Elecciones 2023: Cristina, Alberto y "lo que sea necesario"

La vicepresidenta desplegó en La Plata su poderío, pero necesita la colaboración del mandatario para construir un peronismo competitivo en 2023.

19 de noviembre, 2022 | 19.22

Como si el intento de asesinato hubiera sido sólo un enorme y trágico paréntesis, incapaz de hacer descarrilar su voluntad, Cristina Fernández de Kirchner retomó el jueves, en La Plata, ante un estadio repleto, esa rutina de encuentros de actualización doctrinaria con la militancia que había hilvanado en los primeros meses del año y se interrumpieron después del 1 de septiembre. 

Cambió el escenario, más imponente, casi podría decirse desafiante, definitivamente más barullero y más festivo, pero lo esencial se mantuvo, incluyendo la presencia de dirigentes y funcionarios muy cercanos al presidente Alberto Fernández, representación de todas las tribus y un discurso que intenta definir qué significa ser peronista en estas circunstancias e invoca a un diálogo más amplio para “resolver los problemas del país”.

La tradición de CFK hablando en estadios también permite una genealogía de este acto en el Diego Maradona bonaerense. Antes fueron Arsenal y Racing en 2017, cuando lanzó Unidad Ciudadana por afuera de todo; Vélez en 2012, con Unidos y Organizados, la institucionalización del cristianismo; y River en 2010, cuando se cruzó con Hugo Moyano días antes de la muerte de Néstor Kirchner. Momentos clave, puntos de quiebre.

Esta vez, la aceleración de los acontecimientos, a once meses de las próximas elecciones presidenciales, vuelve a encontrarla al frente de la conducción de las fuerzas peronistas, un espacio del que se había corrido, parcialmente, a partir de la conformación del Frente de Todos. Las primeras filas de butacas en La Plata reflejaban la pluralidad del ecosistema peronista, con la solitaria excepción de la cúpula cegetista.

La confirmación de la centralidad de la vicepresidenta no significa que no pueda haber primarias, pero reconoce que la constitución de un instrumento electoral potente para el peronismo en este momento, como en cualquier otro de los últimos 19 años, no puede ser en oposición a la identidad kirchnerista. Saldar esa discusión antes de que nazca permitirá enfocar las energías en lo que importa, que es ganar la elección.

Se trata de una conclusión a la que llegaron, en los últimos quince años, cada cual a su ritmo después de diferencias y rupturas que en general gozaron de mucha y buena prensa, una multitud de dirigentes que van desde el mismísimo presidente de la Nación hasta el clan Moyano, pasando por Felipe Solá, Sergio Massa, Martín Insaurralde y ahora, al parecer, Emilio Pérsico. Sería valioso que a Martín Guzmán le lleve menos tiempo.

Entre todos los desacuerdos que acumulan, los Fernández pueden encontrar una coincidencia. Los dos vienen diciendo, públicamente, que van a hacer lo necesario para que no vuelva a gobernar la derecha, es decir, para que gane el peronismo. Pero aunque usan las mismas palabras da la sensación de que no están pensando exactamente en un mismo plan de acción. 

El mandatario habla, principalmente, de la estrategia electoral. Dio a entender, también en privado, que si hace falta puede renunciar a una candidatura en 2023. Cristina cree que hace falta. No está sola en ese diagnóstico. La inquietud sobrevoló el acto en La Plata y las tertulias que lo precedieron y le siguieron. Cuanto antes, mejor para todos, empezando por él mismo, era la conclusión común de esos intercambios.

No solamente porque el Frente de Todos necesita de ese gesto de renuncia para poder abocarse libremente a madurar una o varias candidaturas alternativas y digerir con tiempo ese proceso; también porque el corrimiento de Fernández del barro político puede redundar en un mejor tránsito del último año de gobierno, que permita a su vez al peronismo llegar a octubre de forma competitiva. 

Pero la vicepresidenta, cuando habla de “hacer lo necesario”, también espera que eso implique cambiar algunos aspectos del gobierno para adoptar medidas de redistribución y ayuda social mucho más fuertes que las que se desarrollaron hasta ahora. Acercarse más a la plataforma que esbozó en su discurso del jueves: intervención estatal decisiva para solucionar los problemas urgentes, desde la inseguridad hasta la economía.

Aunque el pesimismo sigue siendo mayoritario en los campamentos de todas las tribus peronistas, los resultados en las recientes elecciones de Estados Unidos y Brasil dan cuenta de que el panorama para el 2023 sigue abierto. El camino del oficialismo tiene obstáculos y necesita correcciones relevantes para llegar competitivo a octubre, pero de ninguna manera parece, a esta altura, un sendero sin salida.

