Una sociedad de dos tercios

11 de septiembre, 2023 | 00.05

El título de la nota puede llevar a pensar en alguna alusión al panorama electoral actual y a la imagen que pareciera reflejar el resultado de las PASO, pero en realidad su contenido está dirigido a la “sociedad laboral” en particular, en la cual en alguna medida se advierte -cabe reconocer- cierto vínculo con el modo de afrontar la realidad del mundo del trabajo y, también, con las propuestas a futuro que se nos plantean desde las fuerzas políticas que aspiran a acceder al Gobierno en diciembre de este año.    

Las disputas por el empleo y el trabajo

Unas semanas atrás volví a leer un libro editado en España que recopila una serie de notas y conferencias de Umberto Romagnoli, que datan de entre los años 90’ y comienzos de este siglo, que despertaron mi interés por las analogías que es posible advertir con lo que nos viene ocurriendo en Argentina; no identidades estrictamente, estando a las notorias diferencias que ostentan las realidades europeas y las nuestras en esta región de Occidente. 

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El hecho en sí no es novedoso ya que, más allá de las influencias culturales eurocéntricas que alguna incidencia posee, lo determinante es el sistema económico hegemónico que se proyecta en los demás ámbitos de nuestra existencia y que, entonces, permite advertir que los procesos que se registran en el mundo del trabajo en los países centrales, una o dos décadas después con frecuencia se manifiestan al otro lado del océano en la región más desigual del Planeta, como es calificada Latinoamérica.

Umberto Romagnoli (1935-2022) es reconocido y se destaca como uno de los más prestigiosos juristas, iuslaboralista y académico de nota de la Universidad de Bolonia (Italia) como de otras Universidades y Centros de Estudios e Investigación europeos e internacionales, a quien se le deben enormes aportes en el desarrollo del Derecho del Trabajo y en todo lo vinculado con el Sistema de Relaciones Laborales.

En uno de los artículos (“Renacimiento de una palabra” – año 2005) compilados en aquella publicación, comienza diciendo: “No es infrecuente que una palabra tenga los ritmos biológicos de los seres humanos. Nace. Vive. Se enferma y, si no se cura como se debe, muere. El síndrome de la enfermedad que puede aquejarla es fácilmente reconocible, la palabra ya no habla. (…) No me parece que hasta ahora se haya subrayado adecuadamente cómo la palabra ‘sindicato’ ha comenzado a dar señales de malestar justo cuando ha obtenido el permiso para circular libremente en el lenguaje común. (…) La polisemia que la ha agredido no está originada por el esnobismo intelectual o por la neurosis de unos pocos. El propio sindicato no sabe ya cuál es su identidad. Sólo sabe que no es el que era ayer, sin que sin embargo sepa cómo será mañana, porque la imagen de sí que de alguna manera se autorrepresenta o que le viene atribuida tiene contornos desvaídos.”.

“(…) puesto que cada crisis encierra una oportunidad y por tanto es probable que también el sindicato tenga una, me agrada pensar que un día se dirá que la palabra ‘sindicato’ ha nacido dos veces. No estarán de acuerdo conmigo, y posiblemente hasta piensen que esté equivocado, los más reaccionarios o (lo que a menudo es la misma cosa) los más exaltados de la postmodernidad. Sugestionados todos por igual por la falsa certeza de que el sindicato deberá cerrar la tienda bastante pronto …”  

Sin pretender menospreciar el fenómeno sindical europeo, que ha marcado huellas profundas e imborrables en procura de alcanzar una ciudadanía laboral, ganar un espacio institucional ineludible para la gobernanza de los Estados modernos y dar batalla por la ampliación de los derechos de las personas que trabajan, también han dado muestras de una fragmentación ideologizada que ha contribuido a otra similar en el plano gremial que, lejos de fortalecer al Movimiento Obrero, abonó a una dispersión sindical junto a la consiguiente multiplicación de organizaciones en “competencia corporativa” en ámbitos comunes de representación formal y, a la vez, dio cuenta de una tendencia acentuada a la baja en las tasas de sindicalización.  

Nuestro sindicalismo mantiene desde hace 70 años un Modelo de organización propio y con una impronta distintiva que privilegia la concentración en la representación, con tasas de afiliación superiores al 35% que triplica las que, en promedio, se verifican en los países de América y de la Unión Europea, con una identificación mayoritaria con el Peronismo. Características no exentas de debates desde un inicio y hasta el día de hoy, que por un lado explican la fortaleza que le ha permitido sobrevivir en las etapas más oscuras como en otras menos cruentas pero también de un claro signo antisindical; y a la vez, se presentan como datos singulares vinculados al fuerte encono que se manifiestan desde el Capital concentrado y por las “izquierdas” nativas que no logran permear en la clase trabajadora.

