Construir un horizonte y un futuro, la clave para las elecciones 2023: un análisis post PASO

26 de agosto, 2023 | 19.00

“A Milei no se lo combate con miedo ni con indignación. Ni rebatiendo sus argumentos. Se lo combate con una narrativa de futuro. Justo lo que nos viene faltando desde hace años. Construir ese horizonte es el desafío de la hora y del ahora”, escribió en un tuit Santiago Levin, médico psiquiatra, psicoanalista y comunicador, unos días después de las elecciones PASO 2023 en medio del torbellino que generaron los 30 puntos de Milei. La política democrática tiene un dinamismo constante que se asienta sobre una línea de tiempo, una conversación ininterrumpida  de la que participan múltiples actores de diferentes momentos y sectores. En ese marco las narrativas de pasado, presente y futuro conviven, se superponen y dialogan necesariamente. No obstante, si lo que se busca es construir hegemonía hay una que tiene que sobresalir por sobre las otras. No hay forma posible de construcción política sin narrativa de futuro y no hay chances de que un proyecto enamore, interpele o entusiasme sin que invite a imaginar un futuro mejor.

El análisis y trabajo político en el presente funciona como una suerte de diagnóstico que permite actuar, gestionar y administrar. Dar respuestas a las demandas sociales y económicas impostergables, como las políticas implementadas en medio de un panorama complejo de pandemia, endeudamiento con el FMI, guerra y sequía, obligaron al gobierno de Alberto Fernández a poner a disposición casi exclusivamente el poder ejecutivo de lo urgente. La imagen del meme de Alberto despeinado preguntándose “qué paso ahora” es ilustrativa del mood desborde.  La sensación era la de un gobierno desbordado que gestionaba corriendo permanentemente atrás de la realidad, sin poder nunca anticiparse.  El ritmo de la administración pública estuvo orquestado mayormente por factores externos ineludibles, en combinación con errores propios y la falta de cintura creativa para, en ese marco excepcional, avanzar con decisiones de política económica estructurales más ambiciosas.

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El contrato electoral firmado por los ciudadanos que votaron al Frente de Todos en 2019, exigía, entre otras cosas, recuperar y profundizar lo mejor del proyecto político y social que había sabido enamorar al 54% de la población en los gobiernos de Néstor Kirchner y luego Cristina Fernández, y modificar lo que hiciera falta, lo que al ojo de cualquier argentino promedio no politizado agotaba por dogmático e inflexible. Sin embargo, como consecuencia de múltiples factores, los años de gestión de Alberto Fernández resultaron en una suerte de continuidad insustancial e inestable de la contemporaneidad en crisis económica y social del macrismo, que no permitió pensar, salvo excepciones, más allá de las 24 horas que tiene el día. La experiencia diaria, el vínculo con el tiempo, por ende con las proyecciones humanas se volvieron puro presentismo.

Si hay una etapa de nuestro país que supo jugar con la narrativa de futuro fue la famosa “década ganada”. En dicho período se produjeron una serie de importantes transformaciones políticas y sociales concretas que se enmarcaron en procesos de democratización y cambio social. Mientras desde el Estado también se pusieron en marcha una batería gigantesca de dispositivos culturales con el objetivo de activar procesos sociales complejos que conjugan la disputa por el sentido de las cosas, la disputa por el futuro posible de las cosas. Como explica Victor Vich (2014), el trabajo en cultura es un trabajo enfocado y abocado hacia la construcción de una nueva hegemonía.

El ejemplo más claro de ello es el caso de Tecnópolis, una política cultural clave impulsada en el marco del denominado “Paseo del Bicentenario”, que buscaba celebrar el pasado e instalar en el discurso social la “idea de futuro”. El predio de Villa Martelli se gestó como una política cultural donde la ciencia, la tecnología, el arte y la cultura estuvieran al alcance de todos y todas, para construir y poner en disputa imaginarios sociales, y desde allí abordar la visión del futuro y la revisión de la historia, no con respecto al pasado exclusivamente, sino como la posibilidad de pensar el devenir como “construcción social”. Las preguntas ordenadoras detrás de ello resultaban en disparadores de imágenes e ilusiones: ¿cómo nos imaginamos a nosotros en el futuro? ¿cómo imaginamos lo colectivo? ¿qué somos capaces de hacer? ¿con qué podemos soñar? No casualmente el lema de Tecnópolis en 2015, último año de gestión antes de la llegada de Mauricio Macri a la Casa Rosada, fue “Futuro para siempre”.

