Despejada, al menos por ahora, la bruma de la interna, las coincidencias en Unión por la Patria se revelan más frecuentes que lo que ninguna de las partes querría admitir. Pasó detrás de una manada de elefantes pero Cristina Fernández de Kirchner propuso públicamente el lunes 26 de junio, durante la presentación en sociedad de su idem con Sergio Massa, una ley contra el negacionismo; la misma idea que trajo hace algunos años Alberto Fernández de un viaje a Francia. En el Congreso aguardan tres proyectos.
El periodista y ensayista Cristopher Hitchens detecta esa cantidad de peligros (3) en las iniciativas que, con la mejor de las voluntades, proponen un límite a la libertad de expresión para penalizar discursos que resultan odiosos al consenso mayoritario. Uno, dice, es “¿Quién va a decidir?”, “¿a quién le otorgan el derecho de decidir qué discurso es nocivo o quién es el orador nocivo?”. En la Argentina, eso recaería en el Poder Judicial que tenemos y el gobierno que asuma en diciembre. No parece una buena idea puesto de esa forma.
El segundo punto es la declinación del pensamiento crítico sobre lo que Hitchens llama “falsa seguridad del consenso” y “mayoría moral segura”. Se pregunta: “¿Cómo sé que sé sobre algo, excepto porque me lo han enseñado y nunca escuché nada más?”. Las sociedades que se basan en acuerdos mayoritarios saldados en la arena pública son preferibles a los que se fundan en dogmas y restringen expresiones disidentes. El negacionismo no se termina si se clausura el debate; por el contrario, en ese sustrato crece con fuerza y de forma subterránea.
Queda para el final la más importante de las objeciones, basada en un concepto que atraviesa desde la más ortodoxa tradición liberal anglo hasta el marxismo clásico (Hitchens cita a John Milton, Thomas Paine, John Stuart y Rosa Luxemburgo): “No es solo el derecho de la persona que habla a ser escuchada, es el derecho de todos en la audiencia a escuchar y oír. Y cada vez que silencias a alguien, te vuelves prisionero de tu propia acción porque te niegas el derecho de oír algo”, escribe, con claridad, increpando por izquierda y por derecha a quienes proponen censura o castigo por a opinión.
Esto viene a cuento a partir de las denuncias que profirieron en los últimos días desde una línea interna de Juntos por el Cambio al primer precandidato a legislador porteño del PRO, Franco Rinaldi, a partir de una serie de expresiones de carácter homofóbico, racistas, violentas y antisemitas vertidas por él, de manera constante, en un segmento de streaming que protagonizó en solitario durante casi tres años, entre agosto de 2020 y junio de este año, justo antes de que se hiciera oficial su postulación.
Rinaldi no puede ser considerado un actor de reparto. Tiene un lugar destacadísimo en la boleta amarilla en la ciudad de Buenos Aires, el distrito más importante en la estrategia electoral del macrismo. Tan relevante es su posición que si los tribunales finalmente decidieran impugnar la candidatura de Jorge Macri por no cumplir los requisitos de residencia, él debería reemplazarlo como candidato del PRO (y por lo tanto, favorito a priori) para la jefatura de gobierno. Es un montón.
Los ataques contra Rinaldi son parte de la disputa a cielo abierto por el control del territorio metropolitano por las dos facciones que tienen chances de alzarse con el botín: los Macri por un lado, el radicalismo que lleva en la boleta a Martín Lousteau por el otro. Y resuenan en la otra gran pelea de fondo que incuba ese espacio, la de Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich por el premio mayor. En ese fragor, el jefe de gobierno salió a despegarse del precandidato de su propio partido en su propio distrito. Total normalidad.
Las expresiones irreproducibles que se le cuestionan a Rinaldi ya se conocían mucho antes de que un periodista pusiera en marcha el operativo demolición. No fue algo oculto que salió a la luz de un día a otro. Esa fue sólo una excusa para causar daño. Que quede claro: cuando lo pusieron en la boleta, sabían perfectamente quién es y cómo piensa y no lo eligieron a pesar de eso sino justamente porque representa valores que son muy apreciados por un sector del electorado que se volvió medular para Juntos por el Cambio.
