Las elecciones como oportunidad política

21 de agosto, 2021 | 19.00

En una situación social muy dolorosa como la que estamos viviendo -resultado de las políticas macristas, de la pandemia sin antecedentes y de las insuficiencias evidentes para reparar los daños en estos casi dos años- sería necesario que los tiempos electorales fueran usados para discutir las líneas de solución estructural para esta situación.

Se entiende que la coalición opositora de derecha rehúya esa discusión. Según hemos podido ver en estas horas, Macri no acepta el abrumador crecimiento de la deuda externa durante su mandato. Es decir, miente abiertamente con frialdad de psicópata; y su “entrevistador” sigue con la conversación sin alusión alguna a esa flagrante falsedad. A eso se le llama “periodismo” en Argentina. Lo importante de la escena es que revela un aspecto de la disputa electoral actual: cualquier promesa política del macrismo está viciada por el hecho de que su registro de la realidad no incorpora la extraordinaria gravedad de los resultados de sus políticas.

El Frente de Todos intenta hablar de un rumbo de reparación social, signado por las expectativas de la “pospandemia”, del regreso a “la vida que queremos”, expresión que debería precisarse más allá de la vacunación y la vuelta al consumo colectivo de asado. Que debería asociarse a una agenda de redistribución de los recursos, de fortalecimiento del rol reparador y transformador del Estado, de la identificación de áreas decisivas que deben dejar de ser decididas por quienes tienen en sus manos los resortes decisivos de la riqueza y el poder y pasar a ser objeto de políticas públicas reguladoras.

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       En estos días, el gobierno ha incorporado una retórica más dispuesta a la confrontación con el tono cada vez más desestabilizador adoptado por el establishment. A eso ha contribuido la intensidad rabiosa que adquirió la campaña de deslegitimación del gobierno lanzada después de la foto del desdichado cumpleaños en la quinta presidencial. Está claro que cada vez más el tono de esta campaña y de todas las de su especia lo establecen los medios de comunicación oligopólicos. Que “Juntos” es el instrumento electoral, pero el verdadero partido político orgánico del neocolonialismo local son los grandes conglomerados económicos, en cuyo interior sobresalen en la construcción de la agenda los principales medios de comunicación. Argentina tiene una Constitución, pero su cumplimiento se subordina a una “constitución” de facto: si no, no puede explicarse como el grupo Clarín decide por sí y ante sí no cumplir con el reconocimiento de la comunicación como servicio público esencial. Se trata ni más ni menos que de disputas por el poder. Y hasta ahora son muchas las zonas decisivas de esa puja que el actual gobierno constitucional no controla. Acaso la principal de ella sea la de la fijación de los precios por parte de conocidas firmas con capacidad monopólica para hacerlo

       Desde el punto de vista que aquí se sugiere, la campaña electoral es un territorio de la disputa de poder. Y es un territorio decisivo, porque el poder no se decide por la mera fuerza de facto: se decide en la conciencia colectiva de una comunidad. Está claro que estamos viviendo la escena propia de la decisión tomada por Cristina en 2019, de la caracterización que se hizo entonces de la etapa que estaban viviendo la región y el mundo y de la necesidad de adaptar las decisiones internas a esa realidad. Eso constituyó la busca de un nuevo punto de partida político, sostenido en un grado mayor de amplitud y pluralidad en la construcción de una herramienta política transformadora. Estamos en el interior de ese tiempo y de esa estrategia, del intento de ampliar las bases de sustentación para lo que CFK llamó “un nuevo contrato social de responsabilidad ciudadana”, es decir la fundación de un nuevo pacto de convivencia entre los argentinos y argentinas.

       Ahora bien, es necesario que el tiempo transcurrido y la experiencia desarrollada permita pensar en qué etapa estamos de ese recorrido. El punto de partida no puede ignorar la evidencia de un cambio del rumbo y del sentido de la política que ha impulsado el gobierno de Alberto Fernández. Desde la propia lucha por reducir los daños, de por sí muy graves, que provoca la pandemia, el desempeño de la salud pública a partir de la recuperación del ministerio del área, los ímprobos esfuerzos por el cuidado individual y colectivo, las ayudas económicas a los sectores más vulnerables hasta los innegables progresos de la vacunación a los que estamos asistiendo son la expresión clara de ese cambio de rumbo. Ahora bien, son esos cambios -con sus logros y sus debilidades- los que ayudan a identificar los límites actuales de una política que combine la reparación con la transformación estructural. Han permitido identificar un núcleo duro de defensa del privilegio y la injusticia, segmentos de la vida social argentina que resisten cualquier propuesta reparadora y redistributiva. Acaso la etapa en la que estamos entrando consista principalmente en la reducción del poder de veto político que ostentan esos sectores. Cualquier invocación de la necesidad de reformas (de la propiedad, de los privilegios, de los servicios públicos, de los tribunales, de los impuestos) merece desde ese núcleo del privilegio el mote de chavista, comunista o castrista. La única conducta que merezca el calificativo de democrática, civilizada u “occidental” será la que defienda ese estado de cosas o, más aún, se empeñe -como marcadamente lo hizo el gobierno de Macri- en profundizarlo.

       De esa extorsión, de ese poder de veto extralegal y extraconstitucional  hay que salir. Será con más gradualidad o con más ímpetu, pero hay que salir. Y la elección legislativa es una oportunidad muy importante para marcar ese rumbo. Porque se elige a quienes tienen que definir posiciones en el Congreso. Nada más democrático y transparente, entonces, que plantear grandes temas y definiciones muy claras para que, entre la voluntad popular expresada en el voto y las decisiones que toman los cuerpos legislativos funcione el vínculo que nuestra constitución y nuestras leyes persiguen.

       La prudencia política es una gran virtud. Pero entre la prudencia y el temor suele haber una distancia muy corta. Esa distancia la establece la voluntad política con sus líderes al frente. Y la juzga el pueblo.