Los modelos políticos implican la estructuración de diversas dimensiones que intentan conformar al fin una construcción coherente. No quiere decir que sean un edificio perfectamente construido, monolítico, pues sin dudas implican algunas contradicciones y debates, pero una propuesta política de proporciones debe poder decir algo respecto a los temas centrales que hacen a la vida en las sociedades modernas. Aunque por momentos la política parezca que solo es un griterío semejante a un programa de televisión, desde la Revolución Francesa hasta nuestros días persisten las mismas grandes discusiones y las posibles respuestas.
¿Qué significa la libertad en nuestras sociedades actuales? ¿qué debe contener una política por la igualdad? ¿En cuales aspectos debemos fortalecer la igualdad y en cuales respetar las diferencias? Estas preguntas han tenido diversos modos de ser contestadas, pero también períodos en que fueron negadas como posibilidad; conocimos épocas en las que se afirmaba que la libertad y la igualdad son situaciones para las cuales la sociedad “no estaría preparada”, tal el argumento levantado por las dictaduras que ocuparon el gobierno en nuestro país y en tantos otros. Pero existieron períodos en que la política sí desplegó acciones en favor de ambas, en particular luego de la II Guerra Mundial cuando se creyó posible la combinación de ambas dimensiones. Lo sabemos, el liberalismo nace en Europa pregonando la libertad de conciencia, de acción, de pensamiento y de comercio frente a las monarquías absolutas.
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El socialismo, prometió una sociedad igualitaria, en lucha contra la explotación capitalista. Fueron los dos grandes relatos detrás de estos valores modernos. El arte de la política consiste en vincular a ambos para poder alcanzar una vida social con libertad individual, una igualdad real y que ambas puedan desarrollarse en un mundo fraterno. Las expectativas modernas no fueron conservadoras, por suerte. En nuestra región la situación tuvo sus variantes. Nuestros liberales del siglo XIX no debieron enfrentar una monarquía absoluta cuando se volcaron a construir un Estado y las relaciones capitalistas; las libertadas ya estaban garantizadas desde las guerras de independencia. Pero a la hora de pensar el tipo de sociedad, la desigualdad sí quedó impresa con los rasgos del capitalismo de aquel momento y en este caso de uno periférico. Quedó garantizado el principio de libertad individual y la igualdad ante la ley (no existen prerrogativas ni tribunales especiales) pero eso también señaló un límite: la formalidad del concepto. ¿Qué sucedería con las desigualdades reales que se podían observar por toda la región? Los populismos fueron (son) entre otras cosas, la respuesta mas relevante en la región ante esa pregunta. Y para sostener esa construcción el concepto clave fue el de justicia social.
Su origen no es tan preciso, se puede hallar incluso en Aristóteles, pero sí el principio que sostiene: alcanzar una igualdad real en la sociedad para todos sus miembros. El liberalismo había planteado la igualdad como igualdad de oportunidades; esto es todos los ciudadanos parten desde un mismo punto de recursos y luego el esfuerzo, el mérito de cada uno, lo haría alcanzar distintos logros. En general, se plantea que un sistema educativo de libre acceso, bastaría para construir esas oportunidades para todos. La construcción de una extendida educación pública en nuestro país ha sido una herramienta clave para lograr un sistema social mucho más integrado y también para otorgar oportunidades a las personas. Principio liberal al cual, curiosamente, lo liberales de las últimas décadas se han ocupado de desfinanciar.
Cuando el neoliberalismo se sentó en el sillón de Rivadavia, con Menem, De La Rúa o Macri el sistema educativo la pasó mal, muy especialmente en el último caso. Declarativamente admirador de Sarmiento, el gobierno de Mauricio Macri redujo el presupuesto educativo (al igual que Rodríguez Larreta), el de ciencia y técnica y canceló programas como el Conectar Igualdad. Su prédica por la libertad individual sufre siempre a manos de acotarse a la libertad de negocios, de modo que conciben a la educación sólo dentro de esa ecuación y así serían catalogados como reaccionarios por la misma Generación del 80. Por otra parte, la noción de igualdad que el neoliberalismo nos otorga retrocede a las formalidades jurídicas, y en términos sociales se envuelve día a día en peligrosos discursos sociales que niegan la igualdad: los que viven del Estado, los vagos, las provincias inviables; no seríamos todos iguales. El derecho a la igualdad en términos socioeconómicos, está condicionada a esfuerzos, a merecerlo, a condiciones. La justica social pasa así a ser un término denostado e incluso prohibido; la derecha retoma viejas banderas y retira de los objetivos de la política la búsqueda de la igualdad. Lo ha repite cada día en torno de las vacunas alentando estrategias individuales, de mercado, en contra de la planificación que el gobierno lleva adelante y que ha permitido que buena parte de la población mayor de 60 años ya esté vacunado
¿Qué hubiese sucedido en una estrategia de vacunación librada al mercado o a los recursos de cada uno o de cada una? La planificación estatal de la política de salud, implica promover criterios de igualdad, no dependiendo de méritos, sino estableciendo criterios de justicia social. En torno de esta discusión, lo deja muy claro el sociólogo francés François Dubet en uno de sus últimos trabajos Repensar la Justicia Social. Contra el mito de la igualdad de oportunidades (Siglo Veintiuno Editores). Mientras que esta última espera que algunas condiciones generen una igualdad futura, el autor se inclina por la igualdad de posiciones: “La igualdad de posiciones…para decirlo en pocas palabras, se trata menos de prometer a los hijos de los obreros que tendrán las mismas oportunidades de ser ejecutivos que los propios hijos de los ejecutivos, que de reducir a brecha de las condiciones de vida y de trabajo entre obreros y ejecutivos”. Lo cual vale para otras desigualdades como las de género. Para promover la igualdad es necesario intervenir sobre las actuales estructuras. La derecha abunda en promesas difusas y fracasadas. Las políticas deben ser pensadas con criterios de justicia social para hacer más tolerable el presente para millones. Esa es la batalla clave por mas igualdad.