El presidente de Chile, Gabriel Boric, sorteó con holgura el examen de su primera visita de Estado a la Argentina. Ahora resta saber cuántas de las expectativas construidas a lo largo de los últimos tres días, en los intercambios públicos y privados entre ambas administraciones, pueden evolucionar en una construcción política “cómplice y aliada” que proyecte su fuerza hacia Latinoamérica con el mismo tenor que pregonaron sus jefes de Estado.
En el gobierno, definen la relación bilateral con Chile como una de las más resilientes a los cambios de color político de las gestiones de turno. “Siempre fue un eje prioritario de la política exterior argentina”, resaltan. Y sustentan su afirmación en la mutua coincidencia, desde el regreso de la democracia en ambas naciones, para trabajar el vínculo bilateral en clave de política de estado con miras a consolidar, en cada uno de los ámbitos de la relación, un espacio para el desarrollo, la paz, la cooperación y la integración.
Salvo fricciones ocasionales, los mandatarios han sabido anteponer el pragmatismo a sus preferencias políticas. Por eso Sebastián Piñera supo tejer un vínculo armónico con Cristina Kirchner, primero, y Alberto Fernández, después, tanto como Michelle Bachelet hizo lo propio con Mauricio Macri. Por supuesto que la llegada de Boric a La Moneda abre, en clave política, “una nueva etapa con mayores convicciones comunes”, aseguran. Y no faltan los más optimistas que señalan que “el vínculo bilateral se va a potenciar con una mayor articulación en la región” mirando a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) como plataforma.
Pese a que Alberto Fernández y sus ministros y ministras concurrieron a la asunción presidencial en el país vecino con medido optimismo, a inicios de marzo, reconocen que las señales que transmitió Boric entonces y ahora van en línea con el sentir de la Casa Rosada. No obstante, en su mayoría no abandonan la cautela. Con más de dos años y una elección perdida a cuestas, saben ya que pensamiento y acción no siempre van de la mano y que Boric tiene aún que librar grandes batallas por su cuenta para fijarle a Chile un nuevo rumbo regional.
Socio económico
Si la primera jornada de agenda oficial de Boric en la Argentina tuvo una fuerte carga política con las múltiples reuniones políticas entre sus equipos y una cita de 40 minutos a solas con Fernández —el protocolo reservaba solo 15 minutos—, ayer la impronta fue más bien económica, a través de un plenario en el Palacio San Martín del que participaron funcionarios económicos y cerca de 40 empresarios de ambos lados de la Cordillera. El capítulo energético, aseguran, es una de las llaves para pensar también el plano bilateral como oportunidades y beneficios para ambos países.
Hoy, el intercambio comercial favorece a la Argentina por un amplio margen pese a que no representa uno de los destinos más voluminosos para la Argentina, apenas el 5,4% de nuestras ventas al mundo y el 1,1% del total de importaciones. Quienes optan por la lectura del vaso medio lleno sostienen que aún hay mucho para crecer en conjunto con el país con el que la Argentina comparte su frontera más extensa.
En 2021, el comercio bilateral escaló un 48% en relación a la parálisis pandémica de 2020, alcanzando los 4.870 millones de dólares. De ese total, 3.479 millones contabilizaron como superávit, el mayor de Argentina con el mercado global por cuarto año consecutivo. Allí radica el porqué de tanto interés. Además, Chile es el quinto inversor en la Argentina, después de Estados Unidos, España, Países Bajos y Brasil, según los últimos datos oficiales disponibles de 2016.
El título del encuentro público-privado de ayer, “Encadenamientos productivos y complementación económica bilateral para la inserción internacional”, sintetiza en gran medida la agenda de intereses compartidos sobre dónde profundizar. Se piensa, sobre todo, en clave de integración de cadenas de valor regionales para bienes estratégicos y áreas donde se pueda avanzar en conjunto como las energías renovables, la conectividad digital y economía del conocimiento, el sector minero, automotriz, la salud y los insumos biológicos.
En lo que refiere a la energía, un insumo clave para medir el desarrollo de cualquier país y que ha probado ser tan relevante como costoso en la coyuntura actual, los intereses discurren a través de dos canales. El de los deseos estratégicos, con planes a más largo plazo que involucran al litio y al hidrógeno verde, y el de las posibilidades inmediatas, en torno al gas y el petróleo. Sobre estos dos últimos recursos se avanzó con mayor firmeza en la posibilidad de acuerdos específicos.
El lunes por la noche, el ministro Martín Guzmán firmó una declaración junto al responsable de la cartera de Energía del país vecino para consolidar las llamadas exportaciones en firme de gas argentino a Chile luego de las interrupciones que significaron la discontinuación de las ventas en 2004. Esto implica, ventas que brinden certidumbre para un país que debió basarse en fuentes alternativas y contratos de adquisición de GNL a largo plazo cuando perdió el aprovisionamiento regular argentino.