Por eso el pedido de disculpas que ensayó frente a las cámaras de televisión no es solamente un acto de hipocresía sino una simulación. No hay un mentiroso y alguien que le creyó sino una ficción representada por ambas partes, cómplices en la maniobra. El que finge un arrepentimiento que no es tal y el que hace de cuenta que perdona cuando, en un primer lugar, nunca hubo ofensa sino solamente una ocasión aprovechada para sacar ventaja en la interna.
Los mismos dirigentes que denuncian las expresiones violentas del candidato terminarán compartiendo listas con él después del 13 de agosto, cuando se integren, de forma alternada, los dos sectores en una sola boleta. ¿Alguno de los que se escandaliza ahora tendrá la entereza de renunciar o los veremos en pocas semanas compartiendo actos como si nada hubiera pasado? No hace falta hacer ejercicios de adivinación para saber la respuesta.
Pongamos, como ejemplo, al propio Lousteau, que en un tuit se manifestó “sorprendido” por las expresiones del precandidato. “No podemos permitir que Juntos por el Cambio lleve en sus listas a personas que fomenten el odio y la discriminación. Nuestro espacio debe trabajar por la libertad, el respeto y la inclusión. Este nivel de violencia lastima profundamente a nuestra sociedad. Tenemos la responsabilidad de ser mejores”, posteó el radical alineado en la interna con Rodríguez Larreta.
Que nadie le avise que su sector lleva como precandidato a primer diputado nacional en la provincia de Buenos Aires al xenófobo Miguel Pichetto y en la papeleta para el Senado auspicia a José Luis Espert, cuyo único hit es “cárcel o bala” para reprimir la protesta social. O que en su propia boleta va a estar la foto de Gerardo Morales, que esta semana ordenó pedir multas millonarias y penas de hasta 25 años de prisión para los detenidos durante las medidas de fuerza en Jujuy. El violento siempre es el otro.
Y aquí entra en juego el asunto de la libertad de expresión y lo que Hitchens llama “el derecho de todos en la audiencia a escuchar y oír”. La solución a este tipo de situaciones no puede ser nunca restrictiva. Si a cada persona que dijo o hizo algo cuestionable se le quitara el derecho político de postularse a un cargo, la democracia quedaría vacía. El único filtro posible y deseable es el del voto popular, que requiere de una libertad irrestricta de expresión para informarse cabalmente sobre los candidatos.
Dicho de otra manera, si coartamos el derecho de expresión de los racistas, de los homofóbicos, de los antisemitas, de los que proponen la violencia, siempre unidireccional, como lubricante del contrato social; si no dejamos, en resumen, que los hijos de puta hagan manifiestas sus opiniones y exhiban toda su perfidia, ¿cómo vamos a reconocerlos? Rinaldi no solamente tiene el derecho de ser candidato. Es saludable que lo sea. Representa cabalmente a su espacio. El pueblo tiene herramientas para decidir.
Definido, de esta forma, cuál es el proyecto del país que propone la oposición, ahora solamente resta terminar de poner en conocimiento de los argentinos la propuesta alternativa, la del peronismo, representada por la fórmula de Massa y Agustín Rossi, que cuenta con el apoyo mayoritario de los dirigentes y organizaciones que conforman Unión por la Patria. Hoy esa propuesta no resulta, todavía, del todo clara, aunque empieza a tomar forma entre los primeros gestos de campaña y las urgencias de gestión.
La resolución a contrarreloj de las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional exhiben las costuras del acuerdo entre el ministro candidato y el resto del frente político. Si uno de los pocos puntos de consenso que pedía CFK era cómo pararse ante ese organismo, la fórmula nestorista de “pagar para sacárselos de encima”, que adoptó Massa como salvoconducto, sirve como punto de contacto entre las partes pero no puede leerse literalmente: saldar una deuda de esa magnitud llevará más que un mandato.
