En agosto de 2022, el actual embajador de Estados Unidos, en ocasión de la reunión del Consejo de las Américas, recogió una idea de Horacio Rodríguez Larreta que consistía en que en el próximo período político había que construir una “gran coalición” en nuestro país. Pero modificó la propuesta: no había que esperar al “próximo período”, sino empezar a construirla “ahora”. El sustento de época de esa decisión era la “gran oportunidad” que se abría a la Argentina para multiplicar su comercio en materia alimenticia, razón por la cual Estados Unidos estaba interesado en “colaborar”.
Es posible que esa anécdota de la que sugestivamente nadie habla, pueda explicar ciertos giros preelectorales en los días que vivimos. Está implícita en el fallido intento de Larreta de incorporar al peronismo cordobés en la coalición de derecha que el jefe de gobierno intenta liderar. Y en las últimas horas sobrevuela en ciertos giros de la política con vistas a la próxima elección. Scioli, por ejemplo, dijo hace poco que le había transmitido a Patricia Bullrich su interés en una futura colaboración suya con el gobierno que él aspira a encabezar. Se podrá decir que son piruetas discursivas de campaña; puede ser, pero el candidato está en estos días en el centro de una tormenta en el interior del peronismo porque su candidatura -visiblemente sostenida desde la casa de gobierno y sus giros retóricos son, por eso, muy significativos. Además, es muy visible que la candidatura de Scioli resulta muy significativa para el sector de la política argentina que quiere “terminar con la grieta”, es decir, terminar con la experiencia kirchnerista y reinstalar el consenso neoliberal. ¿Puede reavivarse el proceso -nunca definitivamente cerrado- de la “normalización” del peronismo después de la “anomalía” introducida hace dos décadas por Néstor y Cristina?
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Es muy difícil que el sueño de la “gran coalición” se concrete en pleno preparativo electoral. Pero al mismo tiempo, está claro que hoy mismo el peronismo que no responde a Cristina está frente a una definición. Es muy útil para afirmarnos en esa convicción el desarrollo de los acontecimientos en mayo de 2019. Hasta un minuto antes del mensaje con el que CFK designara a Alberto Fernández como candidato peronista, se multiplicaban las iniciativas dirigidas a reagrupar al peronismo no kirchnerista. Estaban en plena preparación una serie de reuniones en diversas sedes provinciales del PJ para conversar sobre ese tema, el del peronismo “después de Cristina”. La movida provocada por el video paralizó esas tentativas que se esfumaron rápidamente.
Tanto ha cambiado hoy la situación que el presidente protagoniza de modo inocultable el intento de construir una candidatura claramente diferenciada de la figura de Cristina. Y no se trata de algo inesperado, porque está precedido de afirmaciones del presidente respecto a su relación (crítica) con la historia del peronismo y a insinuaciones respecto de la conducta político- moral de Cristina en contraposición con la propia. Sobre esto debería estar todo muy claro porque, a pesar de que Stanley no ha vuelto sobre el tema de la “gran coalición”, no es muy probable que la cuestión haya sido abandonada. Los aprietes al Gobierno argentino producidos al máximo nivel del gobierno de Estados Unidos parecen ratificar enfáticamente lo dicho por el embajador local.
Si esto no fuera así, convendría que quedara claro. Porque, más que nunca, es necesario que la cuestión electoral esté intensamente cargada de compromiso programático. Es decir, que la pregunta de la campaña no gire en torno de personas sino de compromisos programáticos. Debe quedar claro si la disputa es por cómo se recupera el rumbo anterior a la derrota electoral de 2015 -con toda la actualización necesaria- o si se trata de la puesta en cuestión de aquel rumbo y su suplantación por el de un peronismo más amable con el poder económico local y con los planes de la embajada norteamericana. Esto es hoy lo más importante, porque de otro modo -por el lado de las chicanas o de las disputas en torno de las listas como tema excluyente- se puede debilitar mucho a la nueva unión construida.
MÁS INFO
Claro que el camino para enfrentar el peligro no es el de las exhortaciones morales; el camino es político. Y tiene dos claves, una es la mencionada perspectiva programática, la otra es la de las candidaturas, especialmente la decisión sobre la presidencial. En esa decisión estará seguramente implícita la valoración de la importancia de esta elección: solamente si la candidatura que finalmente se decida desde el espacio de la actual vicepresidenta tiene la contundencia necesaria, en el sentido de que ésta es la elección que nos interesa y éste es el tiempo de la plena recuperación de un rumbo digno para el país, solamente así podemos generar un vuelco favorable de las expectativas populares. Además, la que está empezando no es para el peronismo una elección más. En los próximos años estaremos afrontando cuestiones cruciales para el futuro del país.
En primer lugar -de modo incontestable- está la cuestión social, la que no para de deteriorarse desde el día en que Macri volvió a convertir al Fondo Monetario Internacional en actor central de la política argentina. Con los actuales índices de pobreza e indigencia no es concebible un país democrático y pacífico en un futuro próximo. Resuenan las palabras de Néstor en el comienzo de la experiencia: los muertos no pagan deudas. Estamos obligados a replantear la relación con el Fondo. Y es un replanteo para el que paulatinamente se van creando condiciones internas y geopolíticas. Es muy saludable que aún bajo la extorsión norteamericana se haya seguido y hasta profundizado la agenda de acercamiento mutuo con la República Popular China.
La soberanía política no está en segundo plano respecto de las urgencias económicas y sociales: por el contrario, está fuertemente articulada con éstas. Una nueva etapa de gobierno popular podría acelerar una transición en el sentido de nuestro lugar en el mundo, que no es el de suplantar la relación con una superpotencia por la relación idéntica con otro. Se trata del pleno ejercicio de nuestra soberanía nacional y la recuperación (y aceleración) del proceso de unidad regional de los primeros años de este siglo. Y se trata también de una militancia geopolítica a favor de un mundo multipolar, cooperativo y pacífico. El soporte de ese rumbo estará en el aprovechamiento de las condiciones mundiales hoy existentes -y en pleno desarrollo- para superar la historia cíclica de nuestras crisis, íntimamente vinculadas con lo que Cristina llama la “economía bimonetaria” y se basa en última instancia en las insuficiencias de nuestro desarrollo industrial. Para todo eso, hace falta un papel activo del Estado, en todos sus niveles, lo contrario de lo que entraña la promesa de la coalición neoliberal y sus bordes neofascistas.
En estos próximos días se producirán definiciones muy importantes. Lo principal que tiene que resolver la coalición hoy en el gobierno es una valoración precisa de la importancia de la elección. De los riesgos y de las oportunidades que apareja. El nombre del candidato/a será, con seguridad, un mensaje de la importancia, del dramatismo que le asignamos a esta elección. No estamos en condiciones de “guardar” a nadie.