Dolarizar o desdolarizar: esa es la cuestión

BRICS: una sorpresa anunciada. La ruta del yuan en el camino del petróleo. Peronismo perrito chico o perro grande. El final de la grieta.

27 de agosto, 2023 | 00.05

La inclusión de la Argentina en el foro BRICS, el ámbito más pujante de cooperación internacional en este siglo, tomó por sorpresa a Alberto Fernández, al canciller Santiago Cafiero y a buena parte del establishment empresarial y mediático local. Eso privó al Presidente de una foto histórica, quizás la más importante de su mandato. Es una pena porque bajo su gestión se dieron pasos clave para que se cumpliera el viejo anhelo compartido por Cristina Fernández de Kirchner y Lula Da Silva.

Esta semana, con la cumbre ya en marcha, aún se repetía que la ampliación del grupo no estaba en la agenda, a pesar de las numerosas declaraciones en sentido contrario que anticipaban la jugada, incluyendo una carta abierta del presidente chino Xi Jinping publicada por la prensa local el domingo pasado junto a un mensaje del mandatario anfitrión, Cyril Ramaphosa, en el mismo sentido. Dos de los principales diarios, The Mercury y The Star, titularon igual: “Ramaphosa explica por qué apoya la expansión de los BRICS”.

La excusa oficial, replicada sin matices por buena parte de la prensa, fue que se trató de una jugada de último momento, que no estaba prevista. Sin embargo la decisión ya estaba tomada desde al menos tres semanas antes, tal como informó El Destape en este mismo espacio el 4 y el 6 de este mes, en dos notas tituladas “Se destrabó el ingreso de Argentina a los BRICS” y “Por qué China y Lula apuestan por Argentina en el BRICS”, donde se da cuenta en detalle del lugar al que habían conducido las negociaciones.

“China quiere que la Argentina sea miembro pleno del BRICS antes de fin de mes. La ampliación del bloque que reúne a los países más importantes del sur global va a tratarse en la cumbre de jefes de Estado que se celebrará en Sudáfrica entre el 22 y el 24 de agosto y desde Beijing impulsan la incorporación de nuestro país al tope de la lista de más de treinta postulantes (...). El presidente de Brasil, Lula da Silva, también es clave para llevar las gestiones a buen puerto”. Es el primer párrafo de la nota del 4 de agosto.

Dos días más tarde un panorama más completo anticipó cómo iba a desenvolverse el asunto: “Dos temas van a acaparar la agenda durante esas jornadas, con los ojos del mundo posados sobre Johannesburg: la adopción de monedas alternativas al dólar para el comercio internacional y la apertura del grupo para la incorporación de nuevos miembros. Está todo listo para que Argentina sea uno de ellos (...). Lula jugó a fondo (...) en contra de la postura de su propio cuerpo diplomático y apostó a la incorporación del socio/vecino”.

En esa misma nota se explicó también que “las elecciones inminentes en la Argentina aceleraron los tiempos” en lugar de significar un obstáculo. El carácter del foro es informal y no requiere de mayores burocracias. La invitación, tal como figura en el artículo 91 de la Declaración de Johannesburgo, entrará en vigencia el 1 de enero pero ya fue aceptada por el gobierno vigente. Los dos candidatos opositores a la presidencia manifestaron su rechazo al BRICS, al igual que un expresidente. Bolsonaro decía lo mismo y al final cambió de idea.

Por último, el mismo 6 de agosto: “El impulso a la candidatura está directamente relacionado con las negociaciones en curso con el Fondo Monetario Internacional (...). El pago al fondo con yuanes, con créditos de otros organismos o con DEGs de otros países es un hecho seguido con mucha atención desde Beijing (...). Argentina es un protagonista de la estrategia de China para expandir su presencia en el mundo en los próximos años: la internacionalización del yuan y el debilitamiento del patrón dólar”.

Desdolarización es el nombre del juego

El primer anuncio que hizo el ministro de Economía y candidato presidencial Sergio Massa, que está informado sobre las gestiones desde comienzos de mes, cuando algunos medios brasileños ya anunciaban la ampliación del BRICS, fue un viaje a Brasil para realizar el comercio bilateral en yuanes, como ya hacen ambos países con China. La visita la acordó con su par Fernando Haddad en una charla desde Washington, el miércoles por la tarde, ni bien supo que el ingreso de Argentina al BRICS era un hecho. 

El objetivo de Beijing en esta etapa de su confrontación planetaria con Estados Unidos es reformular el sistema financiero internacional, que tiene su epicentro en el Atlántico Norte y en el dólar su unidad de medida, para poder ampliar su propia influencia hacia espacios que hoy tiene vedados. En el mundo globalizado la economía mundial es una sola y para que la moneda china gane terreno necesariamente tiene que retroceder el dólar. Es un juego de suma cero. Y el petróleo es el camino más corto para ganarlo.

