¿Podrían las querellas internas ser indiferentes para el futuro más o menos inmediato del peronismo? Acaso una respuesta “tranquilizadora” en el sentido de que la unidad del movimiento arrastraría la voluntad del conjunto, más allá de las circunstanciales pujas internas pudiera aconsejar una observación serena a ese respecto. A favor de esa mirada se podría erigir un clásico del folklore: el peronismo es indestructible, cuando el barullo hace creer en peleas auto destructivas, en realidad el movimiento se está “reproduciendo”. Esto es falso como cualquier pronóstico que se esgrime en la política al margen de las circunstancias concretas: si se alienta una liberación de las fuerzas conflictivas internas hay que hacerse cargo de sus consecuencias, que ninguna “ley de la historia” podrá morigerar. Cristina ha vuelto al ruedo en estas horas, sobre la base de una intervención aparentemente inocua acerca de las crisis económicas argentinas y sus fundamentos. Nada de lo que dijo es novedoso porque la ex presidenta ha intervenido de modo constante en la cuestión del “bimonetarismo” como razón última de las recurrentes crisis económicas del país. Además, el envite polémico estuvo centrado en el presidente Milei quien gustosamente aceptó la “polémica”, que hasta ahora no pasó de lugares ya muy trillados. En realidad, nadie puede creer seriamente que se haya abierto un debate serio sobre la crisis argentina y más bien todos intuimos que se trata de un recurso para disputar centralidad mediática en la vida política. Fácilmente se intuye que el “análisis económico” es la manera que la ex presidenta encontró para abrir una discusión política e instalar su presencia central en ella. Además, tirar el guante en la cara del presidente tiene un efecto unificador del propio territorio: no es una interna sino un ajuste de cuentas ideológicas con el adversario. No es descartable que el episodio pueda facilitar cierta esgrima ideológica interna, pero es claro que esa eventualidad no alcanzará el centro de la escena en un tiempo tenso y muy recargado, como el que vive la Argentina, particularmente en lo que hace a las condiciones sociales de vida de su pueblo.
Ciertamente es altamente discutible que la discusión sobre la “economía bimonetaria” sea un modo adecuado de formular un interrogante que, planteado así, parece más adecuado para un simposio especializado que para un debate parlamentario urgente sobre la urgente situación económico-social en la Argentina de hoy. La verdad es que esto aparece más bien como el lanzamiento de una lucha electoral, curiosamente planteada cuando el tiempo que nos separa de la elección real equivale a un siglo en la dura realidad que vivimos los argentinos.
De lo que se trata parece ser de la puesta en escena de un protagonismo de Cristina, más orientado al frente interno que a la querella contra la fuerza de ultraderecha que gobierna. Si de lo que se tratara fuera de la realidad inmediata que estamos viviendo argentinos y argentinas, bien podría haberse abierto el debate con un repudio urgente y terminante contra la represión policial a los jubilados del último jueves que contuviera la imperiosa e inmediata investigación sobre los graves hechos de represión violenta e irresponsable de las fuerzas de seguridad contra pacíficos manifestantes. Es evidente que no se trató de una decisión urgente e indispensable de control sobre el accionar violento e ilegal de las fuerzas policiales sino de la puesta en escena de un tema de importancia estratégica y muy complejo tratamiento. Si la demanda opositora se hubiera movido en la dirección de la exigencia de investigación y esclarecimiento de los actos de violencia represiva del último jueves, hubiera sido un aporte destacado a la defensa de la paz social y al bloqueo de un accionar del ministerio de seguridad que tiene mucho aroma a tiempos dictatoriales de nuestra historia.
El caso es que se abrió – o se ratificó- una discusión política de fondo. Y el trasfondo no puede sino ser electoral como el tiempo en el que estamos entrando los argentinos. La ex presidenta ha reabierto un tema central sobre el que ya había insistido en anteriores intervenciones. Pero ante todo ha abierto la discusión sobre este complejo pasaje de la vida política argentina. ¿Cuál es el lugar de una oposición nacional-popular en una coyuntura como ésta? Está claro que es un lugar de lucha por el rumbo político del país. No solamente desde la perspectiva de cambios programáticos de largo aliento, sino, en primer lugar, desde la defensa de los derechos más elementales de argentinos y argentinas. Desde la defensa del pan, del trabajo, desde el respeto por las personas, desde el derecho a la protesta pacífica. Desde la idea de justicia, que se ha lesionado gravemente entre nosotros. Casi no se comenta hoy el caso de decenas de personas, recientemente liberadas, que estuvieron más de un mes en prisión nada más que por ejercer el derecho constitucional a la protesta contra la injusticia. Y que fueron retenidos en prisión muchos días y en condiciones reñidas con la constitución y las leyes de nuestro país. Esas urgencias deben ser incluidas en el temario de la política, junto, por supuesto, a las que tienen que ver con la construcción de condiciones sociales y económicas dignas para todos los habitantes.
Es de desear que problemas estratégicos, acumulados en muchas décadas, puedan ser tratados en profundidad. Y que la discusión alimente reformas legales, institucionales e incluso constitucionales. Podríamos decir que el problema de los derechos ciudadanos es hoy más inseparable que nunca de las cuestiones de nuestra estructura económica incluidos centralmente los del fortalecimiento de nuestra moneda nacional y los de la justicia distributiva.
Entre quienes rechazamos el rumbo antipopular y antinacional del actual gobierno parece estar firme la convicción de los vínculos irrompibles entre la libertad democrática, la justicia social y la independencia nacional -incluida la independencia de nuestra moneda.