Esta semana se cumplió un año desde aquel trágico 12 de agosto de 2019, cuando el entonces presidente Mauricio Macri, luego de comprobar en las PASO que su aventura reeleccionista nunca tuvo chances de éxito, abandonó definitivamente los pocos deberes de funcionario público que todavía honraba y dejó que la economía del país se hundiera para culpar por el daño a los votantes que le habían dado la espalda. El resultado de ese lunes negro, que destruyó una cuarta parte del valor de la economía argentina en pocas horas, tenía una explicación en el libreto del PRO: con el regreso del peronismo al poder, decían, Argentina volvería a quedar aislada del mundo. El problema es el otro.
Resulta esclarecedor recordar las palabras del propio Macri, que se encargó de hacer explícita esa hipótesis en la conferencia de prensa que brindó la tarde de aquel lunes: “El mundo ve esto como el fin de la Argentina”, dijo. "Tenemos que entender que el problema mayor es que la alternativa kirchnerista no tiene credibilidad y confianza en el mundo. Eso es algo que debería hacer una autocrítica el kirchnerismo y resolverlo. Construir esa credibilidad que no tiene”, agregó. “Hay un problema grave entre el kirchnerismo y el mundo, que no le confía lo que tiene que hacer”. “Si el kirchnerismo gana la elección, esto es sólo una muestra de lo que puede pasar”.
Ni aislados ni encolumnados
Nueve meses más tarde, en un escenario internacional convulsionado por el coronavirus, el vaticinio del expresidente no se ratifica. Esta semana se anunció que este país será uno de los encargados de fabricar la vacuna para el coronavirus de Oxford/AstraZeneca, el más avanzado de todos los intentos para encontrar una solución a la pandemia. Del acuerdo participaron agentes privados y estatales de Gran Bretaña, México y Argentina. Existen negociaciones en marcha, bajo el mayor de los secretos, con otros desarrolladores, que si llegan a buen puerto se darán a conocer en las próximas semanas. Ese, y no otro, es el lenguaje de la diplomacia en épocas de pandemia global.
El acuerdo con los acreedores privados para el canje de deuda externa también mostró recursos en la paleta de relaciones del gobierno. La gira por el invierno europeo sirvió para conseguir el respaldo de los principales países de la Unión Europea: Alberto Fernández supo abrir en ese viaje líneas directas con la alemana Angela Merkel, el francés Emmanuel Macron y el italiano Giuseppe Conte (con el español Pedro Sánchez la relación es previa). El Papa Francisco también jugó un rol importante para que el Fondo Monetario Internacional respaldara la oferta argentina. Sus gestiones pavimentaron el entendimiento entre la directora gerenta Kristalina Georgieva, el presidente Fernández y el ministro Martín Guzmán.
No debe pasarse por alto que cada uno de esos logros se obtuvo sin tener que ceder en otras posiciones que los voceros del establishment presentaban como moneda de cambio. El Presidente argentino no aceptó abrir backchannels con los acreedores, ni condenó al gobierno de Venezuela en los términos que propone Estados Unidos, ni dejó de denunciar la persecución a Lula en Brasil y a Rafael Correa en Ecuador, ni le negó asilo político al presidente derrocado de Bolivia, Evo Morales, ni reconoció a la dictadura que lo derrocó. Las advertencias del coro de comentadores del status quo prometían default, aislamiento, desprestigio, ostracismo. El resultado es bien otro, sobran evidencias.
Ni aislado del mundo ni encolumnado automáticamente con los intereses de Washington, el Presidente argentino ha demostrado en el plano internacional un pragmatismo efectivo. Algo parecido a una “tercera posición” en un marco de la escalada de tensión entre Estados Unidos y China, la principal potencia del hemisferio y el socio comercial número uno del país, respectivamente. A nivel regional, el vacío que deja Brasil abre un camino posible para que el país construya un liderazgo regional. No se trata solamente de tomar una oportunidad cuando se presenta, también es un paso necesario para la supervivencia. Alberto Fernández necesita romper el aislamiento que encontró al asumir el 10 de diciembre.
