Mauricio Macri apareció para ordenar parte de un PRO bonaerense completamente convulsionado, con múltiples referentes y múltiples construcciones. El ex presidente cambió el esquema de los dirigentes territoriales y comenzó a funcionar como un organizador, sobre todo en el sector más duro y puro de su partido. Algo que también empezó a generar distintos escenarios y complicaciones para los referentes nacionales. El ex presidente está de moda, siente una validación de su discurso y el corrimiento de la agenda hacia la derecha se le mostró favorable.
Macri aterrizó en Buenos Aires de la mano de Néstor Grindetti, el intendente de Lanús, con quien tiene una relación de décadas. El líder espiritual del PRO le dio su bendición y apoyó la construcción territorial y electoral de los intendentes. Le abrió la puerta para que arme. Así, el panorama bonaerense amarillo se dividió en cuartos: María Eugenia Vidal con Cristian Ritondo; Horacio Rodríguez Larreta con Diego Sanitlli; Patricia Bullrich con Javier Iguacel y Mauricio con los jefes comunales. Todos impulsados para disputar la gobernación en 2023.
Cuando Macri perdió la elección del 2019, se recluyó, desapareció de la arena política pública y tampoco mostró demasiada injerencia interna. Eso permitió el crecimiento de distintos liderazgos y cada dirigente empezó a referenciarse en una persona diferente, cada uno empezó a jugar su propio partido. Esto derivó en un PRO completamente desorganizado en Buenos Aires pero la situación cambió con la reaparición del ex presidente. Se volvió un ordenador y todos, en mayor o en menor medida, tienen algún nexo con él. Por eso, siempre fue difícil un despegue total de su figura. Mucho más ahora.
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Esa reaparición ordenará al PRO más duro y puro, lo que podría complicar a Bullrich en la provincia más populosa del país. La presidenta del partido amarillo funcionó como una figura que se instaló para suplir la ausencia del líder espiritual. Ambos tienen un nexo, un vínculo discursivo e ideológico, le hablan a un mismo electorado y la irrupción del ex presidente podría funcionar como un escollo para la ex ministra de Seguridad.
Para Horacio Rodríguez Larreta tampoco será sencillo. En el territorio, algunos dirigentes están molestos con el alcalde porteño porque éste no respetó el acuerdo del 2021. El año pasado, Grindetti encabezó la cruzada para convencer a otros caciques y acompañar la candidatura de Santilli que, para ese momento, consideraron adecuada. Pero el pacto planteó algo claro: para el 2023, todos desde la misma línea de partida. Y eso no se cumplió. Lo que derivó en un cuestionamiento al jefe de Gobierno, que no logró darle la puntada final a la costura de su liderazgo.
Ese cuestionamiento, también, se explica por varios factores. No sólo la promesa incumplida. Por un lado, la falta de carisma - que siempre se puede aprender -, la ausencia de un relato, de una épica, de un simbolismo que tanto Macri como Bullrich proveen. Pero también la carencia de un interlocutor válido en la provincia. Santilli no les aparece, a ciertos territoriales, como uno consolidado. Sobre todo porque es resistido. En medio de ese panorama, apareció Macri.
Esas internas, sin embargo, deberían tener una resolución sobre la hora. Un gol en tiempo de descuento. Para el año que viene, cerca del cierre de listas, el PRO llegaría a un acuerdo y no habría PASO amarilla, aunque sí entre el macrismo y el radicalismo. La UCR, que pelea por tener un candidato propio presidencial, necesita tener uno bonaerense porque ninguna elección nacional se gana sin Buenos Aires. Pero también para sostener las boletas que, anticiparon, presentarán en cada uno de los 135 municipios.
La ampliación radical a cada rincón de la provincia derivará en la disputa por el conurbano. Básicamente, intentar robarle conducciones al PRO. El macrismo apunta a mantener lo que ya está, lo que ya se tiene, y ampliar. Podrían tener chance de volver a ser gobierno en Quilmes o en Morón, por ejemplo. Pero también mejorar el desempeño en distritos como Lomas de Zamora, Florencio Varela o Avellaneda, en caso de no presentarse Jorge Ferraresi. También Almirante Brown o La Matanza.
Mucho de eso, o casi todo, dependerá de la tracción nacional. En las filas amarillas se avizora una elección muy motorizada por las opciones para gobernar el país, sin demasiado corte de boleta. Eso, en caso de generar una opción atractiva para la Presidencia, impulsará o levantará la performance de los locales.
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En ese contexto, Macri todavía tiene una puerta abierta. El jueves, en un almuerzo con referentes PRO, dio muchos indicios de estar fuera de la carrera electoral pero recién habrá definiciones en el segundo trimestre del 2023. El jefe podría encontrar un factor sorpresivo a su favor: ser una novedad. Larreta, Bullrich, Vidal, pero sobre todo Larreta, pasaron a ser candidatos viejos.
Desde 2019 el jefe de Gobierno comenzó a sonar e instalarse como la transición lógica y natural. El resto, un poco más acá en la línea de tiempo pero siempre lejos del momento de las definiciones, el 2023. Eso generó la falta de novedad, de noticiabilidad. Una visita de Horacio al conurbano no es rupturista, llamativa. Una de Mauricio, sí. Ese factor, el crecimiento en las encuestas, la capacidad de caminar por las calles, la validación de su discurso y una agenda de derecha, podrían ser condimentos atractivos para intentar un "segundo tiempo".
Y en Buenos Aires se dio una situación bastante particular. Pese a la pelea feroz entre Mauricio y Gerardo Morales, el presidente de la UCR, la alianza funciona aceitada en territorio bonaerense. Por supuesto, al territorio llegan las disputas y no es una isla, pero la mesa provincial pasó a ser mucho más ordenada que la nacional. Y si bien hay quienes todavía no descartan el mundo ideal de los acuerdos y PASO cruzadas (fórmulas compuestas por macristas y radicales), Juntos se encamina, por ahora, a una interna entre amarillos y rojos.