Allá por 1994, Bill Clinton recibía con su sonrisa brillante a Carlos Menem, el alumno más aplicado de los dictados del Consenso de Washington, para la primera cumbre de las Américas nada menos que en la anticastrista Miami, con la propuesta de generar una zona de libre comercio desde Alaska a Ushuaia en 2005. El muro había caído, se había proclamado el fin de la historia y Estados Unidos se predisponía a convertir al "patio trasero" en un escaparate donde colocar sus productos. La pretensión se fue descascarando y el ALCA se terminó de hundir en Mar del Plata. Desde entonces, Estados Unidos se quedó sin una agenda concreta para América Latina mientras que China se convirtió en el principal socio comercial de varios países de la región y aporta financiamiento para obras de infraestructura. Esa pérdida de influencia de la Casa Blanca quedó en evidencia más que nunca en la organización de la próxima Cumbre de las Américas de Los Ángeles, para la que Joe Biden se vio obligado a mandar un delegado a visitar presidentes para evitar un papelón. No consiguió gran cosa y el presidente argentino Alberto Fernández todavía no resolvió si concurrirá, igual que otros.
Los presidentes republicanos mantienen una política intervencionista en América Latina y luego llegan los demócratas envueltos en una nube de esperanza que rápidamente se desvanece. Su mirada está en China, Rusia, Medio Oriente, Irán. América Latina no entra en su órbita de intereses, salvo para levantar un muro para cerrar su frontera sur. Lo marcaban los especialistas, como vicepresidente de Barack Obama, Biden había tenido un rol activo en la relación con Latinoamérica, pero llegó a la Casa Blanca luego de una campaña en la que no planteó ninguna propuesta para la región. Ya en el puesto mostró la misma poca dedicación, salvo para marcar su preocupación por la cada vez mayor incidencia china. "Hablás con ellos y se quejan todo el tiempo por China, pero no presentan ninguna iniciativa a cambio", comentaba un diplomático que trabaja en el vínculo bilateral. El "no lugar", como definió el especialista en relaciones internacionales Juan Gabriel Tokatlian el sitio que ocupa América Latina en la agenda exterior estadounidense.
Se lo planteó el presidente Alberto Fernández al ex senador Christopher Dodd, el enviado de Biden, en el encuentro que mantuvieron en la Casa Rosada. Le dijo que la política de Donald Trump para la región fue "muy difícil", pero que no se notaban grandes cambios a partir de la llegada de la gestión demócrata. El presidente argentino puso de nuevo en agenda el añejo reclamo por los bloqueos económicos a Cuba y a Venezuela, que no se levantaron ni aún durante la pandemia. Pero recordó también el bochornoso papel jugado por la OEA de Luis Almagro en el golpe a Evo Morales en Bolivia y la decisión de Trump de romper con una tradición diplomática al poner a un estadounidense a cargo del BID. Nada fue enmendado.
En lo peor de la pandemia, Cuba se puso a fabricar su propia vacuna. Argentina pudo acceder a las dosis rusas y chinas, también con parte de producción local. Pero muchos países se quedaron esperando. Recién cuando entendió que tenía por demás cubiertas sus necesidades, la Casa Blanca habilitó las donaciones para el continente. Hasta los senadores republicanos le marcaron la falta a Biden. “Sin el compromiso y el liderazgo de Estados Unidos, nuestros competidores continuarán los esfuerzos de aprovechar sus vacunas menos efectivas para coaccionar a los países de América Latina y el Caribe en apoyo de una agenda diplomática hostil hacia la nuestra”, le advirtieron en una carta.
"La América desintegrada", calificó Fernández este fin de semana en diálogo con El Cohete a la Luna. "Lo vimos durante la pandemia: cada uno hizo lo que pudo y las consecuencias son muy malas. Debimos estar integrados para enfrentar la pandemia y la compra de vacunas", agregó.
Biden imaginó la organización de la Cumbre con la cabeza puesta más en la elección legislativa que afrontará en cuatro meses que en la realidad de la región. Sabía que al elector latino de Florida y otros estados clave le resultaría indigesto ver a los presidentes de Cuba, Venezuela o Nicaragua caminando por las calles californianas y los excluyó, sin tener la menor previsión acerca de cuál podía ser la reacción del resto. Interpretó vigente la vieja hegemonía del siglo XX, resquebrajada en las últimas dos décadas por la pérdida de influencia económica y política, con una América Latina de liderazgos diversos pero para la que Estados Unidos dejó de ser el faro. Desde el trumpismo, ni siquiera puede ser tomado como un ejemplo democrático a copiar.
El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador fue quien primero le salió a marcar la cancha, adelantando que no participaría del encuentro si había países proscriptos. Como presidente pro témpore de la Celac, Alberto Fernández adhirió al reclamo y sumó cuestiones pendientes, como la de pedir que se añadan a la agenda de debate los temas que preocupan a los países de la región y no sólo al Departamento de Estado.
Cerca del presidente argentino analizaban la disyuntiva como una posibilidad para Fernández de posicionarse como referente regional, dada la poca inclinación de AMLO a viajar y a la política internacional. El surgimiento de liderazgos progresistas en Chile con Gabriel Boric y ahora en Colombia con Gustavo Petro -dos países históricamente alineados con Washington- más la muy factible vuelta de Lula a la presidencia de Brasil terminarían por configurar una nueva realidad latinoamericana en la que Fernández podría jugar un papel relevante. Así se lo hacen ver las invitaciones que recibió para participar en las próximas semanas de las cumbres de los BRICS, que reúne a las potencias emergentes, y, principalmente, del G7, que agrupa a los países más desarrollados.
Fernández y AMLO coordinaron una pequeño desafío a Biden al hablar de un encuentro paralelo de la Celac en el propio Los Angeles al que invitarían a todos los países miembros, incluidos los representantes de Cuba, Venezuela y Nicaragua. "El encuentro está en veremos, fue una idea más para presionar que para concretar", explicaban cerca de Fernández. Por ahora, el presidente mexicano ratificó que no viajará con el argumento que, por impedimento constitucional, no puede hablar en otros país de sus asuntos internos. El argentino, entonces, esperará a ver qué termina resolviendo Estados Unidos respecto a las invitaciones: los presidentes de Cuba y Nicaragua, de todas formas, adelantaron que ahora no irán aunque los convoquen.
En un contexto interno donde suma reclamos desde el propio oficialismo, la política exterior puede convertirse para Fernández en un ítem que le sirva para sumar capital político, como definía un dirigente del Frente de Todos que trabaja en cuestiones latinoamericanas. "El plan de Alberto es aguantar estos meses, que tienen que venir con una baja de inflación y números económicos más estables. Después gana Lula, que ya le prometió venir enseguida a visitarlo, arranca el Mundial y cambia el ánimo que hay ahora", analizaba. Muchas variables que deberían confluir.