Las celebraciones por el Mundial de fútbol, que quedarán en la historia tanto como la extraordinaria final disputada por el seleccionado argentino, abrieron una ventana que permitió ver, durante algunos días, el humor social de millones sin la mediación de los intérpretes habituales de la opinión pública. Un fenómeno singular que sin dudas impactará en el futuro del país de formas que aún no podemos percibir. No se sale igual de una experiencia colectiva como la que vivimos el martes. Para bien o para mal.
El peronismo necesita sintonizar con ese sentimiento popular si quiere evitar la trampa que propone la derecha, a través de los desafíos institucionales y de su maquinaria de narrativa mediática. Ese camino conduce a una colisión desigual entre un gobierno debilitado por circunstancias externas y rencillas internas y una Corte que opera con mayoría automática y actúa como abogado de parte de la oposición, en una cruzada declarada contra el gobierno elegido constitucionalmente por el pueblo argentino.
En este escenario ya no solamente estamos ante una restricción a la democracia sino que queda en peligro la república, porque un poder del Estado, fuera de todo control, asume atribuciones de los otros y actúa de forma parcial e incluso contradictoria para beneficiar a una facción, al mismo tiempo que hace la vista gorda sobre las evidentes irregularidades y delitos que comete en el proceso. El Poder Judicial es un réferi bombero que no muestra temor a cargarse la institucionalidad del país para cumplir los designios de sus patrones.
Si no hay democracia y no hay república; es decir, si un tercio del país tiene restringidos sus derechos políticos, si no existe la igualdad ante la ley ni el contrapeso entre los poderes del Estado; si se le pone un cepo al parlamento y sus decisiones pueden ser livianamente tuteladas por cualquier tribunal del país; lo que hay es un intento de anular totalmente la política. Aparece, en su reemplazo, una gestión de lo público ya no de acuerdo a un pacto social sino al arbitrio de la nueva mayoría automática y sus mandantes.
Después de todo, las instituciones existen para cuidar a cada una de las partes que suscribe el pacto social de la voracidad del más fuerte. Pero, ¿quién manda ahora en la Argentina? ¿Quién está a salvo de su voracidad? ¿Quién puede esperar justicia de este Poder Judicial, el de la persecución ideológica, los cuadernos truchados, la complicidad con el espionaje, la impunidad de los funcionarios macristas y el golpe institucional en curso? Es un modelo político insostenible sin aplicar cantidades trágicas de violencia.
El propio beneficiario del fallo por la coparticipación, el intendente Horacio Rodríguez Larreta, parece quedar en un lugar incómodo, a juzgar por la reacción que tuvo después del fallo y de la soledad que exhibió en su mensaje desde Parque Patricios. Al fin y al cabo, el precandidato amarillo va a tener que salir a buscar el voto de los habitantes de las provincias contra las que está litigando. Muchos de ellos, la mayor parte, en condiciones mucho más precarias que los vecinos porteños.
Por el contrario, después del fallo de la Corte, el gobierno nacional, que transita un momento de estrechez política y ha demostrado grandes dificultades para construir consensos, consiguió rápidamente el apoyo de 18 gobernadores (y del vicegobernador de Jujuy) para ir a una batalla cruenta contra un adversario poderosísimo, que la enorme mayoría de ellos, empezando por el propio Alberto Fernández, preferiría evitar. No es poco, entre otras cosas, porque parece un paso irreversible.
Los principales referentes de la oposición se encargaron de advertir rápidamente su objetivo. Las denuncias penales por desacato contra los funcionarios que no acepten la transferencia de fondos buscan que la sombra de Comodoro Py alcance a todo el oficialismo. El presidente, el jefe de Gabinete, Juan Manzur, el ministro de Interior, Wado De Pedro, y el ministro de Economía, Sergio Massa, entre otros, serán etiquetados ante la opinión pública como blanco válido. Van a tratar de meterlos presos, como a CFK.
En la Casa Rosada, durante las últimas horas de la semana, hablaban de la posibilidad de que un sector de la oposición apostara nuevamente a acelerar los tiempos para evitar sorpresas durante el año electoral. Leen, detrás de los fallos de la Corte Suprema y el cepo legislativo, una jugada de desestabilización. La meta, de máxima, sería que Fernandez no llegue a diciembre. Como mínimo, evitar que la economía se estabilice en los últimos meses de esta gestión, para lesionar sus chances electorales.
El gobierno estudia, en comunicación constante con las provincias, los caminos a seguir a partir del lunes para saldar este conflicto desparejo. El recurso interpuesto sirvió para ganar algunas horas, aunque no creen que pueda prosperar, ya que depende de los mismos ministros de la Corte, jueces y parte a esta altura de la contienda. Antes que el desacato liso y llano, buscaban la forma legal de demostrar la imposibilidad del cumplimiento de la cautelar dispuesta por el Tribunal.
