A pocos días de la muerte de Carlos Menem, los hitos de su legado ya fueron largamente listados. Nadie podrá negarle al riojano que tras el primer intento de imposición a sangre y fuego de la última dictadura, se convirtió en el gran padre del neoliberalismo que terminó de pulverizar la ISI, la Industrialización Sustitutiva de Importaciones, aquellos tiempos de diversificación de la estructura productiva en los que el desempleo estaba siempre por debajo de los 5 puntos, la economía crecía sin parar y se sostenía el Estado de bienestar.
La existencia de Menem fue bien palpable. En su larga década al frente del Ejecutivo doblegó la resistencia popular a los ajustes estructurales, consagró en profundidad la tríada privatizaciones, desregulación y apertura y convirtió a la Argentina en el mejor alumno del Consenso de Washington. A pesar del estropicio fue reelecto en 1995 luego de una reforma constitucional. La razón de la reelección no tiene secretos, los que quedaron adentro del sistema eran más que el casi 20 por ciento de desocupados. Y esta mayoría no excluida, aunque endeudada, valoraba más la estabilidad de precios conseguida luego de décadas de alta inflación.
MÁS INFO
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Menem fue también el candidato presidencial más votado de 2003, aunque con un magro 25 por ciento. En sus últimos años, sin embargo, fue una sombra silente en el senado, donde disfrutó de una canonjía vitalicia conferida por la clase política y el poder económico que le permitió convalidar su impunidad. Es una zoncera decir que los pueblos no se equivocan. Más difícil es negar que guardan la memoria en la piel. En el final de su vida Menem fue acompañado por el desdén popular. En su muerte no hubo pueblo que lo llorara. El veredicto de la historia resultó inapelable.
Pero aunque Menem ya no esté, su herencia se expresa en la visión de país de cada uno de los votantes de Juntos por el Cambio. Puede parecer raro para quién siempre fue peronista, pero fue el propio Menem quien mutó al “peronismo” desde una ideología a lo que hoy mejor lo describe: un aparato de poder. El gran éxito político de Carlos Menem fue precisamente haber encolumnado a ese aparato de poder peronista detrás del programa de sus adversarios históricos. La oligarquía lo amó sin ruborizarse. Y contra lo que sostiene la mala historiografía neoliberal, el macrismo no fue el intento de una etapa superior del menemismo, “el tercer intento de modernización de la economía argentina” tras Martínez de Hoz y Cavallo, sino apenas una mala remake económica sin el talento político del líder riojano.
Y si el menemismo importa en el presente es porque los problemas de los ’90 y lo que se conoció como “la crisis de salida de la Convertibilidad” son de gran utilidad para la comprensión del funcionamiento de la economía actual. Dicho de otra manera, tantos los ’90 como el presente pueden leerse con las misma herramientas teóricas.
En términos económicos lo que sintetizó al menemismo fue la ley de convertibilidad, la caja de conversión pergeñada por Domingo Cavallo que se plasmó en la relación “un peso igual a un dólar”. Después de dos hiperinflaciones el plan de convertibilidad de 1991 fue literalmente “un programa de estabilización de shock” que utilizó como ancla antiinflacionaria a los salarios y no al dólar, como generalmente se cree (ver cuadro).
Fuente: Amico, F (2015). “Los salarios reales en el largo plazo: surgimiento de un nuevo piso estructural de las remuneraciones en argentina” CefidAR, Documento de Trabajo Nº 67.
Lo que consiguió la convertibilidad fue atar toda emisión monetaria pública, no la privada que realizan los bancos comerciales cuando prestan, a la existencia de respaldo en divisas (dólares), un mecanismo de control del Gasto que acompañó la reducción de las funciones del Estado. La conversión arrancó con un dólar alto, es decir con un peso que previamente se había devaluado fuertemente y, en consecuencia, con salarios que habían caído con la inflación. En paralelo la apertura comercial indiscriminada permitió compensar la suba de precios internos con importaciones, proceso que en el camino destruyó sectores enteros de la economía. El resultado fue el aumento del desempleo que sirvió para disciplinar de hecho la puja salarial (lo que en el gráfico se observa como baja de la conflictividad laboral). Mantener el nivel del tipo de cambio elegido con el déficit externo provocado por la apertura suponía conseguir dólares adicionales. En la primera etapa, cuyo límite puede ubicarse en la crisis mexicana de 1994, esos dólares se consiguieron por la vía de las privatizaciones de las empresas de servicios públicos. Después de 1994, agotada rápidamente esta fuente, comenzó una etapa de fuerte endeudamiento en divisas. Como suele suceder en estos procesos, los acreedores no tardaron en advertir que la economía local no generaría los dólares necesarios para el repago y, reforzando las tendencias de los mercados internacionales en la post crisis del Tequila, aumentaron las tasas de interés a las que el país se endeudaba. Sin Convertibilidad estos procesos generan tensiones sobre el tipo de cambio, con Convertibilidad, también, lo que llevó a que prevalezca la vieja idea de que la recesión iniciada en 1998 era consecuencia del atraso cambiario y no a la retroalimentación de la contracción de la demanda agregada (Consumo y Gasto principalmente).
En diciembre de 1999 asumió la primera Alianza UCR-Frepaso con la promesa de mantener el 1 a 1. Mientras el endeudamiento siguió aumentando, la recesión se profundizó por la escasez de dólares. Como siempre ocurre, la búsqueda de ajuste en medio del parate retroalimentó el estancamiento económico. La tasa de interés siguió para arriba (fueron los tiempos de auge del “riesgo país”) y tras el Megacanje de deuda de mayo de 2001, el último intento desesperado del regresado Domingo Cavallo para sostener el ingreso de divisas para mantener el 1 a 1, el crédito externo voluntario y de los organismos internacionales se cortó. La convertibilidad no terminó con su derogación en enero de 2002 sino de hecho con el “corralito” del 1° de diciembre de 2001.
La conclusión general que importa para el presente es que para sostener el nivel del tipo de cambio --y por lo tanto la estabilidad macroeconómica-- con déficit comercial y sin transformar la estructura productiva, se necesita contar con un ingreso extraordinario de dólares. La ficción de la convertibilidad pudo mantenerse primero con el ingreso de dólares de las privatizaciones y luego con endeudamiento externo. Cuando el endeudamiento se volvió insostenible la convertibilidad, el supuesto gran logro del menemismo, simplemente voló por los aires. La suerte del riojano fue que la bomba que construyó durante una década larga le explotó a sus sucesores, un gobierno inepto cuyo diagnóstico fue que el gran problema de los ’90 no había sido el endeudamiento, la destrucción del Estado y del aparato productivo, sumado a la caída de la demanda por los menores ingresos y de gastos, sino simplemente la desprolijidad de la corrupción.
La mala remake macrista del menemismo enfrentó a partir de 2016 un proceso similar. Desdeñó la falta de capacidad para generar dólares genuinos y aprovechó el desendeudamiento heredado para reendeudarse y conseguir un ingreso extraordinario de dólares que financiaron un rojo de cuenta corriente gigantesco. Cuando el nivel de deuda generado en sólo dos años provocó el cierre de los mercados voluntarios en marzo de 2018 lo que voló por los aires fue el tipo de cambio. Los siguientes dos años también se sostuvieron artificialmente con dólares extraordinarios, esta vez del FMI