Lo dicho: el 13 de agosto, cuando se abrieron las urnas, se clausuró para la política argentina la era de la grieta. La sorpresiva pole position de Javier Milei en las elecciones primarias hizo volar por los aires todos los parámetros que ordenaron el tablero al menos desde la crisis con el campo. La disyuntiva entre kirchnerismo y antikirchnerismo dejó de ser el eje rector alrededor del cual se decidían preferencias y rechazos. Es un proceso en curso, que tardará en asentarse, pero ya está exhibiendo sus primeros efectos.
El gobernador Axel Kicillof fue el primero en plantear ese debate en forma pública. “Están pasando cosas complicadas y novedosas”, planteó el lunes. “Nosotros que somos parte del peronismo, Perón, Evita, Néstor y Cristina, no tengo ninguna duda de que son los momentos más gloriosos que vivió nuestro país, pero creo que tenemos que ir dándole un carácter de época nuevo, generacional”, agregó. Sin poner nombres, habló de “esas bandas de rock que tocan los viejos grandes éxitos” y pidió “componer una canción nueva”.
Las declaraciones de Kicillof reavivaron el debate que se está dando al interior de Unión por la Patria sobre la necesidad de “kirchnerizar” o “deskirchnerizar” la campaña. Esa discusión da cuenta de la dificultad que encuentra el oficialismo para comprender el nuevo escenario, ya que sigue presa de los marcos de referencia que caducaron hace cuatro semanas, en la noche de las PASO. La dificultad, al fin y al cabo, para traducir en hechos, y resultados, la consigna acordada por los comandos de campaña: concentrar el mensaje en el futuro.
A medida que se acerca la fecha de la elección se va recortando una nueva sociedad política entre el gobernador bonaerense y el ministro de Economía y candidato presidencial Sergio Massa. Con poco en común en el pasado y la certeza de que más adelante deberán disputar el liderazgo del peronismo, la necesidad los empuja a fortalecer un vínculo que se creció durante el año de gestión de Massa en el gabinete nacional. A la cabeza de las boletas más importantes deben apoyarse el uno en el otro si quieren ganar.
Entre los dos intentarán reemplazar la discusión táctica entre kirchnerizar o deskirchnerizar por un consenso estratégico superador: una suerte de postkirchnerismo que reivindique los logros de la etapa en la que gobernaron Néstor Kirchner y CFK pero pueda reemplazar el imaginario de esa época por otro más acorde para estos tiempos en el país y en el mundo. No es una tarea sencilla, entre otras cosas, porque encuentra resistencias poderosas al interior de la coalición. Eso no la hace menos necesaria.
Para tener chances de éxito en esa operación, Massa y Kicillof se necesitan mutuamente. Para decirlo en términos sencillos, Massa pone el post, encarna la promesa del comienzo de algo diferente, y Kicillof pone el kirchnerismo, la garantía de continuidad necesaria para retener el piso de votos de CFK. Ambos, simultáneamente, dan pasos en una coreografía que los llevará a encontrarse en un centro no necesariamente equidistante de las puntas pero sí efectivo a la hora de reconstruir una coalición política para disputar la mayoría.
Existe una trama subterránea en esta historia, cuyo protagonista es el diputado Máximo Kirchner. Alejado de la campaña (hizo una reaparición en segundo plano este fin de semana en Tucumán), su vínculo con los dos candidatos a cargos ejecutivos es tenso, en el mejor de los casos. Desde el ministerio de Economía buscan bajarle el tono a las diferencias y hablan de un silencio concertado, pero fuera de micrófono dejan oír reproches por lo que señalan como falta de compromiso producto de un derrotismo prematuro.
La relación es incluso más compleja en la tropa bonaerense. El conflicto entre Kicillof y Kirchner, que fue macerando durante los cuatro años de gestión, escaló después de las PASO hasta niveles que vuelven incierto el futuro. Hoy la relación está rota. El diagnóstico en La Plata es el mismo que se escucha en Economía. Es muy fina la línea entre estar convencido de una derrota y ser partícipe de la misma por no haber hecho lo suficiente para torcer el resultado. Entre el repliegue táctico y la profecía autocumplida.
Un país sin vaca muerta
“Cada persona tiene la posibilidad de cargar dos tanques de nafta o gasoil por mes y hay colas en las estaciones de servicio de más de dos horas. Muchas cierran, algunas refinerías se van del país, algunas empresas operadoras se van del país y dejamos un montón de trabajadores en las calles. Con el gas es lo mismo, nos falta gas, hay empresas que pueden tener gas para producir, las más chicas tienen que adecuarse a cortes y elevados costos, tienen que cerrar, tenemos que reemplazar sus productos con importación”.
