Aunque es por todos conocido, comencemos recordando que en poco más de medio siglo la configuración de la hegemonía mundial cambió por lo menos tres veces. Terminada la Segunda Guerra Mundial, lo que predominó fue un mundo bipolar y la disputa entre dos modelos antagónicos como protagonistas centrales: la Unión Soviética y los EEUU. Pero al comenzar los Noventa, con el derrumbe del mundo soviético y la caída del Muro de Berlín, el mundo viró hacia un modelo unipolar que convencía a casi todos que el Consenso de Washington marcaría el Fin de la Historia: parecía que el capitalismo triunfante sería para siempre el único modelo de acumulación posible.
Sin embargo, esa noción duró muy poco. En los últimos años, con la irrupción de nuevas potencias como la República Popular de China o India y la consolidación de otras, como la Federación Rusa o la Unión Europea, ese modelo comienza a discutirse y ponerse en tensión. Así, hoy nos encontramos en un mundo donde el reparto de poder y la toma de decisiones geopolíticas se tornan multipolares.
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Para países como el nuestro esto resulta beneficioso. Pensemos como contraste ¿qué hubiese pasado si la pandemia del Covid-19 irrumpía en la década de los 90´? Teniendo en cuenta la situación geopolítica de ese tiempo, donde el único país que contaba con el desarrollo científico y tecnológico para desarrollar vacunas era EEUU, el resto de los países habría debido negociar soluciones en términos mucho más desventajosos.
El escenario actual de multipolaridad y multilateralidad nos da la posibilidad a países emergentes como el nuestro de negociar y acordar con distintos países productores las vacunas que necesitamos en los términos que nos sean más accesibles. Si Argentina hubiese dependido exclusivamente de EEUU o un país en particular para la adquisición de nuevas dosis, claramente la situación sería más dramática aún de lo que es.
Sin embargo, la lógica del mercado de vacunas no escapa a la lógica de la industria farmacéutica, ni las del mercado en general. Muchos de los laboratorios productores de vacunas están conformados mayoritariamente por Fondos Comunes de Inversión, lo que hizo imposible no mercantilizar lo que todo el planeta demandaba.
Para colmo, la intervención de los Estados no estableció un principio de racionalidad frente a esto, sino que provocó un agravante, ya que muchos países han decidido no permitir la exportación de sus vacunas hasta no tener garantizado el abastecimiento interno. Ni con plata fue posible conseguir que los contratos de adquisición se cumplan según la tan declamada ideología del mercado.
En este contexto de pandemia y disputa multilateral por la hegemonía, la Federación Rusa y la República Popular de China, han dado un paso hacia adelante en la búsqueda de sus respectivos posicionamientos, principalmente con los Estados que estos países consideran aliados estratégicos.
En contrapartida, EEUU ha tomado la estrategia inversa impidiendo a sus laboratorios la exportación, no solo de vacunas, sino también de insumos necesarios para producirlas. Pfizer BioNTech, Johnson & Johnson o Moderna han debido así incumplir la mayoría de sus contratos o solo pudieron proveer a otros países de escasas dosis desde las plantas productoras que poseen fuera de EEUU. Asimismo, en una descarnada demostración de lo que significa el concepto americano de “industrias de guerra”, la Casa Blanca obligó a Merk Sharp & Dohme a resignar su aspiración a tener una vacuna propia y poner sus plantas productoras al servicio de su histórico competidor Jansen (Johnson & Johnson).
Resulta notable el boicot sufrido por el laboratorio AstraZeneca, que había conveniado con mAbxience del Grupo Insud de Argentina para producir junto a Liomont, de México, y abastecer a América Latina y el Caribe. EEUU le “trabó” la importación de un insumo necesario para culminar el envasado de las dosis, lo cual demoró sustancialmente los tiempos pautados. Ante tanta evidencia uno se pregunta ¿se blanquea desde ahora la cartelización en el reino de la competencia?
Esta situación afectó directamente a la Argentina, quien había producido el principio reactivo de las vacunas en nuestro país.