David y Goliat
Ese pragmatismo y ese diagnóstico llevaron al mandatario a tomar la decisión más audaz de su gobierno: oponerse al intento de Donald Trump de poner a Mauricio Claver Carone, un halcón de su administración, al frente del Banco Interamericano de Desarrollo para convertir esa institución, la más grande del mundo de su tipo, en una herramienta de la nueva guerra fría contra Beijing. Argentina encabeza la rebelión, a la que se sumaron México, Nicaragua, Chile y Costa Rica (estos últimos dos, históricamente muy cercanos al Departamento de Estado). El objetivo es postergar la Asamblea del BID hasta marzo, después de las elecciones en Estados Unidos. Si Trump pierde, también cae su candidato.
Entre los países que ya confirmaron su participación en el boicot suman algo más del 22 por ciento de las acciones. Si alcanzan el 25 por ciento, pueden bloquear el quórum de la Asamblea, apuntada para el 12 y 13 de septiembre, e impedir la elección. En la cancillería esperan novedades respecto a la posición de Perú, una vez que se afiance el nuevo gabinete que asumió la semana pasada. También hay expectativas por lo que decida un histórico aliado de Washington: el diario Los Angeles Times informó esta semana, citando fuentes diplomáticas, que “Canadá decidió unirse a la oposición, aunque aún no lo hizo público”. Será una pulseada con suspenso hasta último momento. El éxito no está garantizado.
Sin embargo, la piedra de David impactó a Goliat. El propio Claver Carone dio una entrevista esta semana, en la que denunció un “intento de secuestrar la elección” y prometió represalias contra sus opositores. Resulta llamativo el lenguaje que utilizó el funcionario de Trump en la nota: dijo que cualquier postergación “fomentaría la incertidumbre” y que podría “dejar al banco en parálisis y asustar al sector privado”. Advirtió que “dañaría la transparencia” y acusó a sus rivales de tener una “retórica anticuada” y “adepta a los años 60”. Tenemos todo el derecho de sospechar que cualquier coincidencia con el discurso de la oposición argentina no es mera casualidad. Se informan por los mismos medios, en el mejor de los casos.
Lo que está en juego es una caja que hoy cuenta con 12 mil millones de dólares disponibles para créditos a países de América Latina y el Caribe. El año que viene, a causa de la pandemia, ese capital podría acrecentarse considerablemente. Si gana Claver Carone, usará ese dinero para premiar a los gobiernos dóciles y castigar a los que no se encuadran. Ya sabe de qué se trata: él mismo fue una pieza clave en la decisión del FMI de prestarle 55 mil millones de dólares a Mauricio Macri con tal de que el peronismo no gane la elección. También conoce otros métodos de persuasión menos amables. El último intento fallido de golpe de Estado contra Nicolás Maduro tiene sus huellas dactilares por todas partes.
La Segunda Guerra Fría
La colisión entre los dos gigantes acelera sus tiempos: mientras Donald Trump amenaza con prohibir aplicaciones chinas (algo que ya sucede en sentido contrario, pero que si se aplica en Estados Unidos transformaría la internet tal como la conocemos en occidente), esta semana un alto funcionario de la Casa Blanca visitó Taiwan por primera vez en la historia. La isla nunca fue reconocida por las autoridades chinas, que la consideran parte de su país. Otra noticia relacionada tuvo menos repercusión: varias fuentes del Pentágono confirmaron negociaciones para vender a los taiwaneses drones de defensa altamente sofisticados, con sobrada capacidad para sobrevolar mar y territorio chino, según informó la agencia Reuters.
En este contexto convulsionado, el mundo no decretó el fin de Argentina ni le dio la espalda. Las oportunidades están, si se traza un sendero que garantice la gobernabilidad y permita implementar un plan de desarrollo sin adoptar la agenda de ninguna de las potencias. El pragmatismo es casi obligatorio; no dejar de lado los principios en su nombre, un desafío ineludible. Las consecuencias del fracaso pueden ser enormes: tenemos a Bolivia, a Brasil y a Venezuela como trágicos recordatorios de lo frágiles que se han vuelto las democracias en América Latina. Perón decía que la única política que cuenta es la política internacional. Quizás no se jueguen allí todas las fichas pero sin dudas es donde se dibuja el tablero.