A un año del triunfo en las urnas del Frente de Todos y con el país atravesando una coyuntura sumamente delicada, Cristina Fernández de Kirchner ratificó la estrategia que llevó a Alberto Fernández a la Casa Rosada, en un mensaje con destinatarios en los dos lados de la grieta. La carta publicada ayer, en vísperas del décimo aniversario de la muerte de Néstor Kirchner, es explícita en la convocatoria a un diálogo amplio entre todos los sectores “políticos, económicos, mediáticos y sociales” del país; en cuál debe ser la agenda de ese debate y en quién tiene la última palabra para tomar decisiones en función de las conclusiones que se alcancen. La profusión de interpretaciones divergentes sobre un texto breve y de sencilla comprensión sólo puede atribuirse a la mala fe o a la costumbre que tienen algunos de adaptar los hechos al prejuicio ideologizado o, en algunos casos, a las dos cosas al mismo tiempo.
Como si conociera las limitaciones de algunos de sus hermeneutas más entusiastas, la vicepresidenta se encargó de resaltar las partes importantes de la carta, enumerándolas para mayor claridad. Primera certeza: el debate que debe darse la clase dirigente en la Argentina es de fondo, no de formas. Segunda certeza: las decisiones las toma el Presidente. Tercera certeza: el problema más grave del país, y por tanto es allí adonde deben dirigirse de manera prioritaria los esfuerzos de ese diálogo, es económico. No fue suficiente. Las miradas se desviaron a una cuestión secundaria, el comentario sobre la ineficacia de algunos funcionarios del gobierno, diagnóstico que CFK comparte con los empresarios del Círculo Rojo, buena parte del periodismo, dirigentes de primera línea del Frente de Todos e incluso miembros del gabinete, que, por supuesto, consideran que el sayo no les cabe.
En el documento puede percibirse una sensación de urgencia, que aparece emparejada a otra urgencia, la que derivó en la conformación del Frente de Todos. Fernández de Kirchner detecta que la situación económica y social en el país está al límite, que no soportaría otro cimbronazo cambiario o inflacionario (análisis que, por otro lado, comparte con el Presidente). Un fracaso del gobierno en esta instancia tendría el mismo efecto que haber perdido las elecciones, o peor: clausurar “la posibilidad de un modelo de desarrollo argentino con inclusión social y razonable autonomía”. Por eso este llamado al diálogo es la continuidad lógica de la apuesta que hizo un año y medio antes. CFK parece decir: si acepté compartir espacio con “quienes no sólo criticaron duramente nuestros años de gestión sino que hasta prometieron cárcel a los kirchneristas en actos públicos o escribieron y publicaron libros en mi contra”, cómo voy a oponerme a que se discuta con todos la salida de la crisis.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Pero a diferencia de la letanía que endiosa el consenso como un fin en sí mismo, ella deja bien en claro que la discusión, para ser productiva, no debe distraerse en cuestiones de forma o periféricas, sino que tiene que ir al fondo del problema, que en el caso de la Argentina es la restricción externa causada por tener lo que llama “una economía bimonetaria”, que hace que nunca alcancen los dólares para impulsar el desarrollo del país de manera sostenida. Por último, establece quién debe tener la última palabra para tomar decisiones en función de lo que surja del diálogo: el Presidente. De esa manera, no solamente refuerza la autoridad de Alberto Fernández ante los cuestionamientos de algunos sectores sino que transmite un segundo mensaje: sentarse a discutir el rumbo no significa ceder poder a los otros invitados a la mesa si al final del debate el que toma las decisiones sigue siendo el que fue electo para ese trabajo.
No se trata de cerrar la grieta sino de correrla hasta un lugar en el que represente de manera más cabal cómo se dividen los costos y los beneficios en un país. Hay un abismo que separa a la enorme mayoría de la sociedad de aquellos que se benefician con cada crisis, con cada golpe, con cada devaluación. El problema es que esos pocos lograron convencer a otros bastantes de que sus intereses son coincidentes con los de la mayoría, un postulado que no resiste el menor análisis. Eso llevó a una década de empate técnico que permitió que el bloque antipopular primero, como oposición, ahogara el crecimiento de la economía y luego, como oficialismo, dinamitara el producto bruto y arrastrase al país a una recesión. Es necesario desarmar ese nudo, trabajar para establecer relaciones de fuerza que permitan sentar un modelo de desarrollo sustentable en el largo plazo. Para eso, hace falta desensillar, hablar, demostrar y persuadir. Y una oposición que no corra el arco.
CFK ofreció desescalar el nivel de conflicto, dando su garantía a la mano que Alberto Fernández tendió desde el 10 de diciembre. La respuesta opositora deja algunas puntas para tirar del carretel. En un primer momento salieron los voceros de siempre a minimizar el gesto y cuestionar por default a la vicepresidenta. Patricia Bullrich y Alfredo Cornejo, titulares del PRO y la UCR, dijeron que el llamado al diálogo parecía forzado y se quejaron de que la carta responsabilizaba por los problemas económicos al gobierno de Macri. Sin embargo, el comunicado oficial de Juntos por el Cambio, difundido un rato más tarde, acepta el convite a sentarse a hablar y llama a pensar “antes en la sociedad y el bien común de todos los argentinos que en el oportunismo y la especulación política y personal”. No queda claro si esa última aclaración fue destinada a esta expresidenta o está pensada para los ojos color de cielo de alguien más.