La vacuna de AstraZeneca detenta una calidad reconocida mundialmente y es una de las más baratas (alrededor de cuatro dólares), sin embargo, la FDA (Administración de Medicamentos y Alimentos de los EE. UU) nunca autorizó su uso y hoy tiene sin utilizar sesenta millones de dosis que pudieron ser decisivas para salvar vidas y economía. La estrategia estadounidense se entiende solo en términos de geopolítica, puesto que la sobreoferta de vacunas de que hoy goza en su territorio les ha permitido achatar sustancialmente la curva de contagios y recuperar su economía y la de sus aliados, mientras países competidores aún lidian con cuarentenas intermitentes que desmoronan las suyas.
Y si no, que lo digan los europeos, que ven cómo el Estado de Israel o el Reino Unido post Brexit recibieron el apoyo norteamericano mientras ellos solo padecían su boicot.
Evidentemente, el carácter público de las empresas de investigación y producción de vacunas tanto en Rusia como en China les permitió este diseño político de respuestas rápidas. Al contrario de lo que sucedió con las multinacionales que dominan el mercado tanto en EEUU como en Europa, que debieron pulsear con sus Estados para encontrar, con demoras, una vía para la producción y distribución sin respetar sus principios librecambistas.
Los intereses económicos, la disputa por la hegemonía mundial y el mercado de vacunas no escapan a las mezquindades del mundo en que vivimos y a esta "Geopolítica de la Desigualdad", donde los doce países más poderosos acaparan el ochenta y cinco por ciento de las vacunas disponibles, quedando en el extremo opuesto ciento treinta países que no tienen ninguna.
El Papa ha solicitado, con una lógica incuestionable, que se liberen las patentes para poder producir en todo el mundo las vacunas que eviten este colapso, pero las respuestas recibidas han sido disímiles. También en esto nos hemos sorprendido al ver que su solicitud ha sido mejor escuchada por los países con menos presencia católica entre su población.
Como decíamos al principio, en medio de esa disputa multilateral Argentina pudo ir obteniendo los recursos necesarios para afrontar la pandemia. Lo que no se obtuvo de las empresas norteamericanas, llegó en cambio de la Federación Rusa, de China, de la República de la India. Aun asumiendo nuestro carácter de país periférico y dependiente, nuestra dirigencia nacional desarrolló estrategias múltiples para obtener un flujo constante de vacunas con que proteger a los argentinos según un criterio sanitario reconocido mundialmente.
Basado en la fortaleza de nuestra industria farmacéutica, además, nuestro país empieza a producir localmente las vacunas cuyas patentes se han podido negociar y desarrolla alianzas con otros países latinoamericanos para lograr mayores escalas.
La intención del presente artículo no es la de lamentarse por la inequidad mundial, ni resignarse ante una situación desfavorable. Lo que pretendemos es obtener algunas enseñanzas que nos permitan una mejor estrategia geopolítica hacia el futuro. Fundamentalmente, reflexionar sobre cuál es el papel que le asignamos al Estado como regulador del desarrollo nacional. Cuando vemos cómo les fue a los países que apuestan a un Estado mínimo; y cuando vemos cómo actuaron los campeones del libre mercado, empieza a quedar claro que la ideología neoliberal que acá aún muchos sustentan es solo una mercancía de exportación que condena a los países que la abrazan.
En segundo lugar, entender el mundo que habitamos y reconocer las oportunidades que brinda el multilateralismo para no caer en reduccionismos ideológicos como los que rigieron nuestra política exterior entre 2015 y 2019.
Y también analizar por qué Argentina no pudo desarrollar su propia vacuna, como sí lo hicieron los países más poderosos, pero también un país como Cuba. Cuando uno piensa que antes de la "noche de los bastones largos" Argentina estaba a la par o más adelantada científicamente que algunos países que ahora nos proveen de vacunas; y cuando uno piensa que todo lo que creció la inversión en educación, investigación y desarrollo durante el kirchnerismo fue lo primero que desarmó el macrismo, se entiende que de los dos proyectos en disputa en nuestro país hay uno que propicia la dependencia y condena a nuestro país al subdesarrollo. Si hoy gobernara Macri, la política del Estado nacional sería la de financiar en cuotas a los argentinos el viaje para vacunarse en Miami.