Digámoslo de nuevo porque el público se renueva, cuando un país es un deudor multimillonario del FMI y tiene con él un programa de facilidades extendidas, se debe prestar especial atención a la letra que baja, porque hacia allí se dirigirán los gobiernos, antes o después, les guste o no. Lo que pide el FMI es casi siempre el futuro de la economía y, por lo tanto, si usted es lector de fronteras adentro, también el suyo. Tal la luz interior de la bola de cristal recreada el oscuro día de mayo de 2018 en el que Mauricio Macri decidió regresar al “auxilio” del organismo. Y ya que el público se renueva aprovechemos también para repetir que, en consecuencia, quien trajo de regreso al Fondo no fue Alberto Fernández, un equívoco por cuya consolidación trabajaron denodadamente sus adversarios internos, con conocidas consecuencias electorales. La letra estrambótica sigue siendo que Alberto, guiado por su ministro Martín Guzmán, habría incumplido un improbable programa revolucionario de ruptura con el orden financiero internacional.
Pero volvamos al futuro, que es lo que importa. En la reciente publicación de la octava revisión del Acuerdo de Facilidades Extendidas, luego de las felicitaciones de rigor por los logros del programa económico, a saber, la baja tendencial de la inflación “mayor a la esperada” tras el shock inicial, los superávits gemelos, la mejora de la hoja de balance del BCRA y el aumento de las reservas internacionales, el Fondo se dedica a la evaluación del desempeño del plan y --esto es lo que importa-- a las sugerencias de corrección.
Evitando reproducir la sumatoria de circunloquios y condicionales propios del lenguaje del organismo se destaca aquí la sugerencia núcleo del Staff. Lo que más le molesta al Fondo es la cuestión cambiaria. En rigor el FMI es mucho más libertario que la actual política de La Libertad Avanza, ya que preferiría un esquema de libre flotación sin cepo. Pero lo que pide el reporte difundido este lunes es mucho más modesto: una simple “política cambiaria más flexible”, es decir que la devaluación deje de ser la de la pauta fija del 2 por ciento mensual. En contraposición, el gobierno ultraliberal que afirma que “la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario”, tiene absolutamente claro que si vuelve a devaluar se alterará nuevamente la estructura de costos de la economía y volverán a dispararse los precios. Aunque por detrás se encuentre la teoría verdadera de la inflación de costos, no hace falta teoría, alcanza con la corroboración estadística.
Lo segundo que le molesta al fondo son dos instrumentos también relacionadas con el tipo de cambio, el impuesto país, que hoy es una tasa del 17,5 por ciento sobre las importaciones (que llega al 30 para el llamado dólar tarjeta), y el dólar “blend”, que es el permiso para liquidar el 20 por ciento de las exportaciones en el mercado paralelo para acceder así a un precio más alto, pero a costa de no liquidar el equivalente al actual superávit comercial en el Central en desmedro de la acumulación de reservas. Nótese que lo que hacen estos dos instrumentos es encarecer las importaciones, el equivalente a un tipo de cambio más desfavorable para importar, y brindar un tipo de cambio más favorable para exportar. El FMI cree que ambas cosas se resolverían con una devaluación.
El punto en el que se encuentra actualmente la economía es bien conocido por la historia económica local. El peso se aprecia, es decir el dólar se abarata, lo que tiene un efecto siempre deseable para los hacedores de política económica en términos de estabilización de precios. Sin embargo, la apreciación no es una consecuencia del libre flujo de divisas lo que obliga a recaer en herramientas para contrarrestarla, es decir en medidas que desincentivan las importaciones e incentivan las exportaciones.
En números lo que sucedió es que, aunque el gobierno inició su mandato encareciendo el dólar oficial el 118 por ciento, la inflación acumulada de los primeros seis meses fue del 115,7 por ciento. En el camino, el dólar continúo depreciándose al 2 por ciento mensual.
La primera conclusión provisoria es que, punto más, punto menos, la inflación ya se comió a la devaluación. Ahora bien, la devaluación se provocó con el objetivo de “corregir los precios relativos”, pero luego de seis meses el principal precio relativo de la economía, el del dólar, vuelve a estar desalineado, lo que lleva al FMI a sugerirle al gobierno que desarme todo lo armado hasta ahora, es decir que “flexibilice” el tipo de cambio y que saque los incentivos, impuesto PAIS y dólar blend. Si tal cosa sucediese se provocaría un nuevo shock devaluatorio y, en consecuencia, inflacionario y, por extensión, recesivo. O sea, después de medio año de gestión se está en un punto macroeconómicamente igual al de partida, pero con el agravante de haber inducido una recesión socialmente dolorosa y que, a juzgar por los resultados, fue perfectamente inútil.
En este escenario, entonces, el FMI sugiere flexibilizar el esquema cambiario, al tiempo que, en el mismo reporte, sigue proyectando una inflación del 4 por ciento mensual hasta fin de año. Todo muy coherente. Mientras todo esto sucede, los mayores aportantes de dólares genuinos, los exportadores agropecuarios, apenas liquidaron la mitad de la cosecha gruesa, la que habitualmente se liquida en el segundo trimestre del año, que por esta razón es la temporada de abundancia de dólares. En otras palabras, mientras todo pasa, los operadores están esperando una mejora cambiaria. Maravillas del tiempo circular.-