Con la incorporación de los nuevos seis miembros, los BRICS van a significar casi la mitad de la producción mundial de petróleo y más del cuarenta por ciento de la producción mundial de gas. Eso va a transformarlo en una enorme usina energética y por lo tanto de poder. Si los países participantes en el foro avanzan en el camino discutido en esta cumbre para comerciar, entre ellos y con terceros, utilizando monedas locales, la mitad de los hidrocarburos del mundo dejarían en el mediano plazo de venderse y comprarse en dólares.

Es importante entender que el valor del dólar como unidad de medida en la economía global se sustenta en dos bases. La primera es el poderío militar, y más precisamente la bomba atómica, que permitió el impulso, después de la segunda guerra mundial, los acuerdos de Breton Woods, sustento del esquema financiero aún vigente a través de instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. De esa forma el dólar desplazó definitivamente a la libra esterlina como instrumento del comercio internacional.

El segundo paso lo dio casi treinta años después Richard Nixon, cuando decidió abandonar el patrón oro, según el cual cada dólar billete tenía como contrapartida un dólar de oro en la Reserva Federal. En su reemplazo alcanzó un acuerdo estratégico de vital importancia con Arabia Saudita, el principal productor mundial de petróleo. A partir de ese momento la única moneda de cotización aceptada por la corona saudita sería el billete verde. Así, se reemplazó el respaldo del oro de Estados Unidos por el del petróleo de todo el planeta.

La desdolarización es un proceso gradual, que comenzó hace un cuarto de siglo de manera lenta y, en un comienzo, inadvertida. Ahora puede ser muy tarde para detenerlo. En 1999, el 71 por ciento de las reservas globales estaban resguardadas en dólares. En 2021 ese número había caído al 58 por ciento. En el mismo interín, el comercio de China con Arabia Saudita pasó de prácticamente cero a 120 mil millones de dólares anuales, el triple que Estados Unidos. El 1 de enero de 2024 Arabia Saudita también va a ser parte de los BRICS.

Si el dólar deja de ser la única moneda con la que se comercia el petróleo (y, detrás de eso, el gas y el resto de los commodities, que corren detrás de la energía), su valor ya no estará fijado por la voluntad política de las autoridades de un país. Fluctuará de acuerdo al tamaño de su economía, el monto de su deuda, la cantidad de circulante, el valor de sus bonos soberanos. Y existe un consenso generalizado entre economistas de todo el mundo de que el día que eso suceda el dólar deberá afrontar una importante devaluación.

Esto, si sucede, tendría dos efectos balsámicos para la Argentina. El primero es licuar el peso de la deuda externa. Si los dólares valen menos, van a entrar más dólares por cada tonelada de soja o de litio, por cada metro cúbico de gas o barril de petróleo o auto o tractor o jornada de programación o de diseño que se exporte. Pero además, un dólar fluctuante es menos atractivo como instrumento de ahorro y unidad de cuenta, lo que facilitaría la urgente normalización que debe atravesar en cualquier caso la economía del país. 

 

Perro grande, perro chico

La incorporación de la Argentina al BRICS fue un logro histórico de un gobierno caracterizado por los opositores como “el peor gobierno de la historia” (un ejercicio que no resiste ningún análisis serio) y por una parte del oficialismo como “el peor gobierno peronista” (una caracterización que incurre en el piadoso olvido de lo que sucedió durante la segunda presidencia de Carlos Saul Menem o durante el interinato de María Estela Martínez de Perón, en fin). Es una pátina que perjudica al candidato oficialista, claro.

Sin embargo, durante casi cuatro años, este gobierno, que tuvo inmensas flaquezas y algunas miserias, también supo acumular una serie de conquistas que no pudieron ser capitalizadas políticamente por la renuncia del presidente Fernández a narrar su propia gestión y la crueldad con la que fue esmerilada por sus propios compañeros de ruta. Fueron cuatro años de peronismo perrito chico, como en el meme, inmovilizado ante el peso de la realidad, sin herramientas para cambiarla.

Incluso en esas condiciones, el peronismo, desde agosto de 2019 hasta la fecha pudo:

- Frenar cuatro corridas bancarias: una antes de asumir y las otras tres sin reservas en el Banco Central.

- Salvarle la vida a Evo Morales y ser un actor clave en la recuperación de la democracia en Bolivia.

