Lo más desesperanzador del presente para quienes no creen en el modelo de país que, con viento en popa, construye el mileismo es la completa desarticulación de la oposición. Esta es la principal diferencia con los años macristas. En 2015-19 el peronismo estaba lejos de resolver su interna atávica, pero todavía existía el factor unificador de la hegemonía kirchnerista. El sueño intacto era el simple regreso al paraíso perdido, a los años en los que todavía no era evidente la insustentabilidad del modelo y los indicadores sociales no habían pegado la vuelta. Dicho de manera práctica, todavía CFK podía poner candidato a presidente vía redes sociales y alinear a la tropa con un solo tuit.
En contraste, si algo dejó el “operativo clamor” para instalar a la ex presidenta en la conducción de la cáscara vacía del PJ, fue la claridad de que la vieja hegemonía, aunque no haya perdido todas sus fuerzas, no existe más y, en consecuencia, que algo nuevo deberá ser construido. Quedó en evidencia que el clamor fue solo el de los muy propios, el de aquellos cuya vida política sería un páramo sin el liderazgo de la ex presidenta. El resto de la fuerza, en cambio, miró desde la tribuna, mientras la militancia de a pie intentaba comprender la más absurda de las internas, la que todavía no se abandona, contra Axel Kicillof, una remake clase B del limado contra el albertismo, pero esta vez frente a un adversario con otra consistencia política y otra voluntad de poder, lo que tuvo como consecuencia dejar por el camino jirones de legitimidad. Si alguien salió golpeado de la interna, no fue precisamente el kicillofismo. Inesperadamente, los Poncios fueron miles. Hasta ayer nomás, una embestida similar hubiese significado la excomunión y el destierro del atacado, no su fortalecimiento, como efectivamente sucedió.
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El escenario de la disputa presenta, en el telón de fondo, el fracaso político y económico del Frente de Todos y en el proscenio, el éxito provisorio de Milei en cumplir su promesa principal, que fue bajar la inflación. Las previsiones más exaltadas, la de un estallido, o las más moderadas, la de la generalizada resistencia social al ajuste, no se cumplieron. Para ser sinceros, nadie en la oposición tuvo la bola de cristal. Quien escribe, por ejemplo, no vio venir el “cisne blanco” del éxito del blanqueo, una verdadera pelota de dólares sin la cual el modelo estaría hoy en apuros. El ministro Luis Caputo entendió muy bien algo que “no vio” la oposición, nadie le puede quitar el mérito, que la restricción externa era del Estado, pero que los dólares no se habían “fugado” en el sentido físico, sino que simplemente estaban fuera del circuito formal, los tenían los privados en las infinitas formas de la banca Simmons. Un camino para estabilizar el mercado cambiario, y por esta vía toda la economía, era entonces blanquear exitosamente los dólares de los privados. Que hasta 100 mil dólares el blanqueo haya tenido costo cero y que de allí en más haya sido barato fue el gran hallazgo. Los blanqueos nunca son justos, por eso una vez que se los decide lo que importa es que sean efectivos y cumplan los objetivos. Haber conseguido esos objetivos es lo que hoy le permite al gobierno cumplir su primer año en estado de ensoñación.
El oficialismo seguramente disfruta del incómodo lugar en el que quedaron los opositores, a quienes solo parece retarles el recurso de criticar formas y profundidades. Por ejemplo, si el ajuste pudo haber sido más justo, si pudo ser menos cruento, si pudo afectar a otros actores sociales distintos de los jubilados. También de si pudo ser más o menos recesivo o cuestionar la demora en la recuperación de los salarios y el consumo. Gajes del oficio que, además, hacen a la esencia del análisis económico, como lo sabe cualquiera que practique el trabajo cotidiano de seguir el comportamiento de los indicadores que difunde el Indec y los debates interpretativos de las consultoras. De nuevo, nótese que toda la crítica opositora se centra en los efectos negativos de la transición post ajuste y, en consecuencia, en la espera de que salga mal, lo que como siempre, provocaría el especial sufrimiento de los asalariados.
De lo que no aparece una sola línea, en cambio, es sobre cuál es el modelo alternativo que se propone. ¿El mismo ajuste, pero más prolijo? ¿Mileismo, pero con buenos modales? ¿Mejorar la distribución del ingreso, pero sin ordenar la macro, como si tal cosa fuese posible? ¿Volver a la tensión cotidiana con los mercados y al consecuente ocultamiento generalizado de los excedentes? ¿Qué la inflación no importe si los salarios formales acompañan con delay? ¿El mismo modelo económico, pero con rescate woke? ¿Qué actores se incluirían en futuras alianzas? ¿Volvería la centralidad en las calles de los movimientos sociales? ¿Los sindicatos hereditarios cada vez más reducidos en afiliados recuperarían poder político? ¿“Estado presente” con todos los que pueden pagar prefiriendo salud y educación privadas para escapar de las malas prestaciones? Ni el panorama, ni las propuestas parecen claras.
Cuando pasada la pandemia del Covid-19 se pensaba en el futuro de la economía se soñaba con las exportaciones potenciales. Para empezar, sumar al agro los hidrocarburos y la minería. El escenario ideológico era hostil, con las excusas pseudo ambientales existía oposición hasta dentro del mismo gobierno. Hubo que explicar que no había distribución posible sin crecer, mejorar la productividad y exportar. Se demoró la construcción de gasoductos, se rechazó el desarrollo de innumerables proyectos exportadores. La inestabilidad política generada al interior de la propia coalición de gobierno demoró inversiones mineras ya decididas. La lista de errores fue apabullante.
También se pensaba que todos estos proyectos demandaban tiempos de maduración, que la clave era la transición. El éxito del primer año del gobierno de Milei es que está logrando conducir esa transición y avanza hacia la estabilidad. Con ello cumple su promesa principal y se consolida políticamente. Las expectativas cambiaron de signo. Si las inversiones del RIGI comienzan a fluir y si consigue refinanciar deuda, el éxito de mediano plazo estará asegurado. Habrá modelo de dólar barato por largo tiempo, la estructura productiva terminará de transformarse hacia la de un país exportador primario y de servicios. Más estable y desigual, una economía latinoamericana normal. Los votos de los que se quedarán afuera del sistema serán menores a los de los satisfechos. Un detalle será que habrá algo que a la actual oposición no le faltará para construir una alternativa: tiempo.