Este es un espacio de economía. Pero como ya saben los lectores, la economía, aunque sea una ciencia y una técnica, nunca está separada de la política, lo que solo significa que siempre interactúa con los acontecimientos políticos, especialmente cuando, como en el presente, son verdaderos terremotos. No se le negará aquí al expresidente Alberto Fernández la presunción de inocencia, pero estas son triquiñuelas de otro ámbito, el judicial. Políticamente, lo que dejan tanto la denuncia de violencia de género de la ex primera dama, como las “filtraciones” algo bochornosas de la vida privada presidencial en pandemia, son nuevas paladas de desprestigio sobre el último gobierno peronista. Podrá tratarse o no de una operación de inteligencia coordinada en el momento justo del comienzo de la caída de la imagen del oficialismo, pero lo que resulta innegable es que los operadores tenían sobre qué operar.
En términos de opinión pública es imposible no asociar el acontecimiento con uno de naturaleza muy diferente, “los bolsos de López”, pero con algunos efectos similares sobre la militancia de a pie, esa sensación de estupor y desazón que dejan el doble discurso y las traiciones a la buena fe, eso que sucede cuando ya no es posible defender a quienes alguna vez se defendió.
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Se podría decir también que una cosa son las ideas y los proyectos políticos y otra las personas, pero en la cotidianidad práctica, ambos factores están inevitablemente asociados. No es exagerado afirmar que se está frente a un “final de época”. Los golpes no fueron solo los que pueden verse en las fotografías de Fabiola Yáñez, sino los simbólicamente asestados sobre la dirigencia política de todo el espacio. Y léase bien, de todo el espacio, incluidos los adversarios internos que hoy se solazan viendo pasar el cadáver del enemigo. Si parte del éxito electoral de Milei consistió en representar el sentimiento “anticasta”, el adversario hoy puede gritar: “vieron, más casta no se consigue”.
A diferencia de otras latitudes, a la sociedad argentina nunca le interesó mucho la vida privada de su clase política, lo que es una virtud. A Carlos Menem, por ejemplo, hasta se le festejaban sus conquistas extramatrimoniales. Era el macho argentino que todos querían ser, patriarcado a full. Pocos recuerdan, por ejemplo, que a Zulema Yoma la hizo echar de la residencia de Olivos con la policía. El problema es cuando los escándalos se combinan con la ineficacia, lo que vuelve demoledor al resultado.
Hoy sube la voz de quienes sostienen que debieron votar dos veces a candidatos que no los representaban, pero al mismo tiempo siguen reivindicando a quien le puso el dedo a estos candidatos. Si esta fuese una columna de psiquiatría para definir la conducta podrían usarse términos médicos, pero mejor no derivar. Existió un dedo divino que eligió un candidato, pero no se definió cuál sería proyecto y las vías para concretarlo. La realidad del presente es que se mantiene, ahora en la oposición, la ausencia de un proyecto común, pero se suma la ausencia casi completa de liderazgo y, también, de legitimidad política. La reconstrucción del campo nacional y popular, ni siquiera hablamos de peronismo, será desde el fondo del pozo.
Un repaso breve sobre la realidad económica muestra que los acontecimientos se suceden siguiendo un esquema de manual. La inflación se mantiene en los niveles previos a la asunción del nuevo gobierno, pero luego de haber provocado un violento shock devaluatorio que generó un salto de precios y la consecuente pérdida del poder adquisitivo de los salarios. El efecto fue la brusca caída de la demanda, el aumento del desempleo y la pobreza y el inicio de una gran recesión que amenaza devenir en depresión. Lo expresado puede verse en indicadores clave como el derrumbe de la actividad industrial y del consumo masivo. Mientras tanto, la verdadera causa de la inestabilidad macroeconómica, que es la inestabilidad cambiaria, sigue sin ser resuelta, lo que permite adelantar la posibilidad de un nuevo shock inflacionario.
Como el gobierno sabe que el sostenimiento de su legitimidad quedó atado a la continuidad de la baja de la inflación, recurre a todas las manganetas conocidas para sostener el tipo de cambio, lo que agrega el problema extra de la revaluación de la moneda. Pero como las reservas que hoy se utilizan para sostener la cotización son finitas y como no habrá ingresos de capitales significativos en el corto plazo, la estrategia no podrá durar para siempre. Pronto la única ancla antiinflacionaria que quedará en pie será la caída de la demanda. Pero, de nuevo, como la inflación no puede explicarse solo por el comportamiento de la demanda, el problema no quedará conjurado.
La única certeza del presente es que el modelo económico de La Libertad Avanza agravará todos los problemas de la economía y que la estanflación llegó para quedarse, lo que lenta, pero inexorablemente, horadará el apoyo social con el que todavía cuenta el oficialismo.
Por ahora, el principal activo del gobierno es la virtual disgregación de la oposición, que los hechos de la semana profundizaron, pero en la política, como en la naturaleza, existe el “horror al vacío”. El actual fin de ciclo será también el punto de partida para la reorganización del campo nacional popular. Existe una amplia porción de la sociedad en busca de representación. El nuevo modelo a seguir no exige devanarse los sesos, es casi tácito, deberá basarse en el aumento de la producción, la productividad y las exportaciones. Es el único camino para aumentar los ingresos de las mayorías y para construir estabilidad de largo plazo. No se trata de redistribuir un producto que se achica, sino de aumentar el producto para aumentar los ingresos. En general, el grueso de los economistas del peronismo acuerdan con esta perspectiva. Sin embargo, el problema de fondo no es la elección del modelo, sino de quién será la figura que liderará el proceso de reconstrucción, el post mileísmo.