“Eso genera una sensación de desabastecimiento y hay aumento en la conflictividad social porque la gente no se acostumbra a los cortes programados. Importamos 200.000 barriles de petróleo y más de 100 barcos de LNG, lo que nos lleva a tener desabastecimiento en la pandemia y también en la guerra de Rusia con Ucrania. 200.000 barriles y más de 100 barcos de GNL son 16.000 millones de dólares que pegan en nuestra balanza comercial y en los últimos diez años, en la última década, 160.000 millones que el país se pierde.”
“No vemos nada que nos pueda cambiar ese futuro desolador de un país que no tiene energía. Eso es Argentina 2023 sin Vaca Muerta. Eso es donde estaríamos hoy”. Así comenzó la presentación de Miguel Galluccio, ex presidente de YPF y actual CEO de Vista, el último 24 de agosto ante el Council de las Américas. Ese resumen, en boca de un experto en la materia con méritos más que comprobados en un sector ultracompetitivo, debería ser suficiente para acallar los cuestionamientos a la nacionalización de la petrolera nacional.
Galluccio también señaló que Vaca Muerta tiene el potencial para producir unos 20 mil millones de dólares al año en el corto plazo. Es decir: antes del final de esta década, la Argentina podría recibir cada año, por la explotación de hidrocarburos, significativamente más que los 16 mil millones que la jueza en primera instancia Loretta Preska ordenó pagar al país en un juicio iniciado por el fondo especulativo Burford. Es evidente que aún si tras la apelación tuviera que pagarse esa suma, nacionalizar YPF fue una decisión adecuada.
El caso de Burford es paradigmático: reclama que el Estado argentino no hizo una oferta a los accionistas minoritarios de YPF cuando expropió el 51 por ciento a manos de REPSOL y ahora exige el pago de ese dinero. Pero este fondo buitre nunca fue accionista minoritario de la empresa sino que compró los derechos para litigar. Es decir que pide el dinero que hubieran obtenido por la venta de acciones que nunca tuvieron. La Argentina, si paga, tampoco recibirá a cambio esa participación en la petrolera. En sencillo: un tongo.
Burford ya había realizado una maniobra similar cuando compró a Marsans los derechos para enjuiciar a la Argentina ante el CIADI por la recuperación de Aerolíneas Argentinas. En esa ocasión, estuvieron representados ante los tribunales locales por el estudio de abogados del ex consejero de la Magistratura Alejandro Fargosi. Por aquella maniobra, Burford y Fargosi fueron denunciados en 2015 por fraude contra el Estado por parte de la Procuraduría de Criminalidad Económica y Lavado de Activos (PROCELAC).
Fargosi es un fervoroso militante del macrismo que ahora forma parte de los equipos de Patricia Bullrich y es muy activo en las redes sociales, donde en las últimas horas repartió sus posteos entre videos de campaña de la candidata, artículos en defensa de militares presos por delitos de lesa humanidad (“Las garantías constitucionales y legales no se aplican a ellos”, tuiteó) y comentarios sobre el triunfo de sus socios buitre en el juicio por YPF. A lo mejor esta vez también le toca una parte del botín. Con la tuya, contribuyente.
Son los mismos fondos buitre a los que ahora acude Milei en busca de 60 mil millones de dólares para avanzar con sus planes de dolarización. La nueva estrella global de la ultraderecha recibió esta semana al reportero Tucker Carlson, expulsado de la cadena Fox News por sus posiciones extremas, que es el equivalente a ser echado de McDonalds por ponerle demasiada grasa a la comida. Luego viajó a Estados Unidos en busca de una foto con Donald Trump. ¿Estará detrás de esa gestión el amigo en común Mauricio Macri?
Ni Carlson ni Trump aceptaron aún el resultado de las elecciones presidenciales de 2020 en Estados Unidos. Ambos reivindican, además, el asalto al Capitolio para interrumpir el curso institucional tras la derrota en las urnas. En Brasil, Jair Bolsonaro, otra estrella del firmamento neofa, también se resistió a entregar el mando y trató de perpetuarse mediante la violencia callejera. Sería pertinente que en alguna entrevista le pregunten a Milei qué piensa hacer si, después de todo, la voluntad del pueblo argentino no lo acompaña en octubre.