Hay un postulado que indica que en la Argentina nunca gana elecciones la persona que, un año antes, aparece como el favorito. Desde la crisis de comienzos de siglo hasta acá, la hipótesis se cumple a rajatabla. Néstor Kirchner era casi un desconocido a mediados de 2002 y el favorito a una reelección que (voluntariamente) no fue en 2006. En 2010, CFK estaba lejos de coronar una remontada económica y política histórica que culminaría con su triunfo en primera vuelta: después de la 125 y la derrota del Frente para la Victoria en las elecciones legislativas del año anterior, Julio Cobos soñaba con un camino allanado a la Casa Rosada. Ni siquiera fue candidato. En 2014, Daniel Scioli, Sergio Massa y ¡hasta Florencio Randazzo! parecían mejor perfilados que Mauricio Macri. Y, bueno, en 2018 nadie en todo el país se imaginaba el destino de Alberto Fernández.
Como sucede en las buenas películas de suspenso, una vez que conocés el final, la memoria te trae a la cabeza detalles que lo anticipaban, sin deschavarlo. Vistos a la distancia, parecen señales casi obvias, como la mención que ella le regaló durante la presentación de su libro Sinceramente. O la visita, en los días previos al anuncio de la fórmula, a la sede nacional del PJ en la calle Matheu, esa a la que no le gustaba ir cuando era presidenta e incluso antes, que funcionó como una reivindicación después del desplante de 2017 y a la vez una estocada al corazón del proyecto de construir un peronismo sin kirchneristas para disputar las elecciones. Lo cierto es que el sábado 18 de mayo de 2019 a la mañana sólo un puñado de personas conocía la decisión y el resto de los argentinos ni siquiera sospechábamos nada.
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De nuevo, el diario del lunes: ahora sabemos que fue una jugada de jaque mate. En las pocas horas que sucedieron al anuncio, más de diez gobernadores manifestaron públicamente su apoyo a la fórmula, al igual que las principales centrales obreras. El camino para el peronismo alternativo quedaba angostado a un desfiladero. En cuestión de días, el tándem Fernández y Fernández ordenó de facto al peronismo. Los pocos que quedaron afuera ahora habitan los márgenes de la política. Semanas más tarde se incorporó Sergio Massa. Para entonces, aunque no lo sabíamos, la suerte estaba echada. El resultado de las PASO dejó claro que el oficialismo no tenía ninguna chance de forzar un ballotage. El objetivo de CFK era “que otro argentino esté en la Casa Rosada”, según dijo ella misma. Con su jugada, pudo garantizarlo meses antes de que se emitiera el primer voto.
Sin embargo, había una motivación más profunda en la elección de Alberto Fernández. Los dos coinciden en el contrafáctico de que su protagonismo no era necesario para sellar un triunfo electoral, porque la propia Fernández de Kirchner hubiera derrotado a Macri, seguramente con menos holgura, si lo hubiera enfrentado. Lo que no hubiera podido hacer nunca ella era encabezar una coalición amplia que garantizara la gobernabilidad en un contexto de crisis económica e inestabilidad institucional en la región. Estaba todo explicado en ese primer video, que los argentinos conocimos hace un año: "Esta fórmula que proponemos estoy convencida que es la que mejor expresa lo que en este momento en la Argentina se necesita para convocar a los más amplios sectores sociales y políticos y económicos también, no solo para ganar una elección, sino para gobernar".
El desafío asumido era inmenso: heredaron un país en quiebra, de inflación récord combinada con una brutal recesión. La pobreza alcanzaba los niveles más altos en más de diez años y la mitad de los niños no tenía garantizadas las necesidades alimentarias más básicas. El default, aunque no estaba formalizado, comenzó antes del 10 de diciembre. La estructura misma del Estado estaba rota en los eslabones más débiles. Sobre ese escenario cayó la pandemia como un tsunami. A ninguno de los dos les falta experiencia, pero nunca tuvieron que gestionar una crisis como esta. A pesar de los augures que profetizaban traiciones y destratos, esta sociedad de dos viejos amigos que se reencontraron para protagonizar, juntos, el último acto, tendrá el clímax que se merece su historia. Todo lo que hicieron se pondrá en juego ahora. Lo que se define es el futuro del país.