Axel Kiciloff sacudió la modorra discursiva de la política. Dijo -dirigiéndose obviamente a quienes forman parte del espacio del que él mismo es uno de los principales referentes- que había que “cantar nuevas canciones”; que “las que sabemos todos no alcanzan”. En medio del clima preelectoral la frase no ocupó más que su cita en algunos medios de comunicación. Nadie piensa -tampoco quien escribe- que la vida política deba girar alrededor de lo dicho por el gobernador; pero, al mismo tiempo, se puede pensar que ahí podría haber algo así como un título para las tareas de un sujeto político popular en esta coyuntura. En el correr de los días que pasaron entre la pandemia y el presente, el país (y acaso todo el mundo) pasó por un tsunami existencial, por un fenómeno que alteró bruscamente el sentido común colectivo como hacía rato que no ocurría. Entre nosotros el período fue, además, el tiempo de un experimento político valiente e inicialmente exitoso: el de la candidatura del actual presidente y su amplio triunfo de 2019 que nació casi al mismo tiempo que el Covid y está viviendo su último tramo.
Las “viejas canciones” son las que aprendimos en el tiempo que pasó entre el gigantesco terremoto político que terminó con el gobierno de De la Rúa y el presente. Y en ese recorte temporal hay un centro explícito e indiscutible: la emergencia del liderazgo de Néstor Kirchner y su continuación en los períodos de gobierno de Cristina. Si se mira la historia de este modo, la canción fundadora habría sido “Que se vayan todos” coreada por las multitudes populares en el centro de Buenos Aires -y en otros lugares del país- el 19 y 20 de diciembre de 2001. A la canción de la rebeldía inaugural siguieron muchas otras, surgidas del renacimiento del peronismo que siguió a la crisis. Con el tiempo, el antagonismo político argentino alumbró otras canciones, muchas de las cuales siguen escuchándose en las calles del país. Como al pasar, hay que hacer referencia a una frase que Borges le atribuye al escritor escocés del siglo XVII, Andrew Fletcher: “si me permiten componer todas las baladas de un país, no me importa quién redacte sus leyes”. La canción es, así, algo más que una letra con su música; es la expresión de una voluntad común.
El interlocutor de Kiciloff, sin duda, es el espacio propio, el kirchnerismo. Aunque de algún modo le cabe el sayo a toda la clase política, no circunscrita a los partidos sino explícita en multitudes de prácticas discursivas que animan las más variadas “redes sociales”. Pero es evidente que la prioridad para el gobernador es intervenir con la vista puesta en el centro natural de la atención política en tiempos ya muy cercanos a la elección de un nuevo gobierno. Y el centro de esa prioridad es “el mensaje” o “el relato” con el que el peronismo y sus aliados abordarán la disputa central. Hubo un tiempo en que la canción de ese espacio fue la reivindicación del rumbo que encararon los gobiernos kirchneristas; con el tiempo ese componente se unió al repertorio de la “defensa heroica” de una fuerza que pasó a ser -después del conflicto agrario de 2008- asediada por un dispositivo de agresión desestabilizadora que tuvo en los grandes medios de comunicación oligopólicos su centro principal de emisión. Fue, también, durante un período importante, un cancionero de resistencia, cuando la derecha llegó, con Macri, al gobierno. El período de gobierno de Fernández puede considerarse el tiempo de la crisis del folklore político nacido en aquel convulsivo 2001. Una confluencia trágica de acontecimientos externos -la pandemia con su secuela de aislamiento y de muerte, las penurias económicas nacionales agravadas por la guerra en Ucrania y la sequía más grande de los últimos tiempos- sumados, obviamente, a enormes dificultades y errores políticos internos, fueron construyendo una escena bruscamente transformada.