Tal vez parte del error de la campaña electoral y la propuesta política actual de Unión por la Patria haya sido limitar o volver la mirada a dichos años maravillosos. En el relato se observa la superposición de capas geológicas de símbolos de diferentes tiempos, desordenadas, viciadas.  Es casi imposible desligar a Cristina Fernández de Kirchner de parte de la responsabilidad, no porque haya sido su voluntad la de acudir exclusivamente a la nostalgia sino porque su imagen es constitutiva de una identidad vinculada al pasado, al recuerdo de un momento de felicidad colectiva, a la latencia de una sensación pasada de futuro que parte de la sociedad, de alguna manera, añora. La hiperpresencia del pasado en la gestión, en los discursos y en las propuestas produce, sin darse cuenta, un giro a decisiones conservadoras que impiden la posibilidad de escuchar e incorporar demandas presentes, observar alrededor para hacer un nuevo diagnóstico y eventualmente cambiar si la realidad efectiva lo exige.

En medio del pedaleo de las bicis de Rappi, las subidas del dólar, la crisis habitacional, el aumento en los precios del pan y la carne y la merma en la calidad de vida por la inseguridad, lo que menos atrae es lo que alguien dice o explica sobre el pasado que parte de la sociedad entienden como responsable. El deseo, el interés, la energía, esta puesta en poder salir de esa rueda de hámster interminable y progresar. La materialidad, lo tangible, es lo que hace que uno se aferre al presente, pero cuando esa materialidad escasea la atención se posa en el futuro, en las expectativas, en lo que los candidatos y proyectos prometen. Ante la desolación del presente lo que moviliza es el horizonte de expectativas.

Imaginar el futuro en medio de la crisis se puede haber vuelto una tarea individual, ya no colectiva. Lo que en el plano societal se traduce en la “vuelta a lo micro”. El clima de época que vivimos se caracteriza por la pérdida general de confianza en la política para recoger el guante de las esperanzas de transformación. Y más si consideramos el debilitamiento de la conciencia histórica y el vertiginoso crecimiento en el uso de redes sociales y plataformas, que constituyen un nuevo lugar para el debate público orientado a los consumos y perfiles individuales. Y ahí es cuando gana Milei, su imagen de outsider, liberal, anti casta, monstruosamente magnética, culpando al Estado y a la corrupción de todos los males, que viene a canalizar políticamente las humillaciones, las injusticias, las desigualdades y “cambiar el futuro del país” . No importa si lo que propone es imposible. Lo transcendental es lo que proyecta en sus votantes, lo que activa en sus sentidos y emociones. No hay nada más político que lograr que alguien se aferre a un sueño imposible para avanzar, y aunque sea menos reflexivo no por eso es menos legítimo.

Solo algunas semanas nos separan de las elecciones generales que van a poner a un nuevo Presidente en la Rosada. Ante un escenario complejo como el que se vislumbra, en caso de ganar un candidato de derecha, no hay espacio para el titubeo. Se debe avanzar y redoblar los esfuerzos. No sirven los diagnósticos conformistas que nos paran frente a un mundo antipolítico o carente de energías utópicas. Recuperar la narrativa de futuro es una obligación que implica ponerse en movimiento, cambiar la piel, abandonar los purismos y lugares de privilegio en la esfera institucional. Siempre siendo fieles, pero no esclavos, de la memoria del pasado, el peronismo tiene la oportunidad de salir a ganarse nuevamente el lugar “auténticamente” político que tuvo en la historia de nuestro país: el del imaginario de un futuro que debe ser mejor; el del ascenso social; el del trabajo; el de recuperar las experiencias de vida; el de ver y escuchar a los de abajo; el del progreso.

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Fabiana Solano

Mi nombre es Fabiana Solano y tengo 34 años. Soy socióloga egresada de la UBA y casi Magister en Comunicación y Cultura (UBA). Digo ‘casi’ porque me falta entregar la bendita/maldita Tesis, situación que trato de estirar con elegancia. Nunca me sentí del todo cómoda con los caminos que me ofrecía el mundo estrictamente académico. Por eso estudié periodismo, y la convergencia de ambas disciplinas me dio algunas herramientas para analizar, transmitir, y explicar la crisis del 2001 en 180 caracteres. Me especializo en culturas y prácticas sociales, desde la perspectiva teórica de los Estudios Culturales. Afortunadamente tengo otras pasiones. Me considero una melómana millennial que aprovecha los beneficios de las múltiples plataformas de streaming pero si tiene que elegir prefiere el ritual del vinilo. Tengo un especial vínculo con el rock británico (siempre Team Beatles, antes de que me pregunten), que se remonta a mis primeros recuerdos sonoros, cuando en mi casa los domingos se escuchaba “Magical Mistery Tour” o “Let It Be”. Además soy arquera del equipo de Futsal Femenino de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), rol que me define mejor y más genuinamente que todo lo que desarrollé hasta acá. Por supuesto que la política ocupa gran parte de mi vida y mis pensamientos. Por eso para mi info de WhatsApp elegí una frase que pedí prestada al gran pensador contemporáneo Álvaro García Linera: “Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino”.