Soluciones nuevas para problemas de siempre en un mundo peligroso

Los riesgos de un conflicto bélico y una crisis económica global desdibujan los límites de qué se puede hacer y qué no en pos de razones de Estado. El Frente de Todos enfrenta un peligro terminal si no comprende este contexto.

18 de junio, 2022 | 20.09

Se atribuye, muy probablemente de forma apócrifa, a una antigua maldición china la siguiente formulación: “Ojalá vivas tiempos interesantes”. Más allá del origen de esa expresión, su sentido queda expuesto de manera transparente con un repaso somero de los acontecimientos que se sucedieron en todo el mundo durante los últimos años. Años de deterioro del consenso democrático en occidente, insatisfacción civil en constante crecimiento, aceleramiento vertiginoso de la concentración de la riqueza, resurgir de movimientos de ultraderecha, impacto del cambio climático mediado por una creciente brecha de clases, sin contar la pandemia de coronavirus y el inicio de un conflicto bélico con consecuencias globales, entre otros problemas que presentan desafíos a los gobiernos de todo el planeta, particularmente a los que intentan que las consecuencias no recaigan exclusivamente entre los miembros menos protegidos de la sociedad.

La nueva normalidad nos está haciendo extrañar la vida que teníamos hasta hace no tantos años. Y no hay indicios de que esta confluencia de fenómenos que dan de lleno en la calidad de vida y las perspectivas de futuro para miles de millones de personas en el planeta sea algo pasajero o que vaya a revertirse en un horizonte predecible. Por el contrario, todo puede seguir empeorando y la enorme mayoría de los analistas especializados en geopolítica coincide con los líderes globales en inclinarse por pensar que esa es la deriva más probable. Con la guerra en Europa sin un final a la vista las chances de una escalada se acrecientan y se reduce la ventana de oportunidad para evitar una hambruna global. La economía del mundo está al borde de una recesión, en la que podría caer si se concreta el nuevo crash de los mercados previsto por Wall Street en las últimas jornadas. Los parámetros vuelan por los aires.

En un almuerzo con presidentes de la región al cierre de la Cumbre de las Américas que se celebró en Los Ángeles, el norteamericano Joe Biden advirtió a sus pares sobre el riesgo inminente de una nueva conflagración global, según informó Jonathan Heguier para El Destape. No dijo si hablaba de Europa o del Pacífico Norte, donde la tensión entre Washington y Beijing queda en manifiesto cada semana. En todo caso, no son pocos los que creen que ese conflicto ya está en marcha y lo que sucede en Ucrania es solamente un capítulo prematuro de algo mucho más grande. La punta de un iceberg amenazante, sumergido en las encrespadas aguas del futuro. Si ya empezó o si la Tercera Guerra Mundial, todavía, está a apenas un tiro de distancia, como escribieron hace medio siglo Jagger y Richards, es un detalle que discutirán, llegado el caso, los historiadores. En lo que hace a sus efectos prácticos, que se expanden a todo el planeta, es lo mismo.

Por ejemplo: disimulada entre el humo de los estallidos de artillería y el de la guerra de información entablada por ambos bandos no llegamos a prestarle atención a la primera víctima del conflicto, que no es la verdad, como dice el lugar común, sino que en este caso fue el sacrosanto derecho a la propiedad privada, luz que ilumina la agenda liberal con más fuerza que ninguna otra, y que resultó herido de muerte con los primeros disparos. Durante la semana que siguió a la invasión, la confiscación de bienes (dinero, propiedad inmobiliaria, vehículos de lujo), no solamente del Estado ruso sino también de ciudadanos de ese país, significó lo que el especialista en desigualdad económica Branko Milanovic describió como “probablemente la mayor transferencia de riquezas entre Estados de la historia”. Semejante violación de la seguridad jurídica deja cicatrices permanentes en el funcionamiento, ya de por sí defectuoso, del capitalismo global.