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El kirchnerismo, que fue y sigue siendo, animador principal -en lo bueno y en lo no tan bueno- de este pasaje político trascendente de nuestra historia, atraviesa hoy por lo que podría llamarse una “crisis de relato”. Hay que aclarar que esa crisis no se limita a una dificultad de la palabra oral y escrita, sino que es un gran problema político. Para cortar camino de los detalles, alcanza con decir que el actual candidato presidencial fue, en otro tiempo no tan lejano, un enérgico detractor de los gobiernos de Cristina. Y que la estrategia práctica y discursiva que acompaña la ruta hacia la definición electoral no marca ningún punto de continuidad con la que se construyó en los años que aquí estamos comentando. Ni las “canciones” que sirvieron para jalonar los avances y para instaurar un relato que los sostuvieran, ni las de la “resistencia antimacrista” pueden acompañar la extraordinaria complejidad y los enormes riesgos que estamos afrontando. Como en la política no existe el silencio, los viejos tópicos, las frases venerables (y hoy, con frecuencia, vacías), los mapas orientadores de otras épocas siguen circulando; y el problema es que una parte de ese arsenal ya no es un recurso oportuno y, en algunos casos, alimenta la desconfianza y con ella la pasividad.
Nos llevaría muy lejos incorporar la cuestión de la evolución del discurso de las derechas durante este tiempo. En términos básicos podría describírselo como el pasaje del conservadorismo a la agresividad conquistadora, del borramiento pleno de sus raíces históricas a la obscena reivindicación de estos días de la dictadura y el terrorismo de estado. Esta radicalización de las derechas no es un asunto argentino: más bien es un pasaje que recorre el mundo. De lo que aquí se trata es de intentar pensar este tránsito y no, claro está, el de escribir alguna de las nuevas canciones necesarias. La confluencia del discurso de ultraderecha con los padecimientos sociales de argentinas y argentinos es una bomba de tiempo: el fascismo no solamente agrede discursivamente, ahora junta muchos votos. A tal punto que la gran creación de la derecha argentina, el macrismo, una fuerza claramente definida en ese sentido capaz de ganar elecciones. Ahora la derecha vive el “tiempo Milei”, que es el tiempo de un núcleo del corazón de todas las experiencias fascistas, el de la reconstrucción de la historia de la patria con el propósito de colocar a la intolerancia con los pobres, la propaganda de políticas agresivas contra los trabajadores y los sectores populares y un furioso “anticomunismo” -que no se ha extinguido después del colapso de los “socialismos realmente existentes; todo eso como relato, diverso, pero concentrado contra ese nuevo monstruo, el “populismo”. Desenterrado por la obra de Laclau y Chantall Moufe, el populismo llegó a ser el santo y seña para designar a las fuerzas y los procesos políticos populares triunfantes en la primera década de este siglo; como una forma alternativa al comunismo para comprender, acompañar y sostener los procesos populares y antiimperialistas. Hoy el populismo ha recuperado lo que parece ser su esencia: su extraordinaria adaptabilidad a las formas más diversas de la hegemonía política. Hay un populismo de izquierda, de derecha y de ultraderecha.
Como se habrá notado sobradamente, este texto no tiene ninguna “nueva canción” para que cantemos todos. Lo único que tiene es un llamado de atención. Contra el estancamiento de la palabra popular, el abuso de consignas que nos retrotraen a un tiempo feliz que pertenece al pasado. La pregunta que anima estas líneas es acerca del discurso de un nuevo sujeto político en la Argentina. Que no será un sujeto colectivo idéntico al que surgió con la crisis de 2001 y acompañó los tiempos de la principal experiencia política popular posterior a la caída del peronismo. Y tampoco será la obra de algún iluminado o de un grupo de esa clase. Es una canción que podamos aprender y cantar todos; un “todos” que no sean todos los que voten a determinada fórmula o sostengan tales o cuales partidos. A todos los que quieran unirse para cerrarle el camino a un nuevo ciclo de terror en nuestro país. Y que, con esa premisa en el centro, pueda animar la construcción de un nuevo pacto democrático en la Argentina. Un nuevo pacto más urgente que nunca después del atentado a Cristina, del rol del poder judicial en el ocultamiento de la trama que lo constituyó, del lenguaje de por lo menos uno de los candidatos de la derecha a la presidenta (el discurso de la otra candidata es inexpugnable a un análisis político. Un pacto que, esta vez, tenga en su centro la urgente recuperación de las condiciones de vida de nuestra sociedad. Las nuevas canciones serán la de un nuevo sujeto político colectivo que no niegue la historia de estos años. Que, por el contrario, la sostenga, la actualice y ensanche su base de sustentación y su potencia. Que se constituya en una garantía de su proyección sobre la base de despejar los obstáculos sectarios y estar a la altura de nuestra grave coyuntura política.