Lo enunciado se plantea más como descriptivo que como idealización de ese fenómeno, sin pretensiones de proponerlo como un absoluto ni indicador de una homogeneización total que el escenario gremial desmiente. Mucho menos, a resguardo de serias contradicciones y de crecientes espacios que no alcanzan a interpretar ni a representar, que se han ido potenciando con la informalización laboral y el desempleo que no se advierte -más allá de lo discursivo- entre las preocupaciones prioritarias del sindicalismo. 

La aparición y consolidación de las llamadas “organizaciones sociales” que, lo quieran o no, se nutren de la pobreza estructural, dan cuenta de una parte del universo del trabajo que escapa a la organización gremial típica que no atina -o incluso, no se interesa- por hallar respuestas para sectores conformados por los expulsados del sistema.

La disputa en términos de representación del universo completo, cuanto menos teórico del mundo laboral, no es la cuestión principal, sino, uno de sus emergentes que consiste en una peligrosa como distorsiva contraposición entre “empleo” y “trabajo”. Uno, concebido como la situación provista de derechos y de certezas; el otro, entendido como cualquier estrategia lícita de proveerse de un ingreso mínimo e indispensable para abastecerse de bienes esenciales para la existencia, siempre aleatoria.   

¿Se gana apostando a la baja?

En el artículo aquí citado, Umberto Romagnoli nos proporciona una reflexión esclarecedora y que merece una detenida reflexión acerca de una suerte de reconfiguración del clásico antagonismo entre Trabajo y Capital acompañada de un desmembramiento -inducido- de la clase trabajadora:

“En definitiva, en vez de comprometerse en un esfuerzo de proyectualidad económica que permita a Europa perseguir una estrategia innovadora de desarrollo mediante un poder político supranacional capaz de sostenerlo, prefieren culpabilizar al derecho del trabajo: su glotonería le habría llevado a traicionar la vocación de solidaridad que estaba inscripta en su código genético. A causa del coste excesivo de los ‘insider’, es la sustancia de las censuras dirigidas tanto a él como a la indolente condescendencia del grupo de operadores jurídicos que se ocupa profesionalmente de él, no sólo los ‘outsider’ no encuentran oportunidades de trabajo regular, sino que las empresas son incentivadas a deslocalizarse o a zambullirse en la ilegalidad para después ser engullidas y desaparecer en la economía sumergida. Es decir, más estrábico que miope, el derecho del trabajo no ha comprendido a tiempo que estaba convirtiéndose nada más que en el derecho de los ocupados y por tanto en un instrumento de privilegiados en defensa de sus empleos, mientras que -cuando al trabajo perdido se suma una cantidad ingente de trabajo no encontrado- estado de necesidad y marginalidad social son connotaciones que cualifican fundamentalmente a los sintrabajo que, en la sociedad de los ‘dos tercios’, constituyen justamente el tercio excluido.”  

Algo le cabe sin duda al sindicalismo para que pueda tildarse de “privilegiados” a los ocupados con derechos, máxime si mediante esa catalogación no sólo se instala una suerte de resignación a dejar a los así calificados en una inamovilidad sin pretensión de mayores derechos que los obtenidos en el estadio actual, sino que se permite el despliegue de múltiples estrategias caras al neoliberalismo en orden a limitar -o incluso suprimir- las tutelas vigentes del empleo formal, o cuanto menos, cercar ese “coto de privilegios” y abrir un amplio menú de propuestas precarizadoras que van desde -el anhelo máximo- de la deslaboralización que, junto a la exclusión jurídica de las nuevas generaciones de trabajadoras/es, libera de la incómoda presencia del sindicato, a la oferta de una variada gama de “contratos” o relaciones de trabajo desprovistas de básicas garantías birladas por flexibilizaciones de las más diversas al interior de las vinculaciones laborales y, también, respecto al par ingreso/egreso al empleo (graficada en aquella indecente concepción que la analogaba a “comer y descomer”).

Es cierto y no debe omitirse al merituar cuánto hay de responsabilidad gremial en esos nuevos paradigmas del mundo del trabajo que, para aquellos que carecen de una ocupación que les resuelva ya -hoy- la falta de ingresos periódicos regulares, poco importa que sucederá en un futuro si lo “echan” sin dar motivo para ello, palabra que refleja mejor la sensación personal que provoca el quedarse en la calle, frente a otras de raigambre técnico-jurídicas (cesantía, despido, extinción unilateral del vínculo).

