La pueblada universitaria adelanta los tiempos

Después de la extraordinaria demostración popular alrededor de la defensa de la universidad el régimen autoritario conducido por Milei está más débil que nunca. Para este camino es esencial la fortaleza político-partidaria del campo popular.

06 de octubre, 2024 | 00.05

La marcha universitaria y popular del último jueves es el anuncio de un nuevo momento político en el país. Es el fin de la ideología derrotista que ha ganado a buena parte de la militancia popular en la idea fatalista -y, por lo tanto, falsa- de la inevitabilidad de un largo período en el que tendríamos que medirnos, en inferioridad de condiciones, contra un ejército de nuevo tipo que no tiene equivalentes ni antecedentes en nuestra historia política. Hoy es evidente que la “radicalidad” extrema de la nueva versión neoliberal que nos toca descubrir y sufrir, consiste en la sublevación contra cualquier forma de “fraternidad” entre los seres humanos. (se recomienda leer los textos del Papa Francisco al respecto) es una disputa de un sentido de alcance universal

No hay indicio alguno que permita diagnosticar el avance, en los últimos meses, del prestigio del anarco-libertarismo. Los aparatos no son los sensores del ánimo colectivo: solamente son aparatos. La etapa tiene cierto aroma de derrumbe, pero habrá que contar con el tipo de respuesta que pueda construir la ultraderecha en el gobierno. Dispuestos a todo, sistemáticamente ajenos al registro de la realidad concreta, esta dirección del estado está en condiciones de abordar un camino que la “política tradicional” no ensayaría: y la violencia no sería un límite para el camino a adoptar. 

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¿Desde dónde arrancar, entonces, para intentar pensar un camino “popular-democrático” para enfrentar la casi inevitable crisis de régimen? El punto de partida no podría sino ser la institucionalidad. La Argentina vive la amenaza de un derrumbe institucional. La violencia estatal y paraestatal puesta en marcha por la ministra Bullrich no tiene ningún parecido con lo que nuestra constitución ordena al respecto. La lista de atropellos jurídicos y físicos cometidos por la gendarmería en estos meses está señalando que estamos ante una política, dirigida a derogar de hecho las leyes que hiciera falta para imponer “soluciones” represivas a situaciones que solamente pueden explicarse por el avance del dominio de la economía por parte de grupos cada vez menos numerosos, más poderosos y menos comprometidos con la ley y con el país. 

Después de la extraordinaria demostración popular alrededor de la defensa de la universidad el régimen autoritario conducido por Milei está más débil que nunca. Después del vergonzoso ocultamiento oficial de la evolución de nuestra sociedad que revelan los recientemente conocidos números de la pobreza y la indigencia, todo indica que la época de la creencia ingenua en el gobierno ultraderechista está entrando en su ocaso. 

La escena que hoy proyecta el peronismo parece insinuar un “cambio de ritmo”. De forma sorpresiva el PJ se dispone a ocupar un lugar institucionalmente central para la Argentina que viene: la idea parece ser levantar el voltaje político del debate. Cristina insinúa un modo de intervención muy intenso y visible: se está gestando una conducción del peronismo de modo muy contrastante con lo que fue la práctica de los últimos años: parece haberse entendido que la crisis de la política no se termina antes de la entrada en el territorio propio. Por supuesto que el proceso de institucionalización democrática del peronismo debe ser tratado de acuerdo a la trascendencia que tiene: el peronismo y sus adyacencias vienen mostrando desde hace bastante tiempo su rol de reserva política democrática frente a una política de disolución de identidades y de prácticas colectivas. La lupa que, a veces intencionadamente, se coloca en los parlamentarios del peronismo y sus aliados termina mostrando una fuerza que condujo a sus integrantes, sobre la base de los valores públicamente propuestos a la sociedad, en una disciplina que termina formando parte de las relaciones de fuerza entre los partidos. 

Estamos ante el comienzo de una “transición política”, del paso de la sorpresiva emergencia de la ultraderecha (de la mano de las derechas de siempre”) y del retroceso general del peronismo como fuerza alternativa. Lo que ocurre es que aquello que fue la base de la fuerza arrolladora de la ultraderecha fue y es, al mismo tiempo, lo que explica su manifiesto declive. Argentina se ha empobrecido socialmente. Regresamos estadísticamente a situaciones sociales que caracterizaron la crisis de 2001. Pero a eso se agrega la “revolución cultural contra el estado” que ha alcanzado niveles trágicos en los principales indicadores. 

Es oportuno volver la mirada a la primavera y el verano del año 2001. El gobierno de De la Rúa se agotó de modo patético en el intento de sobrevivir sobre la base de los consejos del FMI. La transición gobernada por Duhalde frenó y disminuyó los costos de la tragedia neoliberal. Con ellos y con el compromiso democrático del radicalismo volvimos a ponernos en condiciones de seguir funcionando. ¿Cómo pensar nuestro futuro? Probablemente la cuestión consista en abandonar las quimeras de las soluciones mágicas; volver al plan contra la pobreza que elaboramos con la ayuda de la iglesia católica y del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo en 2001 con las necesarias adaptaciones al cambio de los tiempos.

Para ese camino es esencial la fortaleza político-partidaria del campo popular. Es muy alentador el camino que están encarando sectores del peronismo (incluido en su centro la figura de Cristina Kirchner) que es el de poner plenamente en el centro la construcción de un proyecto nacional que establezca la ruta del desarrollo democrático e independiente. Claro está que, como ocurrió y seguirá ocurriendo, los proyectos históricos se desarrollan en el interior de ese charco necesario que es la política. Lo absolutamente contrario de la política, tal como lo estamos viendo hoy, solamente lleva al autoritarismo y la violencia. 

El retroceso de la expectativa popular en el presidente y su gobierno es, ante todo, una buena noticia: no eran ciertos los análisis que consideraban irreversible el avance de la derecha. Todo indica que esta historia, la de la recuperación de las fuerzas del pueblo y la democracia, continuará.