A menudo, la diferencia entre una política audaz y otra errática sólo puede establecerse a posteriori en función del éxito obtenido a través de esos medios. En el primer caso, si se alcanzan los objetivos, ocasionales deslices y faltas cometidas por el camino se perdonan; por el contrario, si a fin de cuentas se fracasa, serán recordados como pecados que servirán para echar toda la culpa al responsable. La agenda exterior argentina transita ese estrecho desfiladero, entre la patriada y el abismo.
Cuando más apremia la necesidad, y el fantasma de una nueva crisis vuelve a frecuentar las preocupaciones de los argentinos, las circunstancias pusieron a este territorio de la periferia extrema, súbitamente, en el centro del planeta. La guerra cambió las bases y condiciones. Los que crean que el tablero, los jugadores y las reglas de juego son las mismas que hasta febrero de este año, equivocan el diagnóstico. Los que crean que esto va a pasar rápido, también.
Incluso si el conflicto en Europa concluyera hoy, y no hay ninguna señal de que algo así vaya a suceder en el corto plazo, el mundo tiene por delante entre 18 y 24 meses de emergencia alimentaria severa, según concluye el estudio que tomó relevancia global a partir de la última tapa de la revista The Economist, que advertía sobre este riesgo inminente. Lo que vimos hasta ahora, al comienzo de la guerra, fue apenas una suba de precios. Cuando falte trigo estaremos ante una hambruna global.
Las estimaciones hablan de una caída del 40 por ciento de la producción de trigo en todo el mundo para la próxima cosecha, lo que implica que pueden faltar unas 300 millones de toneladas, particularmente en países africanos y de medio oriente. Argentina genera anualmente “sólo” el 2,4 por ciento del trigo mundial, pero a diferencia de grandes productores, como la India y China, tiene un importante excedente respecto a las necesidades de su mercado interno.
Por otra parte, el potencial energético de Argentina, aunque se beneficie de ello, no depende de los precios inflados por la guerra. Durante las próximas décadas, mientras el mundo realice su transición energética hacia otras fuentes, el gas, que es el menos contaminante de los hidrocarburos, jugará un rol clave, y Vaca Muerta tiene las segundas reservas a nivel mundial. La ruptura de relaciones de occidente con Rusia, otro actor central del mercado gasífero, realza el valor estratégico de esas reservas.
Es que lo que todo el mundo necesita hoy y va a necesitar durante mucho tiempo más es justamente eso que la Argentina puede proveer en cantidades significativas: energía y alimentos. El consenso que existe en la comunidad de negocios global respecto a las oportunidades que tiene por delante el país está tan extendido como las dudas sobre si esta vez estará en condiciones de aprovechar la ventana histórica para el desarrollo de sus capacidades plenas.
No se trata de estar o no aislados del mundo. Se trata, en todo caso, de cómo va a ser la relación con los distintos actores que conforman esa entelequia. Es sumamente habitual la confusión de una parte con el todo. Puede apreciarse a partir del conflicto europeo, donde el aparato propagandístico de la OTAN intenta contrabandear como globales las sanciones tomadas por un grupo de países cuya población, acumulada, es de apenas mil millones de personas, uno de cada ocho seres humanos sobre el planeta.
En resumen: el mundo, hoy y por varios años más, necesita a la Argentina. Mejor dicho: necesita de sus recursos. Ante ese dato de la realidad se abren tres caminos por delante. El primero es hacer un aprovechamiento estratégico de la situación para que el país se vuelva más próspero e igualitario. El segundo es aplicar una política entreguista que haga millonarios a unos pocos. El tercero es caer en un conservacionismo impracticable para un país que no tendrá cómo defender lo que conserva cuando otro venga a explotarlo.
El delicado equilibrio necesario para recorrer la primera de esas sendas (que, insisto, si no produce resultados puede confundirse fácilmente con un zig zag errático) se pondrá a prueba durante el próximo mes, cuando la agenda internacional le depare al presidente Alberto Fernández tres paradas de máxima importancia. La Cumbre de las Américas en Estados Unidos, el encuentro virtual del presidentes del BRICS y la cita de presidentes del G7 en Alemania mostrarán hasta dónde puede explotar este gobierno la ocasión.
La primera cita será en Los Ángeles. El presidente Joe Biden, preocupado por la guerra en Ucrania, el aluvión republicano de cara a las elecciones de medio término, la tragedia recurrente de la violencia civil y una economía que no termina de recuperarse de la pandemia, nunca pensó que la organización de la Cumbre, un ámbito de encuentro regional en el que Estados Unidos históricamente se manejó como patrón indiscutido, iba a traerle tantos dolores de cabeza.
El problema surgió a partir de la decisión del gobierno norteamericano de excluir de ese encuentro a Cuba, Nicaragua y Venezuela. Adujeron objeciones a la calidad democrática de esos países pero los verdaderos motivos deben buscarse en la política interna: el voto latino es esencial para que el Partido Demócrata sea competitivo este año y en las próximas presidenciales y la enorme mayoría de los inmigrantes o hijos de inmigrantes allí tienen posiciones tomadas fuertemente en contra de los gobiernos de esos países.
