tercer mandato presidencial.

En los últimos cuarenta años podría afirmarse que, formalmente, Perón aparece como una figura indiscutida, lo que no es óbice para advertir que las lecturas, interpretaciones y proyecciones de su ideario han dado lugar a muchísimas especulaciones no siempre de fácil conciliación.

De allí que la esencia peronista cobre trascendencia en las apreciaciones subjetivas, tanto como que resulte de especial relevancia lo existencial en cuanto a los compromisos y comportamientos que se exhiben en la práctica concreta en correspondencia con aquélla.

Mejor que proclamar

La presidencia del Partido Justicialista en cualquier distrito y, particularmente, a nivel nacional no ha deparado necesariamente la condición de conductor/a del que la ejerce. Importa más que ello advertir que, incluso, convergiendo esas cualidades (titularidad y conducción del Partido) no resulta asimilable a la efectiva conducción del Movimiento en su conjunto en el que la institucionalidad partidaria posee muy baja densidad, salvo en materia electoral y en tanto consiga contener a las diferentes instancias de representación que lo conforman.

La interna que se avecina en el Justicialismo causa cierta sorpresa, porque a nivel nacional no se registraba desde hace 35 años, aunque los daños colaterales -entre los cuales se descuentan los que tratarán de provocar las huestes de Milei y sus aliados- pueden no ser tan gravosos si las Listas que compiten resignan prácticas canibalescas y ratifican en los hechos la común concepción del por qué y para qué de llegar al Partido, como paso hacia un reordenamiento que permita al Peronismo volver a ser visto como una opción superadora para la mayoría de la población en esta crítica coyuntura.

Convengamos que la integración de ambas Listas, la que encabeza Cristina y la de Quintela, ofrecen un elenco variado en el que podemos hallar tanto para gustos como para disgustos, para confianzas irrebatibles como para sospechas razonables y, en todos los casos, seguramente no habrá coincidencias en quienes colocar uno u otro mote. Nada nuevo ni terminal para la cultura peronista, ni que seriamente admita una descalificación irremontable en aras del ser o no ser peronista.

Toda interna sin dudas se presenta como agonal y en tanto tal con los lógicos contrastes en que buscarán sustentarse los contendientes, lo que indefectiblemente provoca un desgaste de los agrupamientos que confrontan, al igual que de la dirigencia comprometida y, efectiva o supuestamente, involucrada.

A pesar de ello, las internas pueden ser positivas -incluso, en el caso de potenciar un nuevo reacomodamiento que las evite- por poner a la luz las diferentes perspectivas en torno a una unidad que todos reclaman, las divergencias que imponen un necesario pensamiento crítico, un cambio en determinados hábitos políticos y la aparición -o revalidación- de la incorporación de nuevas camadas dirigenciales que pareciera exigen estos tiempos y que abarca un espectro mucho más amplio que el de los cuadros políticos o partidarios.

Si de sorpresas se trata, es mayor aún las que se ciernen en torno a la interna justicialista en razón de quienes -aceptándolo o no- cobran protagonismo, como de la ausencia de una divergencia en torno al rol que entienden debe asumir el Peronismo y el enemigo -no simple adversario- que se debe enfrentar.

La provincia de Buenos Aires que es una de las pocas cuyo gobierno pudo retener el Justicialismo, es un emblemático bastión peronista, concentra el 40% del PBI nacional y un porcentaje similar del caudal electoral general del país. Su Gobernador proviene y sostiene mantener una identificación con el peronismo/kirchnerismo, lo que no plantea contradictorio con impulsar un pensamiento crítico y alternativo a determinadas prácticas políticas. A eso se suma que, hoy por hoy, es el único dirigente peronista que corre con ventaja en el imaginario de esa fuerza y de la ciudadanía opositora a Milei para constituirse en presidenciable en el 2027.

Quizás debería hacer pública esa pretensión, absolutamente presumible para quien cuenta con esa trayectoria y la consiguiente ostensible proyección, como se le reclama desde algunos sectores cristinistas, aunque eso no suele ser una jugada estratégicamente correcta a tres años de un desenlace semejante y con la exposición que supondría en beneficio de sus detractores.

En cualquier caso, convengamos, esa aspiración debería explicitarse -en caso de no haberse hecho- al interior de la fuerza y/o a la persona que ostenta el mayor liderazgo y a cuya iniciativa debe el impulso determinante de su lanzamiento a la arena política. También, habrá que convenir, en que una eventual omisión de esa índole o la convicción de Kicillof de no pronunciarse expresamente en la interna respaldando a Cristina, no guarda proporción con su estigmatización más extrema ni con propender a disputarle el territorio que gobierna y cuya inclinación electoral futura -en la elección de medio término como en las próximas presidenciales- estará inexorablemente ligada al resultado de la gestión gubernamental, sea o no el futuro candidato nominado del Peronismo.

El dilema y la cuestión

El escenario político general, en todos los distritos, exhibe una creciente pérdida de identidades partidarias, un desconcierto creciente en la ciudadanía politizada o no, un aparente irreductible rumbo, signado por la Agenda que impone el oficialismo, de reconfiguración de la Argentina que excede la primarización de su Economía, la descarada cesión de soberanía y el alineamiento incondicional al imperialismo norteamericano; y que llevan, impúdicamente, al deliberado empobrecimiento de la población denostando toda concepción de Justicia Social aunque ello resulte un mandato expreso consagrado en la Constitución Nacional.

No es el Estado, sino la democracia republicana y los derechos humanos fundamentales los que se propone demoler el conglomerado de Grupos concentrados locales e internacionales que lleva como mascarón de proa a Milei.

En esa encrucijada que tanto se parece a la descripción que hiciera Perón de la Argentina a principios de los años 40’ en su discurso del 17 de octubre de 1950, es donde nos encontramos y en la cual, otra vez, al Peronismo le compete estar a la altura de las circunstancias para responder a un desafío refundacional.

“Éramos un país sin espíritu. El espíritu de los argentinos estaba aplastado por el peso de los hombres sin conciencia, capaces de venderlo todo para salvarse ellos y vivir con el estómago lleno. Para ellos, los altos valores del espíritu eran palabras elegantes para usar los días de fiesta, como el frac y la galera. Así se explica que jurasen por Dios y por la Patria, fidelidad a una Constitución que nunca respetaron y jurasen trabajar lealmente por la Patria, sin haber hecho nunca nada por su grandeza. Así se explica que jurasen ser leales al pueblo y lo engañaran fraudulentamente después. (…) Éramos un país sin pueblo. El pueblo sufría en silencio su indignación y su dolor trabajando día y noche; cuando levantaba un poco la cabeza se la bajaban a palos o le regalaban una ‘semana trágica’ …”

La cuestión, entonces, no es solamente ser o no ser peronista en función de “Las 20 Verdades” que sintetizan su dogma doctrinario, sino “que honrada y lealmente las practiquen” quienes como tales se sienten parte de ese Movimiento y promuevan con el ejemplo la construcción de un espacio político más amplio que dispute poder con miras a la transformación de la ominosa realidad que tanto agobia a nuestro Pueblo en este nuevo ciclo de coloniaje explícito.

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Álvaro Ruiz

Abogado laboralista, profesor titular de derecho del Trabajo de Grado y Posgrado (UBA, UNLZ y UMSA). Autor de numerosos libros y publicaciones nacionales e internacionales. Columnista en medios de comunicación nacionales. Apasionado futbolero y destacado mediocampista.