No se trata de un problema para el Massa eventual presidente del futuro sino una bomba de tiempo para el Massa ministro de Economía y candidato del presente. Entre el 31 de julio y el primero de agosto el país debe desembolsar al FMI más de 3500 millones de dólares que no tiene. Si no hay un acuerdo, la economía argentina, las expectativas del peronismo y los planes del tigrense pueden volar por los aires. El proceso formal toma 19 días, así que la negociación debería saldarse a lo sumo este miércoles.
El FMI pide condiciones que resultan inaceptables incluso para los economistas que negocian en nombre del ministro, que no son precisamente heterodoxos. En resumen, una devaluación del dólar oficial de una magnitud tal que traería aparejada una nueva suba del índice de inflación y un ajuste fiscal a mayor velocidad. De cabeza al peor de los escenarios: una estanflación impactando de lleno en la zona más caliente del calendario electoral. Un camino sin salida.
Ante la necesidad de forzar una resolución diferente, Massa jugó fuerte. El jueves mantuvo una videoconferencia con el ministro de Finanzas de Egipto, Mohamed Maait, que no pasó desapercibida en la Casa Blanca. Egipto es, después de Argentina, el segundo país que más le debe al FMI. El tercero es Ucrania, que va a tardar muchos años en recuperar su capacidad de pago. Entre los tres se explican ocho de cada diez dólares prestados por el Fondo. Una friolera.
En Egipto, además, el presidente Abdul Fatah al Sisi decidió hace pocos días plantarse para no aplicar una devaluación que estaba contemplada en el acuerdo con el organismo. Avivada por el conflicto en Ucrania, la inflación de alimentos y energía es un problema severo que pone en peligro el orden social. El programa económico impuesto por el FMI retroalimenta con sus condiciones la carrera de precios. Cualquier semejanza con lo que sucede en otras latitudes no es casualidad.
El comunicado que emitieron ambos países después de la videollamada da cuenta de esas coincidencias: “Tanto Egipto como la Argentina mantienen conversaciones con el Fondo Monetario Internacional para consolidar programas que garanticen el sendero de estabilidad macroeconómica, sin descuidar el impulso al desarrollo local y el bienestar de los ciudadanos y ciudadanas”, advierten. El mensaje incluye la amenaza velada de volar todo por los aires.
La posibilidad de un pacto entre los dos principales deudores del FMI para defaultear en simultáneo podría causar un cimbronazo histórico en un momento en el que todo el planeta se pregunta cuál es el futuro del dólar como patrón único del comercio y las finanzas globales. Cerca de Massa tiñen la idea con épica nestorista: así como Kirchner acordó con Brasil para pagar en 2005, él ahora podría dejar de pagar en tándem con Egipto para intentar zafar de la trampa.
Apretar para negociar. Pero: ¿qué pasa si nadie cede? ¿Cómo termina este juego de la gallina? Con nervios de acero, todo se define por detalles. El viaje del equipo argentino, encabezado por Gabriel Rubinstein y Leonardo Madcur, se postergó varias veces porque Massa no quiere que viajen hasta que no esté cerrado hasta la última coma. De visitante, sostiene, es menor el resguardo frente a las presiones y los subterfugios de los negociadores del Fondo. El ministro sólo viajará a poner la firma.
Algo que no se pasa por alto en Washington es que Egipto es el más reciente socio del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS y la Argentina será el próximo en sumarse, en menos de un mes, durante la próxima cumbre anual de presidentes del bloque, que se celebrará a comienzos de agosto (pocos días antes de las PASO) en Sudáfrica. Los dos países, además, están avanzados en el proceso de incorporación al foro que nuclea a las principales potencias del hemisferio sur.
Esta semana se reunieron en la ciudad de Durban los sherpas de los cinco miembros del BRICS con el propósito de “desarrollar principios guía, standards, criterios y procedimientos para la expansión” del bloque para que evalúen los presidentes, según explicó el sudafricano Anil Sooklal, que condujo el encuentro. Además de la expansión, a la que también aplicaron México, Arabia Saudita, Indonesia y Nigeria, entre una veintena de países, el otro tema excluyente de la cumbre será la creación de una nueva moneda global que desafíe la primacía del dólar.