¿Hay futuro para un acuerdo?

La derecha más extrema ha tomado las riendas del viejo voto antiperonista. No podría haberlo hecho de modo más frontal. La idea de la pacificación de la política no es un asunto menor.

19 de noviembre, 2023 | 00.05

Muy probablemente el proceso electoral que está terminando pase a ser recordado como un parteaguas histórico y político. Por primera vez la derecha argentina conservadora y golpista se ha dotado de un discurso que no esconde, sino que profundiza, la existencia de un hilo de autorreconocimiento histórico cuyo núcleo identificatorio está en el anti peronismo y la revisión de la experiencia del terrorismo de estado cívico-militar entre 1976 y 1983. No fueron partiditos ni grupitos irrelevantes los que reivindicaron al dictador Videla y -tomando sus propias palabras- reconocieron “excesos” en la represión de los grupos armados: fue la fuerza que obtuvo el primer lugar en las elecciones primarias. La reivindicación del terrorismo estatal existió siempre entre nosotros. Pero desde 1983 empezó a hablar con sordina. A tratar de disimular lo que fue un modo de vida durante el criminal “proceso”. A hacer silencio para no decir su verdadera opinión sobre los años de la dictadura. La reivindicación fue enérgica y se teatralizó hasta el absurdo. La consigna “achicar el estado es agrandar la nación” que ocupaba el centro de la propuesta “ideológica” del régimen fue incorporada en un lugar claramente central del discurso de LLA. La motosierra fue el símbolo principal de la campaña de Milei, hasta que los consejos de Macri “ordenaron” al candidato.

Esta novedad no parece tener regreso a corto plazo. Macri ya había logrado lo que el conservadorismo no había podido hacer desde el triunfo electoral de Yrigoyen: disputar el gobierno bajo la vigencia del sufragio “universal” restringido durante muchas décadas en el siglo XX. ¿Cómo es que las fuerzas de la derecha lograban el gobierno en esos tiempos? Era a través de los golpes de estado y colonizando circunstancialmente a las fuerzas de tradición popular en tiempos de proscripción y autoritarismos de diverso tipo. Desde el triunfo electoral de Macri, sostenido por el predominio en la UCR de los sectores más antiperonistas, la derecha sacó credenciales comiciales propias. Que la derecha tenga peso electoral es una buena noticia, porque eso neutraliza -hasta donde eso pueda hacerse- a las fuerzas más autoritarias y violentas. Ahora bien, el cambio de época en el que estamos no puede ser ignorado ni subestimado. La derecha más extrema ha tomado las riendas del viejo voto antiperonista. No podría haberlo hecho de modo más frontal. Hasta tal punto que fueron denunciados -con mucha prueba documental- acciones ilegales y potencialmente violentas dirigidas a militantes políticos que tienen posiciones más o menos “acuerdistas”. Es notable el giro en nuestro vocabulario: hablar públicamente de un acuerdo democrático entre los principales partidos argentinos pasó a convertirse en motivo de repudio en el interior de la alianza de Milei, la extrema derecha amenaza con apoderarse del lenguaje político. La lucha contra la consolidación de ese discurso es una cuestión principal.

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Todo esto forma parte de una metamorfosis en la política argentina; el cierre de la etapa abierta por la mega crisis de 2001 y por el triunfo electoral de Kirchner en 2003 está a nuestra vista. Ya en 2008 la política empezó a construir las nuevas identidades que definían la lucha político-electoral: el peronismo con la versión de Néstor y de Cristina y una nueva derecha concentrada electoralmente en la ciudad de Buenos Aires (la experiencia peronista en Córdoba no terminó de definir una posición única de alcance nacional). Pero a partir del escrutinio del último voto se sabrá a cuál de los bloques políticos claramente antagónicos le tocará gobernar. ¿Cuánto de la querella peronismo-antiperonismo ha sobrevivido y podrá sobrevivir en el futuro más o menos cercano como orientación de la disputa política entre nosotros? La respuesta a ese tipo de interrogantes no está escrita: será la política la que decida. Por supuesto que el resultado electoral será un señalamiento decisivo para lo que vendrá.

¿Tiene sentido en una situación como ésta la demanda de una amplia unidad democrática? Lo tiene en la medida que tengamos un tipo de reflexión política que aproveche el episodio de los cuarenta años de la recuperación del orden democrático para trazar un nuevo tipo de línea divisoria que ordene mejor la naturaleza de la disputa política argentina. Todo indica que vienen tiempos de recuperación económica: aumento en cantidad y calidad de nuestras exportaciones (pasaremos de comprar gas a vender gas) incorporación de nuevos tipos de exportación, el despliegue de iniciativas destinadas a consolidar y desplegar estos avances en la forma de una reindustrialización del país. Por supuesto que esto no es un “pronóstico” sino una apuesta: la de un amplio acuerdo nacional, como el que propuso Cristina en varias de sus intervenciones públicas, en la tradición de Perón a su regreso y de Alfonsín después de los años de la dictadura. La construcción de un “gran acuerdo” no parece sumar mucha épica al futuro de las fuerzas populares: es una tradición compleja de la que forman parte distintos ensayos con igualmente diferente resultado. Pero la idea de la pacificación de la política no es un asunto menor. Acaso en esa idea esté la principal reserva para una Argentina justa y democrática. Por supuesto que el acuerdo necesita un capítulo central y urgente: la recuperación urgente del poder adquisitivo de los salarios e ingresos de sectores populares. El actual “equilibrio” de ingresos entre las clases y grupos sociales es un polvorín para cualquier idea de democracia posible.  Vuelve a adquirir vigencia la idea del “pacto social” que Perón a su regreso y el ministro Gelbard construyeron en un breve lapso del gobierno peronista de entonces. El golpe y el terrorismo de estado impidieron todo acuerdo democrático en la Argentina. Hoy probablemente estemos ante una gran oportunidad. Pero para que se abra paso, lo decisivo es la política.