Un jefe de gobierno porteño, cheto y de ojos claros, financia su campaña de forma poco transparente, mediante el aporte de una gran empresa que se vio beneficiada por las permisivas normas y los laxos controles de la ciudad, y utiliza métodos mafiosos para obtener secretos de sus adversarios políticos y acallar las investigaciones en su contra. Una de sus promesas es la urbanización de la Villa 31. Días antes de una elección clave, la muerte de un joven en circunstancias misteriosas despierta protestas que él manda a reprimir con violencia. Finalmente consigue su reelección y lo celebra con una suelta de globos. Una historia que seguramente suena conocida.
Plot twist: la descripción no corresponde a Mauricio Macri sino a Víctor Alsina-Suarez, el personaje interpretado por el actor argentino Gabriel Corrado en la temporada más reciente de Riviera, una serie británica cuya trama, por algunos capítulos, se alejó de las lujosas costas mediterráneas que le dan nombre para trasladarse a una cinematográfica Buenos Aires. Las coincidencias entre el personaje ficticio y el político real son tantas y tan puntuales que es difícil creer que se trate de una casualidad. Se trata, desde ya, de una obra de ficción, y una bastante mala; el retrato que hacen del maquiavélico alcalde, sin embargo, es una muestra de la imagen que proyecta el expresidente argentino en el exterior.
Las coincidencias entre Alsina-Suárez y Macri en Riviera
Alsina-Suarez está tras la pista de un antiguo rosario que esconde un secreto del hombre que amenaza su carrera política: un cura de la Villa 31, principal referente de las protestas por la muerte de Tomás Castillo, un joven de ese barrio, encubierta por el gobierno porteño. Por una concatenación inverosímil de eventos, esa alhaja se encuentra en manos de la restauradora de arte Georgina Ryland, la protagonista de la serie, que queda envuelta en una trama sin sentido de crímenes y traiciones a los largo de ocho episodios, buena parte de los cuales transcurren y fueron filmados en la capital argentina. Las locaciones incluyen la 31, el Palacio San Martín (hace las veces de Casa de Gobierno) y Plaza de Mayo.
El personaje que interpreta Corrado está, incluso, caracterizado físicamente de forma similar al expresidente argentino. Y por si todavía quedaran dudas respecto a la fuente de inspiración, el sexto capítulo de la temporada, en el que se representa el día de la elección y la celebración con globos, lleva como nombre “Yes, we can”, el slogan de Barack Obama que tomaron prestado los estrategas de comunicación del PRO para la campaña presidencial del jefe del PRO. Por eso, aunque el resto de las circunstancias que los guionistas le atribuyen en la ficción no sean más que eso, artefactos narrativos, no deja de llamar la atención que usaran a Macri como claro modelo para confeccionar este villano.
Este jefe de gobierno ficticio no solamente ordena reprimir las protestas en su contra con gas lacrimógeno, palos y escopetazos; cuando cortan la calle por la que avanzaba su auto oficial, obliga a su chofer a embestir contra los manifestantes. El slogan de su campaña es “La Mano Firme”. Se financia gracias al aporte poco transparente de una empresa multinacional cuyos intereses son, sin spoilers, bastante turbios. Cuando se encuentra en desventaja en las encuestas, a poco de la elección, promete en la Villa 31 “entregarle personalmente 5 mil dólares en la mano” a cada joven. Cuando una periodista lo cuestiona por el financiamiento de esa medida, Alsina-Suarez asegura que lo hará con fondos privados.
“¿Qué tenemos que hacer para cobrar eso?” le pregunta uno de los vecinos al alcalde, que había ido hasta el barrio a buscar los votos necesarios para revertir la elección. “Votarme. Así yo gano --contesta--. Y luego la guita se la pueden gastar como quieran. Se la pueden gastar en educación. Pueden comprarse un buen traje o una linda ropa para ir a entrevistas de trabajo. O se la pueden dar a su vieja, que seguramente la necesita. O también podés hacer una linda fiesta con supermodelos en un buen yate. O se la pueden jugar en el casino. Pueden hacer con la guita lo que quieran. Ese es mi compromiso. Eso es lo que voy a hacer. ¿Tengo tu voto entonces?.”
Otro pasaje memorable, que da cuenta del conocimiento de los autores sobre la historia argentina reciente y sobre la coyuntura, se da cuando la protagonista y su coequiper, siguiendo el rastro del rosario en cuestión viajan a Buenos Aires y son recibidos por Alsina-Suarez en su despacho con dos guardias de seguridad que los reciben a punta de pistola. Después de darles un breve discurso, les advierte que no deben seguir adelante con la investigación: “Les sugiero que hoy se tomen unas placenteras y breves vacaciones. Coman un bife, beban malbec, vayan a ver algo de tango. Luego, tomen el primer vuelo de regreso a Europa mañana a la mañana”.
Después de gatillar las armas vacías en sus cabezas, continúa: “Si saben algo de mi país sabrán que tenemos un excelente récord en hacer desaparecer ciudadanos. Unas 30 mil solamente en los 70s y los 80s. Mi método favorito es desnudarlos, drogarlos, subirlos a un avión y tirarlos desde 13000 pies de altura en el Atlántico Sur. Los archivos de los diarios están llenos de fotos mías con gente que luego no fue vuelta a ver más. Jamás nadie me hizo una sola pregunta acerca de ninguno de ellos. Yo soy el que manda en esta ciudad. Es peligroso para ustedes quedarse en Buenos Aires. Considérenlo como una última advertencia”. Volvimos al mundo.
No deja de resultar llamativa la decisión de los guionistas ingleses de hacer a ese personaje a imagen y semejanza del expresidente. En cualquier caso, da cuenta de la imagen suya que tienen allí, aunque a él le encante ponerse en el lugar del argentino mejor conectado con el exterior. La serie, cuya temporada más reciente se estrenó a fines del año pasado, tuvo repercusión en los medios argentinos justamente por la utilización de Buenos Aires como escenario para su trama, pero ninguna de las notas mencionó esa evidente caracterización. Quizás fue porque los críticos no pasaron de los primeros episodios. La otra es pensar que, entre tantas cosas, Macri y Alsina-Suarez también comparten el blindaje de los medios.