La meneada "Moncloa argentina" deberá esperar una vez más. La foto que hasta hace dos semanas impulsaban el Gobierno y los sectores más dialoguistas de la CGT con la participación de las cámaras patronales en lo que se preveía iba a ser la consagración de un modelo de administración tripartita de las relaciones laborales y la conflictividad volvió al punto cero y el congelamiento se extendió a proyectos que lucían avanzados como la implantación de los fondos de cese para reemplazar los mecanismos habituales de indemnización en sectores de mano de obra intensiva como el comercio. También, la negociación por la reglamentación de la norma antibloqueos consagrada por el capítulo laboral de la ley Bases. Ese parate lo explican tanto la poca fiabilidad que genera en los sindicalistas el elenco libertario como un fenómeno más novedoso: la reaparición en la escena de Cristina Fernández ya como presidenta del PJ.
La mesa de diálogo se planificó como la consecuencia lógica del empoderamiento del Ejecutivo tras la aprobación de la ley Bases y como una necesidad de los gremios más tradicionales de mantener en pie los puentes con la gestión de Javier Milei. Es que el líder libertario tenía -tiene- en su poder la correa de ahorque sobre los radicales en el Congreso que esperan apenas una señal para resucitar proyectos de ley de demolición del modelo sindical. El Presidente, tironeado a su vez por su entorno, no decide aún si cumplir con el sueño húmedo de Antonio Mucci y de la UCR de desarmar definitivamente a los gremios o bien, cooptarlos para asegurarse un aliado con musculatura para momentos belicosos.
De otro modo no podrían explicarse las marchas y contramarchas del Gobierno en su vínculo con el sindicalismo. En el área de Trabajo subsiste la tensión entre el secretario, Julio Cordero, un pragmático oriundo de Techint y formado en el "tipartismo" internacional, y el ministro de Desregulación, Federico Sturzenegger, erigido en una suerte de superyó del ideario libertario que asume a los gremios como una rémora antediluviana. Como señal conciliadora Milei desplazó hace dos semanas -y no nombró reemplazos aún- a Leila Gianni de Capital Humano y a su delfín en Trabajo, el exsubsecretario Martín Huidobro, a quien los sindicalistas señalaban por demoras en el otorgamiento de certificaciones de autoridades difíciles de explicar aunque al parecer fáciles de revertir con los argumentos adecuados.
Un péndulo similar pervive en Salud. El nuevo ministro y antes asesor con plenas facultades, Mario Lugones, se mostró abierto al diálogo con la "mesa chica" de la CGT e ideó dos herramientas que reforzaron las finanzas de las obras sociales sindicales: la quita de subsidios a las que no daban atención médica y sólo prestaban su nombre como reclutadoras de prepagas y su redistribución a las prestadoras de los gremios con mayor volumen, por un lado, y la equiparación impositiva entre esas entidades de salud y las de medicina privada por otro. No obstante, sobre buena parte del ecosistema sindical pende la amenaza de extender las intervenciones que por ahora cayeron sobre media docena de obras sociales, y también flota una versión extendida de que ese fantasma es fácil de espantar con los argumentos adecuados.
Sobre ese accionar errático creció en la CGT el convencimiento de no apurar la mesa de diálogo que pergeñaban el asesor plenipotenciario Santiago Caputo junto al jefe de Gabinete, Guillermo Francos, y a Cordero. La excusa formal para dilatar su convocatoria fue el paro de los gremios del transporte ideado originalmente para el 17 de octubre y concretado finalmente el miércoles de la semana pasada. En el medio el negociador senior de la CGT e interlocutor principal con el Ejecutivo, el albañil Gerardo Martínez, debió atender labores internacionales en la OIT. La "mesa chica" les avisó a los funcionarios que esta semana todavía aguardaba su regreso para un encuentro interno y luego, eventualmente, planificar "la tripartita".
Pero los paros y los viajes no terminan de explicar el distanciamiento de la central obrera. La argumentación se amplía cuando se toma en cuenta la consagración de Cristina como nueva presidenta del PJ tras el desplazamiento de su contrincante en esa nominación, el gobernador riojano Ricardo Quintela. Si bien los espacios más tradicionales de la CGT, como los "gordos" de los grandes gremios de servicios y los "independientes" siempre dialoguistas con todos los gobiernos, recelaron históricamente de la expresidenta, por encima de ese sentimiento está su condición de sabuesos del poder. El mero encumbramiento de Cristina, razonan los socios de Azopardo 802, les sube el precio ante Milei.
En esa confluencia de intereses ni siquiera hizo falta un encuentro o la firma de un compromiso. De hecho Cristina sólo recibió en el Instituto Patria a dirigentes a los que considera propios, como el bancario Sergio Palazzo o el mecánico Mario Manrique (Smata) antes de la definición por el PJ. También a Pablo Moyano, quien sin embargo evitó brindarle su apoyo en el camino por la jefatura partidaria. El operador peronista Juan Manuel Olmos sondeó otra audiencia con "gordos" e "independientes" pero no llegó, al menos hasta ahora, a concretar una foto.
Así planteado, el escenario se presenta como una oportunidad para la CGT, que hace apenas tres semanas se mostró en pleno en apoyo de Axel Kicillof en el acto por el día de la Lealtad peronista (el 17 de octubre) en Berisso. Su dirigencia podrá ahora dirimir la tensión interna histórica que mantienen los dialoguistas con los beligerantes mientras evalúa la conveniencia de presentarse como llave maestra para Milei o para Cristina.