El debate radial entre candidatos en las elecciones madrileñas del próximo 4 de mayo concluyó una hora antes de lo previsto cuando tres de los cinco protagonistas abandonaron el set en repudio a la negativa de la dirigente del ultraderechista Vox Rocío Monasterio a condenar las amenazas de muerte que recibieron tres referentes del gobierno español, entre ellos otro de los protagonistas del debate, el ex vicepresidente Pablo Iglesias.
Entre el miércoles y el jueves por la mañana, el ministro de Interior, la jefa de la Guardia Civil y el propio Iglesias recibieron tres cartas similares, acompañadas por balas de fusil. En el caso del candidato a la alcaldía de Madrid, la amenaza alcanza también a su familia: “Estáis sentenciados a la pena capital. Tu tiempo se agota”, dice uno de los mensajes manuscritos, el que recibió el dirigente de Unidas Podemos.
Al comenzar el debate radial, emitido por la histórica cadena Ser, se pidió que todos los participantes repudiaran esas amenazas. La candidata de Vox se negó a hacerlo, poniendo en duda la veracidad de los hechos, lo que motivó que Iglesias se levantara de la mesa. Un rato más tarde, después de la primera pausa, lo siguieron los representantes del PSOE y de Más Madrid, lo que obligó a dar por terminada la compulsa.
Esta misma semana, la ultraderecha de ese país ya había estado en los focos por un cartel de Vox, en el marco de la campaña, que compara el valor de una jubilación con el supuesto coste que tiene para las arcas públicas cada “mena”, término que hace referencia a la sigla Menor Extranjero No Acompañado y desde hace algunos años se usa de manera despectiva para referirse a los niños y niñas refugiados que reciben tutela del Estado español.
Desde su creación en el año 2013 como una escisión del Partido Popular, Vox se consolidó como una opción de ultraderecha en el mapa político español. Con posturas nacionalistas, antiinmigrantes, antiderechos y propuestas económicas de corte neoliberal y antieuropeístas, en poco tiempo lograron consolidarse como una fuerza parlamentaria de relevancia y marcar la agenda a nivel nacional.
En el plano internacional, coordinan con espacios como el Frente Nacional de Marine Le Pen, en Francia, Alternativa para Alemania y el Partido para la Libertad en Holanda, todos englobados bajo el eufemismo de “euroescépticos” que a duras penas disimula plataformas de ultraderecha, una caracterización que ni siquiera rechazan. El líder de Vox, Santiago Abascal, ha manifestado públicamente su afinidad con Donald Trump y Jair Bolsonaro.
En diciembre del año pasado, a través de la Fundación Disenso, que encabeza Abascal, se publicó la Carta de Madrid, un documento que denuncia que Iberoamérica se encuentra “secuestrada por regímenes totalitarios de inspiración comunista, apoyados por el narcotráfico” y “bajo el paraguas de Cuba e iniciativas como el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla, que se infiltran en los centros de poder para imponer su agenda ideológica”.
Entre los firmantes, además del propio Abascal, hay una curiosa colección de especímenes de la nueva ultraderecha: desde el verborrágico hijo del presidente brasileño, Eduardo Bolsonaro, hasta Giorgia Meloni, titular del partido neofascista Fratelli d’Italia, pasando por un variopinto surtido de antichavistas venezolanos, exempleados del Departamento de Estado y el excandidato presidencial pinochetista chileno José Antonio Kast.
Se destaca la representación argentina en el documento y, entre ellos, la presencia de ocho diputados nacionales de Juntos por el Cambio: Francisco Sánchez, Waldo Wolff, Alfredo Schiavoni, Carla Piccolomini, Hernán Berisso, Pablo Torello, Jorge Assef y Juan Aicega. Firmaron también el exconsejero de la Magistratura Alejandro Fargosi y los economistas libertarios Javier Milei y José Luis Espert.
El nexo entre Vox y el PRO lo tendió el neuquino Sánchez, que encabeza una corriente interna del macrismo, Unión Republicana, creada con la finalidad de oponerse a lo que consideran un giro a la izquierda de un sector de Juntos por el Cambio. La línea se lanzó en octubre del año pasado, en un zoom en el que la oradora principal fue la presidenta del partido, Patricia Bullrich, que les prometió “todo el apoyo”.
En sus redes, Sánchez reivindica a Vox y Bolsonaro, se muestra a favor de la portación de armas y en contra del aborto y el matrimonio igualitario. El último 24 de marzo tuiteó: “Nunca más el Terror de la bomba, el secuestro, la emboscada. Nunca más la revolución apátrida organizada y financiada por gobiernos extranjeros. Nunca más la memoria falaz e incompleta. Nunca más la Justicia al servicio de la venganza. Nunca más comunismo.”
Unión Republicana saltó a la fama cuando utilizaron bolsas de consorcio simulando cadáveres con los nombres de dirigentes oficialistas en una protesta frente a la Casa Rosada el mes pasado. Del grupo, además de Sánchez, forman parte la jefa de despacho de Cristian Ritondo, Jimena de la Torre, e Inés Liendo, nieta del exministro de Trabajo y de Interior durante la última dictadura Horacio Liendo.
La oposición a las medidas de cuidado ante la pandemia, que en ocasiones se traduce en posturas negacionistas y anticientíficas, es una constante en los movimiento libertarios, de ultraderecha o derecha populista (tres categorías que últimamente resultan intercambiables) de todo el mundo. Las manifestaciones en contra de las restricciones, los cuestionamientos a los cuidados y a las vacunas se repiten en Buenos Aires, Madrid, Berlín.
En el contexto de esa línea política debe leerse la decisión del PRO de mantener la ciudad de Buenos Aires abierta a pesar de ser uno de los puntos con mayor incidencia de contagios en todo el planeta. Puede haber cálculo político, desde ya, pero el marco teórico es la profunda convicción ideológica de que las personas no son más que un medio para un fin. Sólo así se entiende el sendero que decidió recorrer la oposición argentina.
En la política es saludable la búsqueda de consensos y el presidente Alberto Fernández llevó esa premisa hasta las últimas consecuencias. Cuando del otro lado se incumplen los compromisos, se ignoran las evidencias y se desconocen sistemáticamente las leyes, esa herramienta pierde sentido. Suena redundante pero el límite de la política es la antipolítica. Hay interlocutores con los que el mejor curso de acción posible es levantarse de la mesa.