El italiano Mario Draghi fue el último (y el más importante) de los anfitriones europeos de Alberto Fernández en su gira reciente. Figura central de la política y la economía del Viejo Continente, fue por casi una década el titular del Banco Central Europeo, lugar donde trabajó codo a codo con la alemana Angela Merkel, es miembro desde hace un año de la Pontificia Academia de Ciencias a instancias del papa Francisco y encabeza un gobierno de unidad donde recibe el apoyo de todo el arco político, desde la Liga de Mateo Salvini hasta la centroizquierda de Matteo Renzi, pasando por el Movimiento Cinco Estrellas y Fuerza Italia, de Silvio Berlusconi, que por primera vez en muchos años ofrece cierta perspectiva de estabilidad a la convulsionada Reppublica. Además, este año preside el G20.
Desde ese lugar Draghi motorizó la Cumbre Mundial de Salud que se realizó esta semana de manera remota (por razones evidentes) y que concluyó con un comunicado donde los países más importantes del planeta se comprometieron y comprometieron a los laboratorios a cooperar en un operativo de vacunación “de gran escala, global, seguro, efectivo y equitativo” que llegue a todos los países del mundo. Aunque la iniciativa de suspender las patentes de las vacunas mientras dure la pandemia fue bloqueada por la resistencia de los Estados Unidos, la declaración de Roma promueve otras herramientas como “los acuerdos voluntarios de licencias de propiedad intelectual, de transferencia tecnológica y la compra en pool de patentes en términos acordados por ambas partes”.
Más interesante que las palabras acordadas en cuidado lenguaje diplomático es la lista de adherentes a la iniciativa de Draghi: el francés Emmanuel Macron y Merkel; la vicepresidenta de los Estados Unidos, Kamala Harris; el presidente chino, Xi Jinping, y el ruso, Vladimir Putin. También el secretario general de la ONU, António Guterres y la directora gerenta del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, que le puso números a una campaña que permita vacunar al 40 por ciento de la población del planeta este año: 50 mil millones de dólares, casi la misma cantidad que ese organismo prestó a la Argentina durante el último año y medio de presidencia de Mauricio Macri a instancias de Donald Trump y para evitar (sin éxito) el regreso del peronismo al poder.
Draghi será anfitrión de esos mismos líderes cuando Roma sea, a finales de octubre, la sede (todos descuentan que presencial) de la cumbre de presidentes del G20. Durante la reunión que mantuvo con Fernández en el Palazzo Chigi hace diez días, le prometió incorporar en la agenda de ese encuentro los cambios que el gobierno argentino propone en las reglas de juego del sistema financiero internacional. Son cuestiones clave para destrabar la negociación con el FMI: con las normas actuales, no existe una solución técnica para el problema que dejó Macri. El presidente argentino contará en ese foro con el apoyo de la Unión Europea, Rusia y China. Define Estados Unidos, que tiene poder de veto, como el que ejerció esta semana para evitar los cuestionamientos a la propiedad de las patentes.
La relación con Joe Biden está bien encaminada, aseguran en el gobierno argentino. El encuentro de Fernández en Roma con su enviado especial para el Cambio Climático, John Kerry, fue el paso más firme hacia Washington que dio la Casa Rosada desde diciembre de 2019. En medio de una crisis política extendida en Sudamérica, el presidente argentino aparece como uno de los pocos interlocutores posibles para el Departamento de Estado. El apoyo de Europa (y del Papa, al que Biden, católico, escucha con frecuencia) puede ayudar a vencer algunas resistencias, al igual que la sintonía entre la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, con el ministro de Economía, Martín Guzmán. Hay cuestiones, sin embargo, que exceden las afinidades. El problema muchas veces no es la voluntad sino el margen de maniobra.
Eso mismo (la cuestión del margen de maniobra) viene atormentando a Fernández desde que la gestión de la pandemia se volvió un pantano, momento poco preciso que debe estar cumpliendo su primer aniversario por estos días. Por eso fue un alivio el apoyo casi unánime a la decisión de aprovechar dos feriados para hacer un cierre estricto por nueve días que solamente “pise” la actividad económica tres jornadas hábiles. El número es algo esotérico, porque no alcanza a cortar un ciclo completo de circulación viral, que los científicos calculan de entre dos y tres semanas, y que es lo mínimo necesario que debe durar una cuarentena para derrumbar la curva de contagios, pero es el que se pudo consensuar y el que, esperan en la Casa Rosada, se pueda hacer cumplir.