Entre las alternativas en estudio se destacaba la opción de pedir al Congreso que discuta una reforma de la ley de presupuesto, alegando que el Poder Ejecutivo no tiene la potestad para redireccionar las partidas aprobadas por el Legislativo. La salida tiene una lectura jurídica y otra política. Por un lado, puede alegar que se avanza en cumplimiento del fallo, y al mismo tiempo obligará a los diputados y senadores de la oposición a defender partidas para la ciudad de Buenos Aires en detrimento de sus propios distritos.
Están acostumbrados a abrazar posturas antipopulares, como oponerse a un feriado para celebrar la obtención de la Copa del Mundo. Los festejos, que se extendieron durante toda la semana y llegaron a cada rincón del país, con epicentro el martes en Buenos Aires, no solamente dejaron en ridículo a esos ortibas sustentados en recursos fiscales sino que sirvieron como refutación de la tesis de la grieta insalvable y omnipresente que separa a dos sociedades intrínsecamente diferentes e incompatibles en una idea de país en común.
Esa exacerbación de la grieta, que intenta sacar las diferencias del ámbito de lo político para hacerlas existenciales, esa deshumanización, en el fondo, del otro, es una pieza clave en la construcción social que permite, luego, naturalizar que existan dos varas distintas en el país: hay marchas que pueden ser reprimidas y otras no, hay dirigentes que pueden ser proscriptos sin escándalo, hay una vicepresidenta a la que se le puede disparar en la cabeza y la investigación será una burla impúdica sin que nadie pague un costo por ello.
Para tener éxito en sus planes, la derecha necesita que creamos que la grieta es algo inamovible, algo indiscutible, algo dado, algo que no podría ser de otra manera. Y lo que se vio entre el domingo y el martes en la Argentina fueron millones de personas, prácticamente todo el país, celebrando en las calles y en las plazas de cada pueblo, bailando y saltando y abrazándose con el de al lado sin preguntarse si ese extraño era de derecha o de izquierda, gorila o peronista, o a quién votó o a quién piensa votar, o si lee Clarín o lee El Destape.
En algún punto, los festejos por el título removieron en la memoria las imágenes de la fiesta por el Bicentenario, en 2010. Cuando tanta gente, sin sesgo político, se vuelca a las calles al mismo tiempo, lo que sucede es que se abre una ventana para percibir el humor social sin la mediación de quienes suelen medirlo y narrarlo, filtrando sus propias expectativas, ideologías y operaciones. Mirar directamente al sol sin quedar ciegos. Una oportunidad única para cada generación, que no se puede dejar pasar.
Y ese humor social, obviamente influido por la victoria inmensa en el ámbito deportivo, pero construido sobre una realidad preexistente y compleja, fue el que permitió culminar sin lamentar más que incidentes anecdóticos la movilización deportiva más importante de la que se tenga registro en la historia de la humanidad. Una señal de que esa grieta de la que todos hablan no deja de ser una grieta política, aunque unos pocos gasten millones en proyectar sobre la sociedad sus propios odios y temores.
Lo que debe aprenderse, entonces, es que en el pueblo, en la inmensa mayoría del país, no existe ese deseo de mal que le atribuye la narrativa dominante. Que los votantes de Macri, de Milei, de Larreta, de Bullrich, no se despiertan pensando en cómo acabar con el peronismo, ni viceversa. No tienen la agenda de los dirigentes. Cuando conocen a un vecino nuevo se preguntan si tiene chicos o mascotas, si va a hacer quilombo de noche o tener problemas de convivencia; no piensan si es peronista o es del PRO.
No se ve a ningún dirigente con aspiraciones presidenciales intentando sintonizar ese humor social. El dirigente o la dirigente o la fuerza política que pueda interpretar este clima, este mensaje, y empezar a deshacer la grieta, no en un sentido de ancha avenida del medio ni en un sentido de moderación ni de hacerse los boludos con la proscripción, la persecución y el intento de asesinato, sino en el sentido de que puede existir un proyecto de país para todos, que incluya a todos, tendrá una ventaja en las elecciones de 2023.
Hoy toda la política, oficialismo y oposición, está a años luz de lo que vimos en la calle. Es una distancia inmensa que alguien debe saldar, y por razones obvias, históricas, políticas y de sensibilidad, quien está mejor preparado para hacerlo es el peronismo. Que necesita, a su vez, una vía para escapar de la trampa que propone la oposición: llevarlo a una confrontación directa, una colisión de frente entre un fitito y un Scania, un ojo por ojo con tipos que, literalmente, están dispuestos a gatillar en la cabeza de CFK.
Se necesita inteligencia y sensibilidad popular para encontrar una manera de esquivar el lazo que tejió alrededor del cuello de la democracia la mafia que quiere tomar el Estado por asalto. Si el peronismo no logra escapar de la trampa, si no encuentra una salida, si juega al juego que la oposición puso sobre la mesa, con la cancha inclinada, el árbitro en contra y reglas que se reescriben a cada momento de acuerdo a la necesidad de los dueños de la pelota, entonces, indefectiblemente, saldrá perdiendo.