El atentado que terminó de disciplinar a la política

14 de agosto, 2024 | 20.32

El intento de asesinato de Cristina Kirchner fue la consecuencia de la persistente campaña de deshumanización que se le aplicó de modo brutal. Ridiculizada y cosificada, a la ex presidenta y vice se la acusó de las peores cosas posibles: desde robarse un PBI a mandar a matar a un fiscal.

Obvio que en sus gobiernos, como en todos, hubo errores, agachadas, abusos de poder y episodios de corrupción ¿En cuál no? Pero la implacable persecución a Cristina no se motivó por un impostado afán de justicia: persiguió la supresión de un proyecto político que, con desatinos y aciertos, mejoró la calidad de vida de millones de argentinos, empoderó a minorías postergadas e igualó posibilidades.

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A Cristina se la persigue por sus virtudes, no por sus defectos. Y esa persecución disciplinó al sistema político en general, que parece resignado a ser mero administrador de intereses del poder real.

La renuncia de la política a ejercer como herramienta de transformación alimentó el monstruo de la anti política que parió a Javier Milei. La sombra que se cierne sobre la Argentina tiene antecedentes en distintos lugares del planeta, donde la insatisfacción democrática fue alentada por los dueños transnacionales del poder y del dinero, promotores de la meritocracia como mecanismo de movilidad social.

En “Derecha e Izquierda”, el politólogo italiano Norberto Bobbio explica que la diferencia entre ambas ideologías seguirá vigente por meridiana: las derechas creen que el progreso surge del mérito individual; las izquierdas creen que el desarrollo es una construcción colectiva.

La campaña “anti progre” de Milei es la “batalla cultural” que la derecha global se propone contra las construcciones colectivas. De ahí surge la batalla contra el feminismo, una construcción que, con la potencia de lo colectivo, pasó de revulsiva a revolucionaria. Impuso cambios y, por lo tanto, alteró el status quo que custodia la derecha.

El método para evitar la construcción colectiva es la fragmentación. La creación de segmentos sociales que se odien los unos a los otros.
 
En su libro Los ingenieros del caos, Giuliano da Empoli cuenta la historia de cómo los expertos en marketing web canalizan la ira de las redes sociales hacia las urnas. Según el autor italiano, cuando los medios convencionales favorecen la racionalidad, la moderación y los hechos, los medios sociales promueven la emoción, la subjetividad y la narrativa, sin necesidad de apego a la verdad.

En el fango de las redes sociales, la derecha popular satisface la demanda política mientras acumulan datos sobre los votantes. Eso les permite dirigirse a microgrupos con mensajes que nadie más ve. Las campañas electorales se convierten así en ‘guerras entre software’, escribió Da Empoli.

Vivimos en una era de política cuántica, en la que cada cosa debe definirse en función de otra, y en la que cada observador y actor político determina su propia realidad, describió Da Empoli en su texto de 2019. Hace un lustro, y mirando el creciente fenómeno de la ultraderecha en Europa, el autor detectó que el imperio de la tecno política transformó los defectos de los líderes en cualidades, y su incompetencia en una prueba de autenticidad.

El parecido con el “fenómeno Milei” no es casualidad. La novedad, en tal caso, es que la combinación de odio, engaños y artificios alcanza para encubrir la ejecución de un plan de hambre y saqueo. Ayuda, por cierto, la defección de una oposición temerosa, negadora y desorientada. La imagen de un grupo de peronistas acompañando a la ex presidenta en las escalinatas de Comodoro Py da cuenta de que hay algunos dirigentes dispuestos a tomar la posta. 

Quizá sea el modo de empezar a andar el camino contracorriente que los lleve de vuelta a las bases agredidas, angustiadas y defraudadas.

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Adrián Murano

Nació en el barrio porteño de Villa Urquiza, en 1973. Egresado de la escuela de periodismo Taller Escuela Agencia (TEA), lleva 30 años desarrollando el oficio de periodista en radio, gráfica y tevé.
En radio trabajó en las radios América, La Red, Del Plata y Somos Radio, entre otras emisoras, donde cumplió tareas como productor, columnista y animador. En la actualidad conduce Verdades Afiladas, en el mediodía de El Destape Sin Fin, de Buenos Aires.

En televisión fue columnista político en las señales de noticias A24 y CN23, participó de ciclos periodísticos en la Televisión Pública, y condujo el programa de entrevistas Tenemos Que Hablar (#TQH).
Escribió sobre actualidad política y económica en Noticias, Veintitrés, Poder y Perfil, entre otros, donde cumplió tareas como cronista, redactor y editor.

En la última década ejerció la secretaría de Redacción en el diario cooperativo Tiempo Argentino. En la actualidad escribe y edita en El Destape.

Publicó los libros de investigación periodística Banqueros, los dueños del poder (Editorial Norma) y El Agitador, Alfredo de Angeli y la historia secreta de la rebelión chacarera (Editorial Planeta).