El gobierno central y buena parte del arco político encontraron alivio en un punto de coincidencia: a todos, o casi todos, les resulta conveniente mantener viva la ficción de que existe una negociación en curso entre Nación y las provincias. Dan cuenta de eso las declaraciones amables de algunos dirigentes, los titulares en los medios que vocean a distintos sectores y la falta de precisión informativa sobre los ejes aparentemente acordados. Como la primera vez que se discutió la Ley Ómnibus, todo aparenta marchar sobre ruedas hasta que las definiciones no pueden aplazarse más.
El entendimiento entre Javier Milei, los gobernadores y los bloques legislativos sigue, de hecho, trabado en el mismo lugar que hace un mes y medio, por los mismos motivos: diferencias insalvables en asuntos que alguna de las partes no acepta negociar, promesas incumplidas, destratos, operaciones cruzadas, agresiones verbales del presidente a sus interlocutores, desconfianza mutua e intereses de terceros. Bajo la superficie, trás la coreografía torpe de la búsqueda de consensos, las cosas no se movieron ni un centímetro. No hace falta escarbar demasiado para toparse con ese escenario.
El miércoles el ministro de Economía, Luis Caputo, citó a sus pares de las 23 provincias y la ciudad de Buenos Aires con la promesa de avanzar en la búsqueda de acuerdos que permitieran descomprimir la situación financiera en los distritos y comenzaran a pavimentar el camino hacia el dizque Pacto de Mayo. El ministro se ausentó y dejó al frente de la reunión al secretario de Hacienda, Carlos Guberman, que se limitó a informarles que la respuesta a todos los planteos era no. Ni Fondo de Incentivo Docente, ni subsidios al Transporte, ni obra pública financiada por el Estado nacional.
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Ese mismo día, en el VIP de Expoagro, Milei dijo, sobre los gobernadores, y ante un puñado de empresarios: “Quién se creen que son, los voy a mear a todos. Si siguen jodiendo cierro el Congreso”, según reveló Leandro Renou. Hasta el cierre de esta nota ningún fiscal había convocado a declarar como testigos a los empresarios presentes, que no tuvieron problema en confirmarle al periodista las expresiones sediciosas del presidente. El jueves, en su habitual participación nocturna en LN+, dijo que su peor error en los primeros 90 días de gobierno había sido “creer que podía negociar de buena fe con los gobernadores”.
Mientras tanto, la reacción de los gobernadores fue virando de cierto entusiasmo inicial, en las horas posteriores al discurso de apertura de sesiones, a una mayor distancia con el correr de las horas. A mediados de la semana, el santafesino Maximiliano Pullaro ya advertía que si se iba a discutir la deuda de Nación con las provincias también debía revisarse la que corre en sentido contrario. El cordobés Martín Llaryora también marcó distancia. Desde el peronismo el rechazo fue llano y los mandatarios patagónicos hablaron de acuerdos que “no sean impuestos” y “no tengan condicionamientos”.
El viernes llegó la reunión en Casa Rosada. Aunque duró más de tres horas Milei no encontró ningún momento para “pasar a saludar”. Del encuentro quedó claro que los puntos sobre los que quiere avanzar sí o sí el gobierno son los mismos que encontraron resistencia hace cuarenta días: Milei exige delegación de facultades extraordinarias, habilitación para tomar deuda sin control parlamentario, luz verde a la privatización de empresas del Estado y blanqueo de capitales. A cambio ofrece algo que la mayoría de los gobernadores ya rechazó: financiar a las provincias resucitando la cuarta categoría de ganancias.
Lo dicho: el presidente no sabe negociar pero se ve obligado a hacer la mímica porque el ritmo que le está imponiendo a su gestión no es sostenible. Se lo advirtieron, en curiosa sincronía y con poco tiempo de diferencia, la número dos del FMI, el funcionario más importante del gobierno yanqui, Mauricio Macri y los empresarios que le entornan la gestión. Todos ellos están encantados con el rumbo que le imprimió Milei al país pero dudan que sea la persona indicada para que esas políticas perduren en el tiempo. Le sugieren, le piden, le suplican que baje los niveles de conflicto. El problema es que él no sabe hacerlo.
