Recientemente la vicepresidenta Cristina Kirchner hizo referencia explícita al tema “inseguridad” primero para reconocer la existencia del problema por parte de las fuerzas popular democráticas y arrebatarle así una bandera tradicional a la derecha neoliberal.
Cristina habló largamente de inseguridad no por pura estrategia política, sino con la legitimidad que brinda la gestión adecuada de la seguridad ciudadana durante los tres mandatos kirchneristas.
Veamos esto un poco más de cerca.
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“Seguridad pública y neocoservadurismo en la Argentina neoliberal: La Construcción social de la Inseguridad durante los años noventa”, es el título del excelente estudio de Pedro Cerruti (*), donde se indaga el modo en que se construyó a la “inseguridad” como primordial y extendido problema público y político.
Al respecto señala Cerruti:
Fue durante la segunda mitad de la década de los noventa como una modalidad de representación en términos delictivos y de gestión policíaca de la conflictividad y la inseguridad social. Se parte de la hipótesis de que dicha construcción formó parte de un proceso de transformación de la sociedad argentina asociado con la reforma neoliberal del Estado. Para demostrarlo, brevemente se sitúan, como antecedentes inmediatos al período de análisis, algunas de las principales consecuencias sociales de la reforma neoliberal iniciada durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983) y se destaca al período hiperinflacionario (1989-1990) como el momento en el que emergen los discursos sobre la “inseguridad”. Luego, se analiza en detalle el modo en que durante la década de los noventa la “inseguridad” se conformó como una de las principales preocupaciones de la opinión pública, uno de los temas decisivos en las disputas políticas y se introdujo como eje prioritario en la agenda de gobierno del presidente Carlos Menem a través de una campaña mediático-política de “combate a la delincuencia” ordenada en los términos de la “mano dura” y la “tolerancia cero”. A través de dicha indagación, se argumenta que la “inseguridad” constituyó el vórtice de una matriz discursiva que legitimó un paradigma neoconservador de gestión de las consecuencias sociales de la reestructuración económica neoliberal y operó como un mecanismo reproductor de la exclusión social.
Efectivamente es a partir de los años 90 en que la inseguridad se transforma en un problema real, fuertemente ampliado por los medios de difusión y replicado con convicción - digna de mejores causas- por el conjunto de la dirigencia política mayoritaria que, recordemos, en aquellos lejanos días compartía el modelo neoliberal como paradigma único posible de organización social y económica, más allá de los partidos políticos que representaran.
Por caso en el año 1983, tras el breve interregno de Bernardo Grinspun, con la llegada de Juan Vital Sourrouille se produjo el desembarco neoliberal en el gobierno alfonsinista vía los fallidos planes Austral, lanzado en junio de 1985 y el plan Primavera, anunciado en agosto del año 1988, la caída salarial real fue de la mano con la inflación que dejó Raúl Alfonsín en julio de 1989 de 196,63% en el mes.
El peronismo a su tiempo, tras la muerte de Juan Perón y recuperada la democracia produjo dos “renovaciones”.
Una temprana, que terminó con Menem, otra tardía vía FREPASO que ofició de formación progresista, complementaria al radicalismo de Fernando de la Rúa.
Ambas “renovaciones” trajeron a Domingo Cavallo, el superministro neoliberal que hizo estallar el país en pedazos.
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Hubo que esperar al año 2003, para que un proyecto popular contrahegemónico se desplegara nuevamente bajo el formato peronista tras la salida del extenso ciclo neoliberal de un cuarto de siglo, y con los efectos de la mega crisis del año 2001 aún como contexto.
Tras el cuarto de siglo de hegemonía neoliberal, implantada a sangre y fuego por la dictadura militar en el año 1976 y concluida con la llegada de Néstor Carlos Kirchner al gobierno, entre los fenómenos más notables ocurridos además del aumento de la pobreza, indigencia y desempleo fueron el crecimiento de la inequidad distributiva y los niveles de inseguridad ciudadana.
Como se observa en el gráfico inferior la distribución del ingreso en el país pasó del 47% en el año 1976 al 28% en el año 2002 tras la salida de la caja convertible ideada por Domingo Cavallo, el súper ministro trans partidario hasta entonces.
El del año 1974 fue el segundo récord histórico y la de salida del neoliberalismo la tercera más baja desde el año 1947, como se ve en el gráfico elaborado por los economistas Juan M Graña y Damián Kennedy, investigadores del Centro de Estudios sobre Población, Empleo y Desarrollo (CEPED), Instituto de Investigaciones Económicas, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos Aires.
