Libertad o manipulación: Bluesky, los algoritmos y el futuro

El dominio de los algoritmos en la vida cotidiana plantea serias amenazas a la democracia y la libertad, mientras plataformas como Bluesky abren el debate sobre el control y la soberanía digital. En un contexto marcado por manipulaciones y lógicas opacas, el desafío es construir un modelo colectivo que priorice al usuario frente al capital y promueva un futuro más humano y democrático.

24 de noviembre, 2024 | 00.05

Imaginate que vas a votar pero cuando metés el sobre en la urna no tenés idea de cuánto vale tu voto. En el recuento, algunos van a contar como uno, otros van a contar por dos, o diez, o mil, o nada. El criterio para asignar ese valor es secreto y lo maneja una sola persona sin rendir cuentas a nadie. Pequeño detalle: esa persona es, casualmente, el tipo más rico del mundo. Seguramente nadie definiría eso como una práctica democrática ni creería que el resultado de esa elección refleja fielmente la voluntad popular. 

Y sin embargo con el mismo criterio la ultraderecha celebra a X, la red social de Elon Musk, que funciona como una caja negra que decide de forma opaca qué voz amplifica y cuál silencia, como un baluarte de la libertad de expresión. Un análisis computarizado de más de 56 mil posteos determinó que hubo un “cambio estructural en la conducta de los usuarios a mediados de julio de 2024”, fecha que “coincide con el apoyo formal de Musk a la candidatura de Donald Trump”, de acuerdo a un estudio que se llevó a cabo en la Universidad de Queensland, en Australia

Los resultados “implican que es posible que se hayan aplicado ventajas de visibilidad específicas de manera selectiva, lo que plantea preguntas importantes sobre el impacto potencial de los ajustes algorítmicos en el discurso público y la ‘neutralidad’ de las redes sociales como portadores de información” concluyen los profesores Timothy Graham y Mark Andrejevic. La libertad de expresión que ofrece el modelo anarcocapitalista es, en realidad, todo lo contrario: un simulacro de libertad calificada, manipulada y en manos de una sola persona.

Es importante entender que la censura no es lo contrario de la libertad de expresión sino su ausencia. Lo contrario de la libertad de expresión se parece mucho a este Estado de las cosas en el que creemos que somos libres pero estamos sometidos a la lógica de un algoritmo que al mismo tiempo nos manipula y nos usa para manipular a otros. Lo contrario de la libertad de expresión no es la censura sino que nuestras propias palabras y acciones sean las que construyen una jaula de cristal tan sutil que ni siquiera la percibimos pero tan fuerte que no la sabemos romper.

Lo grave es que la misma lógica define cada día los más diversos aspectos de nuestra vida. El algoritmo que distribuye la oferta y demanda en los sitios de búsqueda de trabajo establece filtros discriminatorios que garantizan una mejor respuesta de sus clientes, que no son las personas que se ofrecen sino las empresas que demandan. En las plataformas de compras la inmensa mayoría elige los productos que el algoritmo le ofrece en los primeros lugares. Incluso las aplicaciones de citas deciden sobre tu vida con criterios absolutamente opacos.

Todos los días millones de personas encienden el GPS cuando suben al auto para que el algoritmo les diga cuál es el camino más rápido del punto A al punto B. ¿Qué pasaría si un día se programa ese algoritmo para que en lugar de informarle a cada usuario simplemente cúal es la opción menos transitada se ponga a ordenar el tránsito y decidir por dónde viaja cada uno para optimizar la circulación? En un primer momento quizás tardaríamos en darnos cuenta. E incluso, cuando eso suceda, es posible que muchos celebren la posibilidad de llegar unos minutos antes.

El costo es un poco alto: la libertad. De a poco y sin darnos cuenta dejamos de elegir o al menos aceptamos optar sólo entre las opciones que nos ofrece el algoritmo, y esa estrechez no es otra cosa que un límite a nuestra soberanía, a nuestra capacidad de gobernarnos, sin la cual no hay libertad posible. Los algoritmos al servicio del capital representan una amenaza existencial para la democracia, la soberanía y la libertad, y alimentan una lógica neoliberal de acumulación sin límite que pone en riesgo al planeta y a toda la humanidad.

El otro día un amigo me comentaba que Elon Musk parece sacado de un  catálogo de villanos de James Bond. Es el hombre más rico del planeta, compra redes sociales que utiliza para manipular elecciones y favorecer golpes de Estado, y está construyendo un cohete para huir a Marte y rehacer allí su imperio, junto a un selecto grupo de gente, cuando culmine su tarea de destruir la Tierra. Lástima que no llegará nadie saltando desde un avión para salvarnos en el último minuto. Es una época con muchos villanos y muy pocos héroes.

Es seguramente una casualidad pero no deja de ser llamativo que Milei haya tomado de un villano de James Bond una de las frases que más le gusta repetir en sus entrevistas: “La diferencia entre un genio y un loco es el éxito”. Está copiada en forma casi literal de un parlamento del gran Jonathan Pryce a un 007 interpretado por Pierce Brosnan en El Mañana Nunca Muere. El personaje de Pryce era un magnate dueño de medios que intentaba hacer estallar una guerra con China para maximizar sus negocios. No suena tan exótico un cuarto de siglo después.

Si no podemos esperar que aparezca un héroe para detener a los villanos eso significa que hay que construir una alternativa. En ese sentido, desde Argentina, el flemático Bond nos queda muy lejos pero tenemos más cerca al Eternauta, que propone un modelo de heroísmo diferente, colectivo, no basado en las características extraordinarias de un individuo sino en la capacidad de un grupo de personas de volverse extraordinarias mediante la colaboración, a la hora de enfrentar desafíos aparentemente imposibles.

En tiempos en los que la dirigencia política, sacando algunas valiosas excepciones, parece estar orbitando bastante lejos de las urgencias populares, la sociedad debe tomar en sus manos la solución de la crisis, que por otra parte no se limita al plano económico o político sino que nos afecta de forma mucho más profunda. Si no se le pone un freno desde abajo a la fragmentación, si no se cuestiona el credo neoliberal al individualismo que contamina cada uno de los ámbitos de la vida, se podrán ganar o perder elecciones pero nunca se pondrá en cuestión el Estado de malestar.

La irrupción de una nueva red social, Bluesky, que ofrece abandonar la lógica del algoritmo para devolverle al usuario cierta libertad a la hora de diseñar su experiencia en ese ámbito, es importante porque pone en cuestión, por primera vez, tras el triunfo de Donald Trump en las elecciones en Estados unidos, la naturaleza del vínculo entre el usuario y el servicio y quién trabaja para quién. En otras palabras, lo que está en discusión es el margen de libertad que ofrece la máquina (el capital) al humano, y quién es el soberano en esa relación.

Pero lo más relevante no es ni siquiera eso sino la posibilidad de comenzar algo distinto con una hoja (relativamente) en blanco. La pregunta no es cómo le va a ir a Bluesky, o cuánto va a durar o qué cantidad de usuarios tendrá sino qué hacemos nosotros con esta posibilidad que se nos presenta. Sólo si somos capaces de aprender de nuestra experiencia y aprovechamos la chance de comenzar a escribir una historia distinta, con otros parámetros, con una lógica más humana, tendremos una trinchera para dar una pelea desigual pero irrenunciable por nuestro futuro.