Tras la cadena nacional en la que se anunciaron los nueve días de fase uno y medio, las principales usinas noticiosas puestas al servicio de la oposición política coincidieron en editorializar el título, señalando que el regreso de un confinamiento duro era consecuencia directa de la falta de vacunas. Ese fake news se repitió, con las mismas palabras, en un meme posteado por varias cuentas vinculadas al PRO y Juntos por el Cambio, despejando toda duda sobre el origen de la ocurrencia. En esa construcción ficticia conviven dos mentiras, cuyos autores difícilmente ignoran. La primera es que en la Argentina hay, por impericia del gobierno o algo peor, menos vacunas que las que podría haber. La segunda es que una campaña de vacunación más veloz podría haber evitado una nueva cuarentena.
El mito de la falta de vacunas no resiste un chequeo veloz de datos. El país ya aplicó más de 10 millones y dispone de otros dos millones en distintas etapas del proceso de distribución que lleva cada una desde el avión que la trae al país al brazo de cada persona alcanzada por el operativo. La vacunación, gestionada por cada distrito, tiene desde hace varias semanas un ritmo sostenido alrededor de las 150 mil dosis diarias, que podría duplicarse si fuera necesario. Entre los países que participan del G20, donde están reunidas las principales economías del planeta, la Argentina está en el séptimo lugar en cuanto a la población alcanzada con la primera dosis, sólo debajo de Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, Alemania, Italia y Francia.
Tampoco es difícil revisar las estrategias de los países que dejaron atrás o están dejando atrás la última ola de la pandemia para comprobar que en todos los casos recurrieron a las limitaciones a la circulación de las personas, cierres de comercios y ausencia de clases presenciales, a veces por varios meses, como herramienta primordial para minimizar la cantidad de enfermos y muertos mientras el operativo de vacunación avanzaba. Esta semana, en París, abrieron los bares por primera vez en el año. En Londres todavía dudan si se podrá seguir con el calendario de reapertura a pesar de que hubo días sin víctimas fatales y ya se vacunó a más del 50 por ciento de la población. No debe soslayarse el factor climático: el hemisferio norte suben las temperaturas a medida que avanza la primavera.
En la Argentina, con el invierno por delante, las cuarentenas estrictas ganan tiempo para inmunizar a más gente mientras los casos ya están ubicados cómodamente encima de los 30 mil por día, y con niveles altísimos de positividad. No existe, ni en la Casa Rosada, ni en Parque Patricios ni en La Plata un funcionario que pueda asegurar que estas restricciones van a ser las últimas. Será importante el pulso de la política para sostener medidas con poca espalda social y poca espalda económica. ¿Se guarda el gobierno un anuncio más en la manga para cuando toque dar peores noticias a un público con menos paciencia? Es una explicación posible del excesivo celo por el gasto público que se ha mostrado hasta aquí, a pesar del inédito equilibrio fiscal que tuvieron las cuentas en el primer cuatrimestre.
Mientras tanto, la llegada de vacunas va tomando un ritmo más intenso. Este domingo llegarán desde Europa más de 800 mil dosis de AstraZeneca a través del mecanismo Covax, el lunes la primera partida de vacunas cuyo compuesto activo se fabricó en la Argentina, proveniente de los Estados Unidos. Cuatro millones de esas estarán en el país antes de fin de mes. Entre el martes y el miércoles aterrizarán en Ezeiza dos vuelos más provenientes de Moscú, cargando una cantidad aún no confirmada de Sputnik V. La semana que pasó, Putin anunció la regularización de los envíos de vacunas rusas a la Argentina. En el gobierno confían que durante junio se firme un nuevo contrato con Sinopharm, lleguen más AstraZeneca de México y estén listas las primeras Sputnik Vida terminadas aquí.
Con ese stock (y cierta previsibilidad en el flujo) de vacunas, el gobierno planea incrementar el ritmo de aplicación, con el objetivo de alcanzar a toda la población de riesgo en las próximas cuatro semanas para que estén inoculadas cuando comience el invierno, y, en segunda instancia, apuntar a que antes del final del 2021 todos los argentinos mayores de 18 años que así lo deseen hayan recibido al menos una dosis. Fernández ve el final de la pandemia en el horizonte y busca los márgenes de maniobra que necesita para resistir los últimos embates, que pueden ser los más duros. Acaso consiga afuera lo que no encuentra en su rodeo. Este miércoles aguarda una videollamada con Merkel; luego no debería tardar demasiado la llegada de buenas noticias del Club de París.