Lo que no sospechaba Biden es que varios países de la región protestarían contra esas exclusiones y que a menos de diez días del comienzo de la Cumbre menos de la mitad de los presidentes que recibieron sus invitaciones confirmaron su presencia. México, principal socio comercial de Estados Unidos, ya advirtió oficialmente que no concurrirá si no se levantan los vetos. Bolivia tomó la misma postura. Brasil tampoco asistirá a Los Ángeles. Quince países caribeños organizados en la Caricom evalúan su posición.
América Latina se ha vuelto un escenario complejo para Washington. La llegada al poder de varios mandatarios de izquierda en la región, incluso en países históricamente alineados como Chile y (quizás) Colombia, restringieron la cantidad de interlocutores. Esta semana, Biden envió al senador Christopher Dodd a recoger apoyos de cara a la Cumbre. Después de recorrer México, Brasil y Argentina tuvo que volverse a los Estados Unidos con las manos vacías.
Son secuelas que dejó el desinterés mostrado por la administración actual en la región, no muy distinto al que caracterizó a la anterior, que encabezaba Donald Trump, en temas que van del reparto de vacunas al financiamiento multilateral. Si la Cumbre fracasa, habrá que recordar que mientras Trump rompió la tradición de que un latinoamericano esté al frente del BID para poner un funcionario suyo, fue Biden el que incumplió, luego, los compromisos de recapitalización del banco con fondos norteamericanos.
En este contexto, la decisión que tome Argentina puede torcer el destino del encuentro. Si suma su ausencia a la de México y Brasil, completará un desplante con pocos antecedentes históricos cuyas consecuencias echarán dudas sobre el rol de liderazgo hemisférico de Estados Unidos en el largo plazo. Por eso, Fernández se siente con margen para endurecer su posición y su discurso en los últimos días, tratando de negociar una salida decorosa para todas las partes y exitosa para él, como negociador.
Al cierre de esta columna el presidente argentino no había confirmado aún si no irá a Los Ángeles, en protesta por el veto, o asistirá, como titular de la CELAC, para usar ese foro como amplificador de la denuncia de esas exclusiones. Lo que sí está descartado por parte de la Casa Rosada es la posibilidad de una bilateral con Biden durante la Cumbre. Fernández pretende ser recibido especialmente en Washington y no tener un encuentro lateral en el marco de un evento más importante.
El avance de la influencia de China en la región es otra de las preocupaciones centrales de la Casa Blanca, tal como dejaron claro los enviados que regularmente enviaron a dialogar con funcionarios del gobierno desde la administración Biden. Los motivos son evidentes: a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda, a la que Argentina adhirió recientemente, Beijing lleva acumulados 137 mil millones de dólares en inversiones y créditos para América Latina.
Por eso hay alerta, también, por la posibilidad de que la próxima cumbre de los BRICS, el bloque de las principales potencias periféricas del planeta, sea el trampolín para que la Argentina se incorpore a ese grupo. La decisión se toma por unanimidad de todos los miembros y en cancillería ya cuentan con los votos de Brasil, Rusia, la India y China. Resta solamente la conformidad de Sudáfrica, motivo por el cual Santiago Cafiero tiene planeado un viaje ese país para el mes de julio.
Esta semana, la retórica presidencial anticipó ese viraje, cuando se enfocó, en un mensaje ante ministros de la CELAC, en la pertenencia al “sur global”, una reinterpretación de la tercera posición histórica de la doctrina peronista en función de los tiempos que corren, articulando entre la latinoamérica hispanoparlante (400 millones de habitantes) y los BRICS que representan al 42 por ciento de la población, el 30 por ciento del territorio, el 23 por ciento del PBI y el 18 por ciento del comercio del planeta.
Eso no significa renunciar al vínculo con “el norte” al que Fernández también castigó dialécticamente esta semana. De hecho, horas después de participar virtualmente de la cumbre de los BRICS, viajará a Alemania para participar del encuentro presencial de mandatarios del G7, el grupo que reúne a las potencias occidentales. Será el único país representado en los dos foros y el único latinoamericano en el retiro que tendrá lugar en los Alpes.
La invitación se gestó durante la reciente gira del presidente por Europa. Las oportunidades que ofrece la Argentina a un continente necesitado de alimentos y, principalmente, de energía, fueron más fuertes que las reservas causadas a partir de la negociación con el FMI (donde los socios del G7 estuvieron entre los más intransigentes) y, más cerca en el tiempo, la negativa a participar de las sanciones contra Rusia a causa de la invasión a Ucrania.
La agenda argentina en esa reunión se resume en tres palabras: gas natural licuado. Es el insumo que va a necesitar Europa a partir de la interrupción del suministro de energía rusa. Argentina, a través de Vaca Muerta, tiene capacidad de sobra para producir lo suficiente para cubrir la demanda, pero es necesario hacer una inversión considerable para poder extraerlo, transportarlo hasta un puerto, licuarlo y exportarlo: en el gobierno calculan unos 8 mil millones de dólares por el combo completo.