Es imposible que la decisión de expropiar propiedades rusas de manera sumaria, sin arquitectura legal que lo sustente y sin posibilidad de apelación, no cause un importante nivel de desconfianza hacia las plazas occidentales, y especialmente hacia Estados Unidos, en inversores, empresarios y dueños de grandes fortunas provenientes de países no alineados o potencialmente en conflicto. Por ejemplo, China, aunque no solamente. Cabe preguntarse hasta qué punto esta novedosa suspicacia de los capitales periféricos hacia las economías centrales no es uno de los factores que dificultan la estabilización macroeconómica que intenta la Casa Blanca, obstaculizando el flujo en esa dirección a pesar de la suba histórica de 75 puntos básicos de la tasa de la FED anunciada esta semana. Los planes de estabilización solamente pueden estabilizar cuando parten del diagnóstico correcto y hacen una lectura adecuada de las condiciones y el contexto.

El gobierno argentino enfrenta semanas trascendentales y debe hacer el mismo ejercicio para ajustar sus marcos de referencia. Esta semana, con una serie de anuncios económicos de corte ortodoxo y la incorporación al gabinete de dos figuras con peso propio como Daniel Scioli y Agustín Rossi, Alberto Fernández hizo lo más parecido a un relanzamiento que se puede esperar de su voluntad a esta altura. Fue un ajuste homeopático para pasar el invierno y convencer a banqueros, empresarios y otros inversores de que no desarmen sus posiciones en pesos para evitar una corrida (azuzada por la oposición) ante el próximo vencimiento de 500 mil millones de pesos el 29 de este mes. Un escenario que compromete ya no solamente al equipo económico, ni al Presidente, ni al peronismo sino al sistema político en su conjunto y que se sintió demasiado cerca esta semana en whatsapps, cafés y sobremesas de gente importante.

Los anuncios económicos fueron recibidos con un silencio notable por parte de los socios en la coalición, síntoma de que la gravedad de la situación se percibe en todos los campamentos. Incluso los electrones libres que no pueden evitar dejar sentada su disconformidad, lo hicieron de manera moderada y alegórica, casi sin mencionar las cosas por su nombre. Claro, resta por ver qué dice al respecto Cristina Fernández de Kirchner, que dará su dosis quincenal de pensamiento doctrinario este lunes por la tarde en un plenario de la CTA en Avellaneda. “Estado, mercado y precios: producción, trabajo y política social en una Argentina bimonetaria” será el consigna que moviliza el encuentro; un traje a medida para que la vicepresidenta continúe desarrollando la línea de la que no se apartó desde sus primeras apariciones después de dejar la Casa Rosada hasta sus últimos discursos en el Chaco o Tecnópolis.

Pero incluso si este parche explicado a medias por el gobierno alcanza para calmar las aguas y sortear el vencimiento de este mes, no es más que una curita tratando de contener la hemorragia de una herida profunda. En el mejor de los casos, Fernández corre el riesgo de quedar en la punta equivocada de una disyuntiva muy filosa, obligado a realizar concesiones cada vez más gravosas en lo económico e inconducentes en lo electoral para postergar el estallido algunos meses o semanas o días más. No hay 2023 si no hay iniciativa política y no puede haber iniciativa política con la soga al cuello. Para salir de este laberinto el peronismo no puede limitarse a anunciar medidas y hacer algunos cambios periféricos en el equipo de gestión. Necesita revisar el diagnóstico y hacer una nueva lectura de las condiciones y el contexto, que son muy diferentes a las que existían en diciembre de 2019, cuando asumió el poder.

Alberto Fernández apostó desde el primer día a procurar estabilidad. Ese, tenía decidido, sería el cimiento sobre el que iba a construir su legado. Pero se encontró con un mundo en convulsión. La pandemia, primero, y sus efectos económicos, y luego la guerra con los suyos, transformaron al planeta en un tembladeral. No es aconsejable hacer equilibrio a bordo de una montaña rusa en movimiento ni planes de estabilización cuando todo alrededor resulta incierto. Las normas se adaptan a las necesidades cuando es posible y cuando no se las ignora sin que nadie se detenga a denunciarlo. En realidad siempre fue así, pero en tiempos de conmoción (y estos lo son, sin duda) se nota más, y en todo caso ese es un debate que excede largamente el propósito de esta columna. De la capacidad que tenga el presidente de entender esto y adaptarse a la nueva realidad depende su futuro y el de todos los argentinos.