En 2021, las ventas en firme se restablecieron a través de tres de los cuatro gasoductos que atraviesan los Andes para los meses de calor, cuando baja la demanda local, entre octubre y abril. Ayer prosiguieron las reuniones en el área de Energía: el objetivo político es iniciar las conversaciones con miras a los cerrar los contratos 2022-2023. Sería un win-win: Chile constituye el mercado de expansión natural para nuestro país a partir del incremento en la producción que puede generar el Plan GasAr y para ellos constituye la mejor solución geográfica ante la necesidad de reducir su dependencia del carbón.
A la par, el otro recurso sobre el que se comprometieron a trabajar ambos gobiernos es el petróleo a partir de la próxima rehabilitación del oleoducto Trasandino Neuquén-Biobío, en algún momento entre el último trimestre de 2022 y el primero de 2023, lo que permitiría sumar ventas a Chile. No solo eso: desde el área energética de Nación, de este lado de la cordillera, se ilusionan con las posibilidades que se abren hacia los destinos del Pacífico, en el sudoeste asiático, si se consiguen exportar los excedentes mediante los puertos del país vecino.
Gestos elocuentes
La visita de Boric a la Argentina deja también señales que se decodifican, con más deseos que certezas, en clave de hermandad política. El mensaje de respaldo al reclamo de soberanía argentino por las Malvinas —una línea que, en rigor, continúa lo manifestado ya por administraciones previas—, la voluntad de hallar una solución dialogada en Naciones Unidas para la disputa sobre la plataforma continental y hasta el deseo expreso de reactivar los trabajos de la Fuerza de Paz Conjunta Combinada “Cruz del Sur” y proseguir las labores de la Patrulla Naval Antártica Combinada entre la Armada Argentina y la chilena se interpretan con buenos augurios en un vínculo que arrastra mucha tradición.
Otro volumen icónico adquiere la firma del Memorándum sobre Sitios y Espacios de Memoria —donde se persigue una mayor articulación en el campo de los derechos humanos— con el Ministerio de Justicia de la Nación argentino, así como la visita del presidente chileno al campo clandestino de detención y exterminio de la ex ESMA —donde Boric recibió el pañuelo blanco de mano de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo—. Ambos constituyen un fuerte mensaje respecto a prioridades compartidas.
Del mismo modo se leyó la respuesta de Boric en la conferencia de prensa que brindaron los dos presidentes ante la consulta sobre los derechos humanos en Nicaragua, Venezuela y Cuba y el doble rasero de las fuerzas conservadoras respecto a cómo se violan los mismos derechos en países con gobiernos afines pero se mira hacia otro lado, como sucedió en Chile o sigue pasando en Colombia. Gran parte del mensaje de su campaña se construyó sobre esa deuda pendiente al otro lado de los Andes al punto que sus palabras ya le pesan al visitante chileno frente a propios y ajenos.
Por último, uno de los capítulos donde se hallaron denominadores comunes fue en el impulso a las políticas de respeto y paridad vinculadas a género y diversidades. Por un lado, se suscribió un memorándum de cooperación entre ambas cancillerías sobre derechos de las personas LGBTIQ+ para el intercambio de buenas prácticas sobre normativas referidas a identidad de género, matrimonio igualitario, reconocimiento e integridad corporal de personas intersex (especialmente niños, niñas y adolescentes) y cupo laboral trans, entre otras, así como la prevención de las violencias por estos motivos.
Y más expectativas aún despertó un almuerzo del que participaron funcionarias de los dos gobiernos, a cargo del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación —luego de la cita bilateral de Elizabeth Gómez Alcorta con su par trasandina, Antonia Orellana—, en el que se debatió, ya en tono informal, sobre los desafíos de ambos países en promover las agendas de derechos de las mujeres y LGBTIQ+ en los gobiernos, el ejercicio del poder en clave femenina y, por supuesto, la lucha por el acceso al aborto libre, seguro y gratuito.
En Chile, ese derecho trascendental que se hizo ley en la Argentina en 2020 pudo abrirse camino hasta formar parte de la letra de la Constitución que debe ser plebiscitada durante el gobierno de Boric. No obstante, no existe una norma que vaya más allá de las tres causales en aquel país. En caso de ser aprobada la nueva Carta Magna, en la segunda mitad del año, se abriría una nueva batalla por consagrar este derecho de las mujeres y personas gestantes a través de una ley que, hasta hoy, no pudo sortear las trabas legislativas. También allí radican parte de los compromisos sociales con los que el actual presidente chileno alcanzó el poder y un posible eje rector en común con Alberto Fernández para la impronta política de sus gestiones.