- Ante la pandemia de Covid-19 implementó el mejor plan de vacunación en la región, construyó y equipó hospitales y a través de planes como IFE y ATP fue al auxilio de empresas y de personas.

- Gracias a eso pudo recuperar el pleno empleo, bajando la tasa de desocupación a la mitad. Los salarios, la gran deuda de estos cuatro años, sin embargo no retrocedieron, mientras que en los cuatro anteriores cayeron un promedio de veinte puntos.

- El programa Previaje potenció el sector turístico, el más afectado por la pandemia, llevándolo a niveles record.

- Se entregaron 125 mil viviendas, contra 14 mil del gobierno anterior (que había prometido un millón).

- Se realizaron obras públicas en cada uno de los municipios del país.

- Se conquistó el derecho al aborto legal, seguro y gratuito.

- El país salió del default virtual que había dejado Macri.

- Afrontó dos renegociaciones con el FMI y una con acreedores privados, que permitió postergar vencimientos para 2022 y 2023.

- Implementó el impuesto a las grandes fortunas y otras reformas fiscales progresivas.

- Concluyó en tiempo récord la construcción del gasoducto Néstor Kirchner.

- Hubo récord de exportaciones.

- Se comenzó el reequipamiento de las Fuerzas Armadas gracias al programa FONDEF.

- Se revitalizó el rol de Argentina en la diplomacia global, con acciones como la revalorización de la CELAC y, por supuesto, el ingreso al BRICS.

Y a pesar de todo eso el peronismo se dirigía a una derrota inapelable. Hace tan poco como seis meses nadie creía posible un triunfo del candidato oficialista. Seguramente la  naturaleza de perrito chico facilitó la resignación temprana. El fuego amigo y la impericia presidencial sin dudas agravaron la situación. Sin ellos es muy probable que Unión por la Patria pudiera terminar la primaria en primer lugar y no en el tercero. Pero también es plausible que incluso sin ellos le resultara cuesta arriba ganar una segunda vuelta.

Hay cuestiones estructurales, mucho más arraigadas, que juegan en contra. En los últimos años el peronismo se acostumbró a quedar en minoría, del lado malo de la polarización, sin iniciativa, fuera de sintonía con la sociedad, sin agenda de mayorías y en retroceso. Resistiendo con aguante. Es lo que vio CFK después de perder las elecciones de 2015 y la motivó a proponer, desde su primera reaparición, en abril de 2016, hasta la última, la necesidad de establecer un gran acuerdo nacional. Reconstruir una mayoría.

 

El final de la grieta

El diagnóstico es claro: el peronismo perrito chico no moviliza a sus bases, no entiende a los desencantados, se siente extranjero en un país gorila, no hace pie en el poder judicial, no tiene terminales entre los empresarios más poderosos. Da ventajas. Quedó del lado perdedor de la grieta. Para escapar de esa trampa perdidosa, después de tantos años de apalancarse en ella, es necesario un reseteo profundo. Mover placas tectónicas. Cambiar la topografía. Patear el tablero para empezar otra vez desde el principio algo distinto.

Esa idea, que comenzó bajo la lluvia en Comodoro Py, se fue refinando con el correr de los años y la persecución política en su contra que culminó en un intento de asesinato y una condena proscriptiva. Un último intento para salvar a la Argentina de sí misma, de su historia sangrienta. Cambiar el eje que parte al medio a la sociedad reformulando la pregunta que se hace cada argentino y cada argentina en la cabeza en el momento definitivo, adentro del cuarto oscuro, a solas con su futuro.

Vaya si sucedió. El 13 de agosto por la noche la noticia más importante debió ser que los resultados de la primaria sepultaron la grieta. Javier Milei la hizo volar por los aires. El conflicto que ordenó los últimos 15 años de política argentina dejó de existir. Ya no es kirchnerismo o no kirchnerismo. Ahora es otro muy diferente, más peligroso, más oscuro, más violento y más impredecible. Esa es la mala noticia. La buena es que un triunfo, otra vez, aparece en el ámbito de lo posible.

Las apuestas no pueden ser más altas: en esta elección no va a elegirse solamente un modelo de país. Quien llegue a la Casa Rosada deberá asumir una situación crítica de la que se puede salir solamente de dos maneras. Una es la reconstrucción de una mayoría nacional que reordene el escenario alrededor de nuevos parámetros y acumule poder para llevar adelante las medidas necesarias para dejar atrás la zozobra rápidamente. La otra es la fragmentación política, la inmovilidad institucional y la licuación final de la voluntad popular.

El mensaje debe ser claro: es peronismo perro grande o diez años más de crisis. Y otra década perdida es algo que los argentinos no podemos permitirnos.