La última elección de los primeros cuarenta años

12 de agosto, 2023 | 18.52

La votación del próximo octubre completará la saga electoral de los primeros cuarenta años posteriores a la reconquista del sufragio democrático en la Argentina. En su primera etapa, la democracia tuvo que enfrentar las tempranas rebeliones autoritarias contra su consolidación bajo la forma del desafío de diversas instancias militares al poder constitucional; en esos episodios se produjo una de las pocas experiencias de estos años signada por la unión de los partidos y fuerzas democráticas en defensa de las instituciones. La crisis económica de finales de la década del ochenta marca otro profundo viraje político: aparece de modo descarnado el rostro de un país impedido de atender sus profundas desigualdades sociales, encadenado como estaba (y hoy vuelve a estar) por la gran herramienta de sostenimiento de nuestra dependencia estructural: el FMI. De esa dolorosa experiencia social -inseparable del enorme retroceso social del país durante los años de la violencia cívico-militar- surgieron las condiciones sociales y culturales para otro experimento memorable: la furiosa reconversión neoliberal de nuestra economía con el plan de convertibilidad. Liderada por Menem y el justicialismo, esa experiencia pudo mantenerse en un plano de relativa paz social, a pesar del brutal ajuste que se desató brutalmente sobre las espaldas de los trabajadores  menos protegidos socialmente y estuvo signada por una nueva ofensiva contra la base material de la economía argentina construida, en lo fundamental, durante los gobiernos peronistas desde 1945 a 1955, Paradojas de la historia: el proceso que el historiador Halperin Donghi llamó “el fin de la Argentina peronista” fue presidido por un dirigente proveniente de esa tradición. Pero la sustentación de la paridad entre el dólar y el peso no iba a prolongarse mucho tiempo, una vez que se agotara la fuente de su financiación que no fue otra que la entrega de amplios sectores de la economía pública, una intensa puesta en acción del ideal de la derecha del “achicamiento del Estado”; en este caso, ese rumbo asumiría una radicalidad que fue proporcional al costo de su derrumbe. 

Cuando De la Rúa asumió la presidencia en nombre de la Alianza, la convertibilidad estaba agotada. Todos los esfuerzos -finalmente puestos nuevamente bajo el timón de su ideólogo y ejecutor, Domingo Cavallo, fracasaron uno tras otro. Sobrevino una de las situaciones más lastimosas desde el punto de vista social en nuestra patria: el crimen represivo producido por ese gobierno cerró el lastimoso ensayo neoliberal. Vinieron luego el comienzo de una lenta recuperación social durante el interinato de Duhalde y una nueva orientación en lo económico, social y político con la presidencia de Néstor Kirchner: los años que van desde el comienzo de ese gobierno hasta el final del segundo mandato de Cristina Kirchner fueron, sin duda alguna (así lo revela drásticamente, entre otros muchos indicadores, la evolución de los precios y salarios en la Argentina entre 2003 y 2015). Pero más allá de las estadísticas económico-sociales, el período kirchnerista estuvo atravesado -particularmente desde 2008- por el resurgimiento, en escala ampliada, del antagonismo político en el interior de la sociedad argentina. A pesar de la reelección plebiscitaria de Cristina en 2011, el antagonismo no cesó, sino que incrementó su nivel de violencia. Fue en esos años en que reapareció con fuerza el conflicto político central de la historia argentina entre los trabajadores y el pueblo y los sectores propietarios de gran parte de los principales recursos naturales del país. Con el triunfo electoral de Macri en 2015, el primero logrado por la élite propietaria argentina sin necesidad de acudir a la cooptación de las conducciones de los partidos populares del país, aunque el radicalismo acudiera en un secundario, aunque importante auxilio. 

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Desde 2015 los grandes bloques sociales y políticos argentinos funcionan en un conflicto de incesante intensidad. La derecha abandonó el lenguaje equívoco -y mendaz- con que encubrió la primera campaña electoral de Macri. Se terminó durante el primer gobierno de la derecha indisimulada la época de las promesas de bienestar popular; su reemplazo por un lenguaje violento y provocativo coloca un signo de interrogación sobre la posibilidad de que los argentinos y argentinas resolvamos pacíficamente nuestras diferencias. Ya no se habla de conservar ningún aspecto, ningún resorte de la Argentina peronista (es decir que desde las empresas públicas todavía no totalmente enajenadas pasando por el derecho laboral, el salario digno y la justa distribución del ingreso hoy aparecen como el centro de la disputa). La cooptación del poder judicial y la centralidad neoconservadora-proto fascista en los medios de comunicación conducidos por grandes monopolios conforman un riesgoso cuadro de amenaza para la democracia que cumplirá años en breve. Como en un perfecto círculo histórico, renacen actores y discursos que habían quedado fuera del cuadro de lo político en el país. Macri adelantó en un reportaje y ante una pregunta “inocente” de Luis Majul que a él no le temblaría la mano para recurrir a la violencia y a la muerte para defender su proyecto de país. Lo dijo en la Argentina, en la que hasta los más brutales proyecto cívico-militares de restauración conservadora ocultaron siempre sus designios detrás de la idea del “orden” y de “la pacificación”. 

No es un hecho menor que las primarias abiertas estén rodeadas de un clima ominoso de amenaza y de violencia efectiva. Una vez más aparece la amenaza del caos y de la anarquía, puntillosamente ordenados por la falsificación mediática. Quienes manifiestan pacíficamente en las calles son el “desorden” y la “provocación”, mientras la policía de la ciudad capital ni siquiera se ocupa de borrar las huellas públicamente conocidas de un accionar impropio de una policía que actúa en supuestos tiempos de libertad y de vigencia del estado de derecho. ¿Un adelanto?, ¿una amenaza? Lo cierto es que estamos ante una grave interferencia del estado de derecho en tiempos inmediatamente anteriores a una importante cita electoral. Una elección en la que el país se juega mucho. Todos los analistas económicos, sociales y políticos coinciden en la existencia de un ambiente internacional muy favorable a las posibilidades de nuestro país, debido a sus recursos naturales, materiales y sociales para abordar una etapa del mundo seguramente signada por cambios importantes en la distribución del poder global. Mantener una Argentina pacífica y democrática, avanzando en un acuerdo plural y ampliamente representativo de grandes mayorías, recuperando, en fin, el espíritu del acuerdo democrático inaugural de hace cuarenta años constituiría un avance decisivo.

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