Clásico drama de la intriga política nacional, todo ministro de Economía que cobra protagonismo en exceso cree estar predestinado a ocupar la presidencia del país. Les pasó a Domingo Cavallo y a Roberto Lavagna, y en menor medida a Martín Lousteau, que apenas llegó a diputado. Antes, incluso, a Alvaro Alsogaray. Nadie sabe qué hará Martín Guzmán de ahora en más, aunque el CEO de Editorial Perfil, Jorge Fontevecchia, que cenó con Guzmán hace diez días, escribió que el ahora ex ministro “tiene vocación política y con solo 39 años quiere seguir actuando en la esfera pública”.
Su renuncia fue rara. Por lo ruidosa, y porque fue acompañada de una escaramuza evitable que dañó a quien más confianza había depositado en él durante todo este tiempo turbulento, el presidente Alberto Fernández. Nadie puede creer que haya actuado bajo presión, o impulsivamente. No Guzmán, el ministro del control zen y hablar casi inaudible. Más bien pareció premeditado. Como si quisiera avisar que está listo para el casting corporativo que organiza la Asociación Empresaria Argentina (AEA). Calculando el daño a provocar, eso seguro.
Haciendo blanco, como antes Martín Kulfas, en CFK, la vicepresidenta de su propio gobierno. El primero, el ex ministro de Desarrollo Productivo, que a través de un off the record pretendió involucrarla en un caso de corrupción con el Techint de Paolo Rocca, nada menos, que luego desmintió en sede judicial; y el segundo, Guzmán, con su inoportuno adiós por Twitter que, dicen, sorprendió hasta al propio presidente, mientras ella desplegaba su magia en el acto homenaje a Perón en Ensenada.
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Sabrá Guzmán si lo suyo es la cancha pedregosa de la política, las alcanforadas aulas de la Universidad de Columbia o unas vacaciones a todo trapo en Bahamas. En lo inmediato, su legado es un acuerdo de difícil –por no decir imposible- cumplimiento con el FMI. Y su salida, una involuntaria contribución a la unidad del Frente de Todos, tensionada coalición por proyectos disonantes a su interior que conviven, a esta altura, milagrosamente.
Alianza de kirchneristas y antikirchneristas unidos en la vocación de impedir la reelección de Mauricio Macri, objetivo alcanzado hace ya dos años y medio, y que tiene ahora una chance más de reagruparse en torno a una bandera que no sea la del fiscalismo sacro de Guzmán, con su estilo de paciente labrador de planillas Excel que reflejan éxitos en la macro-economía mientras el edificio de la política nacional y popular se desmoronaba, piso a piso.
Con el obstáculo auto-removido, los Fernández ganan una vida más. Capaces de urdir una confluencia inesperada después de una década de ataques mutuos, algunos muy hirientes, pretender que el enojo de estos meses largos sea algo superable no es ninguna locura. El peronismo necesita que este gobierno funcione y sus votantes también.
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Para eso, los integrantes del gabinete deben suspender los offs en lo que queda de mandato albertista, y toda la energía usada hasta ahora para erosionar la figura de CFK debe ser puesta en la gestión. La crisis política se soluciona con resultados que la gente perciba como reparadores de la bonanza perdida. Silvina Batakis podría llamarse Bill Gates o Elon Musk, pero si no consigue bajar los precios o estabilizar en un plazo perentorio la inflación, los apologistas de hoy se volverán críticos fatales.
Argentina tiene lo que el mundo va a demandar durante los próximos años: alimentos y energía en cantidad abundante. Atraviesa, es verdad, un trance problemático. Nula experiencia en coaliciones de gobierno, abuso de la deslealtad, ventajismo miserable, algunos dirigentes con escasa autonomía de las corpos antinacionales y las consecuencias a la vista de las dos pandemias, que han sido y siguen siendo horribles, como la pobreza extendida y el trauma social de los decesos colectivos, cosas que no ayudan a ver, ni a aprovechar las oportunidades que se ven en el corto y mediano plazo para el país.
Es tarea de la política ordenar nuevamente sus prioridades. La del Frente de Todos, relanzar con el concurso de San Expedito el gobierno representando las aspiraciones de sus votantes del 2019. Batakis no va a poder sola.
Pensar en cualquier otra cosa, como diría Gieco, es pensar en nada.