En primer lugar, salta a la vista el dato de que en los dos países la fuerza oficialista, sin importar su inclinación ideológica, pudo evitar una debacle electoral largamente anticipada a pesar de las deficiencias serias en la gestión en curso, de altísimos niveles de desaprobación ante la opinión pública y del desgaste de haber gobernado durante una pandemia y con las consecuencias de una guerra de alcance global.

A pesar de todo eso, Bolsonaro no cayó en primera vuelta contra Lula, como vaticinaban la enorme mayoría de las encuestas, y estuvo cerca de ganarle el mano a mano, que se definió por una diferencia exigua. Tampoco resultaron arrasados los demócratas estadounidenses en las elecciones de medio término en las que se esperaba una ola  de triunfos de candidatos republicanos identificados con el trumpismo.

La polarización en aumento en las sociedades occidentales, un fenómeno complejo del que ya se ha dicho mucho, tiene el efecto práctico de volver más estrechos los márgenes por los que se definen los comicios. Eso siempre constituye una ventaja para el que corre de atrás, porque los pisos son altos y se definen en función del rechazo (por lo tanto también son más sólidos). Así, la distancia a descontar suele ser cada vez más corta.

Sin embargo, a pesar de que se trata de dos presidentes de signo político e identidad ideológica prácticamente opuesta, Bolsonaro y Biden tuvieron dos coincidencias programáticas en los meses anteriores a los comicios, que pueden explicar, parcialmente, sus performances electorales: pusieron mucha plata en la calle y llegaron a la elección con la inflación controlada. Tan poco y tanto al mismo tiempo.

Por otra parte: el triunfo de Lula así como el casi empate demócrata en las “midterm” fueron posibles por una enorme afluencia del voto joven. En ambos casos, los electores de menos edad fueron los que volcaron la balanza, y si hubieran participado menos o elegido otra opción la derecha hubiera ganado por un amplio margen los dos duelos. Se trata de un sector clave de la sociedad para resistir una restauración conservadora.

En la Argentina ese voto joven ya no elige unívocamente al peronismo, como sucedió durante la década pasada, y es un déficit que el Frente de Todos deberá revertir o compensar para no quedar descalificado. Eso, quizás, explica la liturgia joven que se recuperó en el acto La Plata, que remite a los años dorados del gobierno de CFK pero también apunta a encontrar afinidad política. Va a hacer falta mucho más que eso.

Los jóvenes, después de todo, son los principales afectados por la falta de medidas direccionadas a la protección de los más necesitados: les cuesta más conseguir trabajo y cuando tienen uno los salarios están en la parte más baja de la escala. Sin una decisión mucho mayor a la hora de dar respuesta a esas demandas, cualquier estrategia de comunicación política apuntada a ese grupo sólo va a parecer márketing vacío.

Por el contrario, si logra calibrar una plataforma política en línea con esas necesidades, volverá a ganar la atención de aquellos que decidieron buscar respuestas en otro lado y también puede forzar a la oposición a defender posiciones impopulares. Leer el clima de la época, detectar los déficits y direccionar los esfuerzos. No hace falta hacer una campaña más grande pero sí es indefectible hacer una más inteligente.

Dos estados norteamericanos, Nevada (demócrata en las últimas cuatro presidenciales) y Nebraska (republicano desde 1968), votaron junto con las legislativas sendas mociones para aumentar gradualmente el salario mínimo. Las dos fueron aprobadas por amplia diferencia, impulsando a los candidatos que las apoyaban respecto a los que se oponían. Desde 1996 que una propuesta para subir el salario mínimo no pierde una elección.

Incluso en olas de restauración conservadora, la gente vota aquello que lo beneficia, cuando la disyuntiva es clara. La adopción de políticas populares que tengan un impacto directo en el bienestar de la sociedad redunda en una mejora electoral. Nada garantiza que sea suficiente pero en definitiva resulta necesario. Cualquier alternativa implica entregarse mansamente a una derrota de consecuencias catastróficas.

Para articular una propuesta de esa naturaleza, es necesario que se salde la distancia entre el presidente y la vice. El desencuentro comenzó a desandarse tras el llamado de CFK luego de que el presidente tuviera un episodio clínico durante su viaje al G20. Según los entornos de ambos, la charla no trató solamente sobre la salud del mandatario y culminó con la promesa de reanudar el vínculo tras el regreso a Buenos Aires.