Los viajes de Javier Milei a Estados Unidos son un tema intensamente transitado por la prensa política. La matriz de las referencias periodísticas a este fenómeno gira en torno a los gastos que esos viajes demandan, a la repetida presencia en su hoja de ruta de personajes vinculados a los círculos económicamente más poderosos y a su supuesto o real interés de nuestro país para sus florecientes negocios. Es posible, sin embargo, pensar estos periplos también como una profunda recolocación de nuestro país en la esfera de la geopolítica mundial. Milei no es solamente un personaje curioso obsesionado con su propio histrionismo, además de convencido de una misión que, según él ha sostenido repetidamente, no solamente concierne a su lugar de estado, sino, ante todo, a una suerte de lugar particular en el mundo que él pretende ocupar: el lugar de lo providencial, de la representación de un designio universal que las “fuerzas celestes” le han encomendado. Sería interesante correr a un costado, aunque sea provisoriamente, el lugar que un delirio psiquiátrico pudiera ocupar en tan curiosa auto nominación, para tratar de conectarla a una mirada geopolítica que pudiera tomar en serio si no el delirio en sí mismo, por lo menos su significado para el lugar que nuestro país ocupa en el mundo.
Desde esa perspectiva, el hombre, más allá de los diagnósticos que la psiquiatría pueda construir sobre su desde ya curiosa personalidad, resulta una pieza del tablero político regional. No se puede entenderlo sin atender al hecho de que la separación de nuestro país de la iniciativa del BRICS fue una de las primeras medidas del gobierno “libertario”. Y que esa decisión es un escollo innegable en la ruta que propiciaba la construcción de un polo de alianzas internacionales plenamente insertado en la perspectiva del “mundo multipolar”. Así fue llamado en el encuentro histórico entre Xi Jinping y Putin que tuvo lugar a comienzos del año 2020: nada secundario para nuestra perspectiva nacional resulta el hecho de que el entonces presidente de nuestro país, Alberto Fernández, se entrevistara pocos días después de este evento con ambos mandatarios e hiciera explícito su apoyo a la iniciativa de ambos mandatarios. Como al pasar, hay que decir que gran parte del mundo popular-nacional argentino no asignó a estos hechos mayor importancia; es decir, ignoraron la trascendencia estratégica de estos hechos.
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Si se mira la agenda de estos días del presidente argentino, parece que él sí atribuyó importancia a esta saga internacional. Y parece que también la diplomacia internacional de Estados Unidos que también los consideró trascendentales. Claro que Milei no practicó en estos últimos días solamente una diplomacia de estado, sino que además se ubicó en el interior de la disputa presidencial en ciernes en los Estados Unidos: al lado de Trump. No habría que quedarse aprisionado en estas circunstancias pasajeras. El presidente argentino milita a favor de la ultraderecha mundial -donde empieza a ubicarse como el promotor de las líneas más extremistas que consideran la etapa de la “lucha contra el comunismo”, en un alarde de extremismo delirante que no puede traer ninguna ventaja para el lugar político de nuestro país en el mundo. Más allá de la “interna norteamericana”, la Argentina luce hoy como una reserva de la política norteamericana, como un garante contra la inclusión de Argentina en una coalición regional pacífica e independiente, que tiene en el Brasil de Lula un liderazgo político evidente.
El presidente ha organizado sus “giras militantes” bajo un doble registro: el de llevar al país a un extremismo militante a favor de la alianza atlántica y el de un compromiso igualmente extremo con las derechas norteamericanas y europeas. Está ausente en este rumbo -inconsulto e irresponsable- cualquier referencia a las conveniencias nacionales. Más aún, si se considera el debate sobre la “ley bases”, resulta claro que estamos ante uno de los aspectos más importantes y estratégicos para nuestro futuro: lo que los legisladores estarán discutiendo en las próximas horas no es otra cosa que el dilema entre un posicionamiento nacional y regional que proteja los recursos naturales de nuestro país y los ponga al abrigo del despojo imperial que está casi explícito en la letra del “RIGI” y una claudicación histórica. Aún cuando nuestro futuro seguirá en juego pase lo que pase en el Congreso no puede negársele trascendencia a esta disputa.
Estas cuestiones, como todas las que conciernen a la política internacional tienen mucha dificultad para constituirse en grandes temas de debate nacional. Mucho más cuando vivimos y sufrimos el ataque más violento y criminal en mucho tiempo contra nuestro pueblo y, en particular, contra los sectores socialmente más débiles y desprotegidos. Pero separar nuestro futuro económico y social de nuestra estrategia de inserción regional y mundial es un acto de ceguera y de complicidad con las fuerzas más regresivas de la región y el mundo, así como de las minorías privilegiadas y antipatrióticas internas.
De todo esto se desprende también la importancia que tienen los acontecimientos argentinos, observados en clave regional y geopolítica en general. Así como la dictadura de Pinochet fue en los años sesenta una pieza clave de la estrategia norteamericana -socorrida después por la de la dictadura argentina- hoy tenemos como pueblo y como nación una obligación política, la de conectar la defensa de los derechos sociales de la mayoría de nuestro pueblo con una intensa “diplomacia popular” que impida el aislamiento respecto de los pueblos de nuestra región y prepare el camino de la recuperación de un rumbo de soberanía y justicia.
Los gastos del presidente en sus giras internacionales indican la ausencia de cualquier criterio de austeridad. Pero el abuso principal que está a la vista es el aprovechamiento de un resultado electoral circunstancial para amarrar nuestro destino nacional al carro de una potencia que está poniendo todo su potencial al servicio de la conservación de un orden mundial violento e injusto que no conviene de ninguna manera a nuestros intereses nacionales.
Por supuesto que es inseparable esta cuestión de la lucha por evitar -o restringir todo lo que sea posible- el daño que provocaría el proyecto que se está tratando en el Congreso. La entrega del patrimonio nacional es inseparable de la pérdida de autonomía nacional. La pelea por frenar en todo lo posible la “ley bases” es un componente esencial para defender nuestra independencia nacional.