Obviamente el predominio del modelo neoliberal hizo trepar la mayoría de las tasas de delito de manera exponencial año tras año y se necesitó de la llegada de un proyecto popular democrático que comenzara a desandar el camino de concentración del ingreso en el año 2003 para que se iniciara la reversión del crecimiento de la inseguridad como se observa en el gráfico inferior, elaborados con datos de la Dirección Nacional de Política Criminal, al mismo tiempo en que se mejoraba el patrón distributivo aceleradamente.
La mejora en el patrón distributivo fue sustancial, a punto de que ya en el año 2007 la participación de los trabajadores sobre el PIB alcanzaba el 34%, o sea 6 puntos porcentuales adicionales a los que dejaran 25 años de neoliberalismo y constituyeron la base de participación de los trabajadores observada en el año 2003.
Es cierto que un contexto de equidad distributiva creciente no basta para garantizar niveles de seguridad adecuados, los que requieren además de decisiones técnicas específicas como las que recientemente planteó la vicepresidenta de “volver a desplegar miles de gendarmes en el Conurbano Bonaerense en lugar de tenerlos en medio de la Patagonia nadie sabe haciendo qué”.
Pero, sin desconocer las cuestiones operativas, lo que muestra la historia reciente es que más allá de los pertinentes debates técnicos, el desarrollo del modelo neoliberal fue una fábrica de inseguridad ciudadana y a contrario sensu, sin el desarrollo sostenido de un modelo popular - democrático con crecimiento y equidad, lograr niveles adecuados de seguridad ciudadana es apenas un slogan irracional.
Otro slogan berreta de las tantas con que cubre la derecha conservadora las consecuencias de sus políticas, incluida el crecimiento de la inseguridad que tanto dice preocuparles. Es evidencia tal como se observa en el gráfico que sigue, que la desigualdad en la distribución del ingreso es un dispositivo muy eficiente en la promoción de inseguridad ciudadana.
Como señalan Lucía Cid Ferreira, Matías Lorenzo Pisarello y Roxana Laks (**) en su estudio “Observaciones sobre el delito en relación con los contextos económicos en la Argentina contemporánea”:
No es la pobreza, en sí misma, sino la desigualdad el factor más determinante en la evolución del delito. Las sociedades de consumo proponen, en lo formal, las mismas metas para todos, pero en la práctica sólo algunos las pueden alcanzar. La frustración, la violencia y el delito son provocados principalmente por la desigualdad. Hoy en día, una verdadera obsesión en los asaltos violentos es el robo de 24 A partir del año 2011, el crecimiento del empleo en el sector privado se detuvo directamente (Mercatante, ob. cit. p. 117) 18 los teléfonos celulares, cuyos precios varían entre un 50 y un 75 % del salario mínimo vital y móvil25. No se trata simplemente de arrebatar un teléfono celular, sino de robar una porción de prestigio social. Como observara la filósofa Roxana Kreimer (2010), en contextos tradicionalmente pobres, la miseria no genera delitos, ya que no hay una gran distancia entre lo que una persona desea y lo que posee. No podrían aspirar a otra forma de vida porque no la conocen, o por tratarse de sociedades jerárquicas en las que no se plantean las mismas posibilidades (ideales) para todos los ciudadanos. En nuestro caso se trata de la inequidad dentro del contexto de una democracia occidental, que, en teoría, propone un mismo ideal de vida para todos, pero que, en la práctica, permite sólo a unos pocos aspirar a esas oportunidades.
Finalmente, y habiendo corroborado con la evidencia que la inequidad distributiva es un gran motor de inseguridad ¿qué podemos esperar que ocurra en una sociedad cuyo patrón distributivo reciente tuvo un comportamiento de concentración creciente en lapsos cortos como este que cierra la nota? El lector ya puede imaginarlo.
(*) Pedro Cerruti (pedrocerruti@gmail.com) Doctor en Ciencias sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA); Licenciado en Psicología (UBA). Es Investigador Adjunto CONICET en el Área de Sociología Histórica.
(**) Investigadores del proyecto PIUNT-L580 financiado por la Secretaría de Ciencia, Arte e Innovación Tecnológica de la Universidad Nacional de Tucumán. E-mail: lucidlopes@gmail.com