Es un problema también para él, que es una pieza sacrificable en un tablero que no domina. Macri, que lo venía diciendo en privado, esta semana lo dijo en público en un encuentro de la Fundación Libertad en Rosario, y siempre hay alguien con un teléfono registrando el momento: el presidente no tiene estructura, “es él, su hermana y las redes sociales”, pero “la decisión de los argentinos fue que querían un shock en el sistema político”, señaló. “Ahora nos toca a nosotros estar a la altura de las circunstancias y ser humildes en la defensa de las ideas de fondo”, agregó Macri, experto en gobierno con o sin Milei.
El presidente necesita que la economía empiece a dar señales de estabilización para ahuyentar los fantasmas. Eso no está pasando. La inflación en la primera semana de marzo mostró un rebote significativo contra febrero, incluso en un contexto donde los datos de actividad y consumo perforan los peores niveles de las últimas décadas. La crisis tardará demasiado poco en impactar en millones de puestos de trabajo y en decenas de miles de PyMEs. Los dólares no aparecen. El alivio en la calle tampoco. Los conflictos, que este gobierno había prometido eliminar, se multiplican.
Mientras no tenga buenas noticias para dar en términos económicos el gobierno profundizará los actos de violencia y las reivindicaciones simbólicas, como un placebo para que su núcleo duro no le dé la espalda. En ese sentido debe leerse el cierre de Télam; el macartismo institucionalizado por el discurso presidencial contra una docente que osó reprobar a un funcionario del gobierno o contra otra que se atrevió a pedir, en cámara, que el presidente “no aprete tanto con el ajuste”; y el desguace del Salón de las Mujeres de Casa Rosada anunciado horas antes de la marcha por el Día Mundial de la Mujer.
También merece particular atención el episodio de un joven que fue detenido por una repudiable pero inofensiva publicación en Instagram contra Milei. Dos aspectos destacan este caso. El primero es el lenguaje utilizado en el parte policial, de reminiscencias setentistas, donde se dice que el detenido “demostraba tener un pensamiento ideológico muy apegado a la propaganda política de la ex Unión Soviética” y “contaba con vínculos con grupos comunistas”. El segundo es que el propio presidente promueve y celebra a diario la violencia online de sus seguidores. No parece haber igualdad ante la ley.
Es en este contexto en el que el peronismo, a los tumbos, comienza a reorganizarse. Algunos acercamientos novedosos, como el de Jorge Yoma y Cristina Fernández de Kirchner, o el de Gildo Insfrán con Guillermo Moreno y Miguel Pichetto, fueron precedidos por varias reuniones de la mesa chica del PJ, que ya sin Alberto Fernández a bordo agrupa a los gobernadores Axel Kicillof, Ricardo Quintela y el propio Insfrán, además de Juan Manzur, Lucía Corpacci, Cristina Alvarez Rodríguez, Wado de Pedro, Santiago Cafiero y Juan Manuel Olmos. Todas las tribus.
Fue en ese ámbito que se acordó la convocatoria a un Congreso Nacional del PJ para renovar autoridades, probablemente a través de una interna donde voten los afiliados entre varias listas. Eso abre la puerta para que vuelvan o se incorporen al redil algunos outsiders como el cordobés Llaryora, los mencionados Picheto y Moreno, otras figuras como Juan Urtubey, Graciela Camaño, y hasta el mismísimo Sergio Massa, que por ahora prefiere mantenerse al frente de la estructura del Frente Renovador. El mecanismo está por verse pero existe coincidencia sobre la necesidad de promover ese reagrupamiento.
Esa voluntad de ampliación, que resulta fiel a la historia frentista del peronismo desde un primer momento y responde, también, a las pautas que despliega en sus discursos y mensajes CFK desde abril de 2016, encuentra todavía obstáculos en algunas rencillas personales no resueltas (pero primero está la patria, después el movimiento y por último los hombres y las mujeres, ¿no?) y en la verborragia macartista de militantes sobregirados con alma de patovica y muchas ganas de pararse en la puerta de Matheu 130 para decidir quién entra y quién no. De más está decir: el peronismo se ha sobrepuesto a cosas peores.
Es llamativo que estos sectores, que gustan de autopercibirse en las antípodas, terminen haciendo lo mismo, en espejo. Guardianes de la doctrina contra guardianes de Cristina, más papistas que cualquier Papa. Cazadores de herejías contra detectores de traiciones. Peronómetro o kirchnerómetro. Versiones del mismo sectarismo rancio con distinto sombrero, igualmente condenadas a la impotencia por separado o, más probablemente, a terminar amuchadas a bordo del mismo barco, haciendo de cuenta, por orgullo, de que las injurias vertidas durante tantos años unos a otros ya no pican. No pasa nada.