Tampoco constituirá una cuestión demasiado relevante, en qué condiciones y bajo que premisas de subordinación se le formula la oferta de empleo o, meramente, de trabajo en que su desempeño será denominado, eufemísticamente, como “colaboración”, “asociación”, “libre y autónoma conjunción de negocios” con empresas formales o fungiendo de “nexo” entre oferentes y demandantes de bienes o servicios.

Todo vale antes que la exclusión para ese “tercio”, y difícil es cuestionar ese tipo de sensaciones, pero no impide poner a la luz -y actuar en consecuencia- acerca de la escena aún más distópica que terminará fatalmente produciéndose, y que permite constatar un ejercicio de memoria sobre lo ocurrido en estas tierras y lo que se registró en otras tantas latitudes. 

Sin embargo, se agrega otro factor para nada menor que presiona en favor de esa distorsiva presentación del llamado “futuro del trabajo” que, en la actualidad también podemos corroborar en Argentina, y que es, particularmente, que el empleo formal no asegura el plato de comida los 30 días del mes, ni siquiera trabajando en exceso de la jornada máxima legal.

Aquel tercio fuera del sistema opera como un lastre, sin proponérselo sino en función de una elemental estrategia de supervivencia, y, por su parte, cerca de la mitad de los “privilegiados” que cuentan con ocupación lindan el piso o están por debajo de la línea de la pobreza.

Unos y otros parecieran quedar fuera del radar sindical, o al menos ese sujeto colectivo se muestra aletargado, confundido, sin capacidad de generar iniciativas renovadoras ni de marcar una agenda propia que les de contención y la sensación de constituir una representación deseable e insustituible para alcanzar un mejor vivir.

Competir entre los pobres hace más ricos a los ricos

Nadie muere en la víspera, ni la vida está sujeta a un determinismo insoslayable, el destino personal y comunitario se forja todos los días tanto por nuestras acciones como por el abandono o renuncia a la lucha cotidiana fundada en convicciones y en utopías que no por serlo resultan siempre irrealizables siquiera en parte.

Es una falacia que goza de mucha prensa que la Economía marca la cancha, que es una cancha que no nos contiene a todos, que el futuro impide dotar de trabajo protegido de calidad y en cantidad suficiente para abastecer la oferta que crece con la constante incorporación de personas al mal llamado “mercado de trabajo” y cuando, por contrapartida, la demanda se retrae en función de una racionalidad economicista, aparentemente, fuera de debate.    

Qué sentido tiene, sino el de hacer bajar los brazos, renunciar a la aspiración del “pleno empleo” en aras de una aducida productividad y competitividad que está presa sometida a las nuevas tecnologías y a las modernas formas de organizar el trabajo que, indefectiblemente nos dicen, reduce el mundo del empleo tutelado dentro de un creciente “universo de trabajo” que daría cuenta de otros “mundos” precarios sí, pero habitables y preferibles a la intemperie o a girar sin rumbo por ese cosmos que nos describen interesadamente. 

Es propio del Capitalismo en que nos hallamos inmersos, desde sus orígenes, que la clase propietaria de los medios de producción es motivada por una inagotable ambición de ganancias, tanto como que no tiene inclinación ninguna por compartirlas con las personas que trabajan y generan esas riquezas, a lo sumo estará dispuesta a ceder algo a cambio de una exacerbación de la subordinación y como autotutela frente a los peligros que supondrían la organización de quienes resuelvan enfrentarla animados por una elemental noción de justicia social.

Por antonomasia esa misión para la clase trabajadora la ha cumplido el sindicato, puesto que cualquiera sea su grado de desarrollo y la consustanciación de la dirigencia gremial con ese cometido fundacional, sería un peor mundo laboral un mundo sin sindicatos, a pesar de que ello no surja tan ostensible en ciertas etapas o no se aprecie a primera vista en tiempos de privaciones desoladoras.

Es preciso que se revalorice el rol sindical, aún compartiendo espacios de representación con organizaciones de otra índole, y para ello, la responsabilidad primera es de su dirigencia que debe ir en busca de sus naturales representados, imaginar respuestas adecuadas en la coyuntura como a mediano y largo plazo, dejar de rehuir a toda reforma laboral sino instalar una agenda propia, propositiva y conformada por innovaciones dirigidas a ampliar derechos, a obtener nuevas conquistas para la clase trabajadora y a robustecer el principio de progresividad inherente a los derechos sociales, entre los cuales ocupan un especial lugar los derechos laborales.   

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Álvaro Ruiz

Abogado laboralista, profesor titular de derecho del Trabajo de Grado y Posgrado (UBA, UNLZ y UMSA). Autor de numerosos libros y publicaciones nacionales e internacionales. Columnista en medios de comunicación nacionales. Apasionado futbolero y destacado mediocampista.